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Domingo, 10 de noviembre de 2013

ENTREVISTA > DE NIñO A PRESIDENTE: HUGO CHáVEZ SEGúN IGNACIO RAMONET

LA VORÁGINE Y EL DESTINO

El periodista y semiólogo español Ignacio Ramonet grabó más de 200 horas de conversación con Hugo Chávez para lograr una suerte de reportaje autobiográfico en donde se recorre la vida del líder latinoamericano desde su niñez hasta que asume la presidencia en 1999. De visita en Buenos Aires, Ramonet cuenta entretelones de ese trabajo, analiza el peso de la infancia extremadamente pobre de Chávez, su interés por una revolución que no se limitara a la participación de militares, y traza una proyección del futuro de la región después de la muerte del presidente venezolano.

Podría decirse que, a despecho de la política dura, Hugo Rafael Chávez Frías es, sobre todo, un símbolo latinoamericano. De más está decirlo: esta naturaleza simbólica se ha hecho más fuerte luego de su fallecimiento, con esa inevitable crueldad humana que pone en perspectiva las acciones de los hombres una vez que no están y transforma sus elecciones particulares, los hechos que lo conforman, en fragmentos de una biografía o, en todo caso, en los mojones de un destino prefijado. Claro que afirmar que Chávez es un símbolo también puede llegar a ocultar la compleja sucesión de circunstancias que terminaron por diseñar una figura tan trascendente como la del líder de la llamada Revolución Bolivariana: entre los caudillos y militares independentistas venezolanos formados en el fragor de las batallas del siglo XIX (período que Chávez llama “la vorágine”) y los acontecimientos políticos del propio siglo XX (que se debaten entre la fuerza de los socialdemócratas hasta el entreguismo de más de un presidente), Hugo Chávez aparece en el panorama venezolano como un hijo de su tiempo, un niño pobre que recurre a su propia voluntad y conocimiento para formarse con un fuerte código moral en el medio de una época de liviandad ética, tal como señala el periodista español Ignacio Ramonet en su libro Hugo Chávez: mi primera vida. Ahondando en la formación de uno de los principales líderes políticos latinoamericanos de la historia, Ramonet demuestra, en definitiva, que convendría dejar de lado el título de “símbolo” para empezar a usar uno más certero, un poco más efectivo y, por qué no, prudente: el de hombre.

Ignacio Ramonet es periodista y semiólogo, y puede afirmarse que, en los últimos años, nada de lo que sucede en el mundo global –en especial los movimientos políticos, de los más visibles a los más ocultos– le es ajeno. Su mirada crítica sobre la globalización y el rol de los medios de comunicación masivos ya es un paradigma extendido. El presente libro reúne alrededor de 200 horas de entrevista con Chávez, concentrándose, estrictamente, en los años que van desde su nacimiento hasta la asunción presidencial el 2 de febrero de 1999; desde su niñez como vendedor de “arañas”, un típico pastel venezolano, a su formación como militar.

Al comienzo del libro, el primer gran tópico de la entrevista gira en torno a los acontecimientos sucedidos en el año del nacimiento de Chávez y el problema de pensar su aparición como un evento relacionado con cierta idea de destino. ¿Cómo veía Chávez esa relación entre predestinación e historia?

–Por un lado, efectivamente, yo quería saber cómo él se leía, cómo leía su biografía, digamos. A menudo se decía que era un megalómano. Por el otro, me parecía que era una forma de situarlo ante el lector, que supiera qué es lo que está pasando en el mundo cuando nace Hugo Chávez, en el año 1954. Y, para él, ha nacido por casualidad, en un lugar de los llanos. No hay ningún signo que haya anunciado su venida, como si fuera Jesucristo o un profeta: está naciendo un niño normal, con una vida normal, pero evidentemente muy consciente de las condiciones socioeconómicas en las que nace. No cabe duda de que es un hombre de su época: es un momento histórico importante en el que aparece, un momento bisagra, final del colonialismo y principios de la descolonización, principio de la Revolución Cubana. El forma parte de la nueva generación que va a venir a prolongar lo que se ha hecho. El no se ve como alguien esperado o anunciado, no hay determinismo en su opinión y mucho menos megalomanía. Siempre se ve como parte de un colectivo: todo lo que construye lo va construyendo como una red, no es para nada individualista. Claro, es un jefe de equipo, pero sobre todo es un hombre de equipo. Es jefe por las circunstancias, y no ha sido siempre evidente.

Otro gran líder de izquierdas del territorio ha sido Fidel Castro, alguien al que también tuvo la oportunidad de realizarle una larga entrevista, publicada en el libro Fidel Castro: biografía a dos voces. ¿Qué diferencias percibe entre Fidel y Chávez?

–En principio, no son la misma personalidad, ni siquiera tienen la misma formación. Fidel es menos autodidacta, tiene la fibra teórica. La originalidad de Chávez es, precisamente, la de ser un autodidacta: él se forma en paralelo, porque además de un lector personal e individual ha sido también un excelente alumno en la escuela. Quizá lo que tienen en común es que llegan tarde a la política, es decir, después de los estudios secundarios: Fidel en la universidad y Chávez en la academia militar. Ambos, también, son el resultado de una infancia muy singular. Fidel es el hijo de un hacendado extremadamente rico que lo tenía todo, en cierta medida, para ser un líder de la derecha, y termina siendo un líder de la izquierda. Chávez es un niño que nace en una circunstancia totalmente opuesta. No conozco toda la historia de todos los presidentes de América latina, pero no creo que haya un presidente latinoamericano que haya tenido una infancia tan pobre como la pequeña infancia de Chávez, que haya nacido como un pequeño niño campesino que terminó como vendedor callejero, educado por su abuela sin el mínimo recurso, salvo por esos pasteles que vendía en la calle. En ese sentido es un milagro social. En cambio, en Fidel, el milagro es que se haya venido a la izquierda.

¿Y con respecto a su ubicación en el panorama histórico y político latinoamericano?

–Ahí hay otra cosa que tienen en común: los dos son líderes de ruptura. Fidel Castro marca un antes y un después en la historia de América latina; Chávez también lo hace. No hay otros. Desde mi perspectiva, los dos son creadores políticos, tienen una imaginación de creador, tienen la capacidad de pensar lo impensable, con muchas diferencias, pero es casi normal que se encuentren. La importancia de Fidel para Chávez es que Fidel es el primero que reconoce que Chávez es de izquierda. Y Chávez, que sabe que él mismo es de izquierda claramente porque siempre lo ha sido, vivía muy mal el hecho de que no lo reconocieran como parte de esa orientación política. Hay una anécdota que claramente marca esta falta de reconocimiento: cuando está en la cárcel, después de la rebelión de 1992, le pregunto si recibió algún apoyo, alguna carta de solidaridad, y él me responde que sí, que esa carta de apoyo y de solidaridad que recibió la habían mandado los carapintadas argentinos, o sea, un grupo de extrema derecha. Esto a él lo hacía desdichado. Fidel es el primero en reconocerlo, es más: lo invita para que lo visite después de salir de la cárcel, y aun así no va a ser fácil este reconocimiento. Entonces, claro, los dos tienen una personalidad muy diferente, pero a la vez son impulsadores de una nueva etapa.

Retomando esta tradición de izquierdas en Chávez, cuando él empieza a formar este grupo de militares revolucionarios a lo largo de diversos años, era muy precavido de hablar de marxismo.

–Claro, él empieza a hablar de socialismo entre 2003 y 2005, después del golpe de Estado. Antes no habla de eso. En Cuba pasó lo mismo: Fidel no pronunció la palabra socialismo mientras estaba en la guerrilla, ni tampoco cuando llegó al poder, sólo lo hizo después de Playa Girón, después del ’61.

En cierta medida, la originalidad de Castro, Allende y Chávez reside en ver la tradición de la izquierda europea, pero desde una fuerte raigambre latinoamericana, buscando esa misma línea de pensamiento dentro de la tradición local.

–Bueno, en ese sentido, Chávez más que ninguno. Hasta más que Fidel, que conoce muy bien la historia latinoamericana. Chávez se nutrió de eso de una manera muy, muy sistemática. Cuando lo conocí, lo que me sorprendió es que ésas sean sus referencias progresistas: todas estaban basadas en textos teóricos de los libertadores. No sólo de Bolívar: Sucre, Ezequiel Zamora, al que nadie conocía antes de Chávez. El lo rescató a Zamora, un teórico de la revolución en definitiva, en la época de las revoluciones europeas. El lo dice: acuérdese que Marx había escrito el Manifiesto comunista cuando Ezequiel Zamora estaba haciendo la guerra. Y era gente educada, que leía, y había muchos emigrantes que traían libros y textos. Evidentemente, Chávez se nutre de eso, no sólo de la tradición marxista. Chávez es un autodidacta. Fidel también sigue toda esta línea, pero él ya tiene una formación: viene de estudiar Derecho, Ciencia Política, y eso ya es otra cosa. Insisto con esto: son dos personas que llegan tarde a la política; para Fidel, antes de la universidad, el mundo era el básquetbol; y para Chávez, antes de la academia militar, era el béisbol; ninguno parte de una militancia joven, de un interés presente ya en los años anteriores a sus respectivos estudios superiores.

¿Podríamos decir que otra de las características principales del movimiento de Chávez es la organización de un pacto cívico-militar para llevar adelante el proceso revolucionario?

–Claro, eso es muy importante. Esa es la singularidad de Chávez. El tiene dos singularidades: la primera, él es un militar que no quiere hacer las cosas sólo con los militares. Y ésa es una lección que saca después de haber estudiado una experiencia que él admira mucho: la de Juan Velasco Alvarado, a quien él conoció. Velasco Alvarado le regaló dos libros firmados, que él atesoró siempre. Su experiencia fue –y es– muy importante, porque fue un líder progresista, hizo una reforma agraria que cambió la historia de Perú, pero cometió un error, desde la perspectiva de Chávez: sólo se basó en los militares, todos en su gobierno eran exclusivamente militares. El pensaba que los militares, en ese caso, cuando tienen demasiado poder, se corrompen, y eso no dura. Por otra parte, no tienen suficiente base teórico-política. Por eso Chávez, desde siempre, cuando empieza a politizarse, cuando sale de la academia, va a buscar el apoyo y el contacto con las organizaciones de extrema izquierda, y las integra. Cuando lleva adelante su rebelión militar del 4 de febrero no es sólo militar. De hecho, si bien los civiles no participan en la acción presente en las calles, no se atreven, ellos participan en la conspiración. O sea, no es sólo una rebelión militar sino que es una rebelión cívico-militar.

¿Y cuál sería la segunda característica?

–Esta que he mencionado antes: el hecho de que efectivamente hablamos de una revolución, pero en democracia, con un proceso electoral de por medio.

¿Cómo ve el bloque latinoamericano ahora, sin Chávez?

–Yo veo que tiene menos dinámica que cuando estaba Chávez, no cabe duda. Algo funciona menos bien. Chávez era un creador político, alguien con imaginación política: él imaginó la Unasur, el ALBA... Estamos ahora en un momento en donde no hay un motor para esa voluntad de integración. El sentimiento es que es necesario que ese motor vuelva a funcionar para enfrentar las situaciones que se conocen. América latina ha visto un crecimiento muy importante en estos últimos años, el crecimiento está bajando, sobre todo en Brasil, país que tiene una fuerte influencia en toda América latina. Es más necesario que nunca reflexionar sobre la integración latinoamericana.

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