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Domingo, 7 de septiembre de 2003

MúSICA

El muerto vivo

Hace cuatro meses, Radar anunciaba con dolor que Warren Zevon se moría. Los médicos le daban tres meses de vida. Entonces, después de unas apariciones televisivas en las que deslumbró con un humor tan negro como brillante, de la emotiva reacción de sus fans por Internet y de una postergada valorización de sus canciones, Warren Zevon anunció que se metía en el estudio a grabar hasta que le dieran las fuerzas. Y las fuerzas le dieron para grabar The Wind, el mejor disco de su vida. Y él todavía está acá para presentarlo.

POR RODRIGO FRESÁN

Ya se sabe, ya se dijo, ya se reportó en su momento desde estas mismas páginas: Warren Zevon se está muriendo. Cáncer de pulmón, tumor maligno e inoperable. El médico –como en una de sus canciones– le comunicó al songwriter que “you’re shit’s fucked up” y “the shit that used to work / It won’t work now”. Para decirlo en nuestro idioma, en el idioma universal de las malas noticias: se acabó lo que se daba y le quedaban tres meses de vida y Zevon todavía está de este lado, pero es cuestión de tiempo –de poco tiempo– para que nos salude desde el otro lado de todas las cosas.
En cualquier caso, el site de Zevon dio la mala nueva hace cosa de un año (los fans reaccionaron en masa enviando mensajes de cariño, y uno hasta contó que días atrás había aplastado sin darse cuenta y con el tractor a su hijito de quince días y que “ahora esto”, “es demasiado para mí”), Zevon ofreció algunas entrevistas desopilantes por la calidad de su humor negro y, acto seguido, anunció que se encerraba a grabar canciones con amigos hasta que le diera el aliento y se lo permitiera la medicación. Zevon silbó y acudieron Billy Bob Thornton, Bruce Springsteen, David Lindley, Don Henley, Jim Keltner, Dwighy Yoakam, Emmylou Harris, Jackson Browne, Joe Walsh, John Waite, Ry Cooder, T. Bone Burnett, Timothy B. Schmidt, Tom Petty, Mike Campbell, Tommy Shaw y el compadre de sangre Jorge Calderón, quien, en 1972, hace tantos años, para devolverle el favor a un amigo, pagó la fianza para sacar a Zevon de la cárcel y ya nunca se separaron. Así, un funeral de cuerpo presente con el corazón y el cerebro todavía latiendo. Así, una especie de disco póstumo anunciado que se empezó a grabar al ritmo de canción compuesta la noche anterior que entraba al estudio a la mañana siguiente; se interrumpió por una recaída de Zevon durante las pasadas Navidades; y se terminó cuando el tipo se repuso milagrosamente y puso el punto y el acorde final.
Y ya sus dos últimos álbumes –los formidables Life’ll Kill Ya y My Ride’s Here, funerarios desde sus títulos– abundaron en alusiones premonitorias en cuanto a la inminencia del final; por lo que cabía esperar una especie de ácido certificado de defunción firmado por su propio dueño y destinatario. Sorpresa: The Wind –opus 14 de Zevon– es el disco más vital que ha grabado Zevon en mucho tiempo, repleto de canciones para cantar mientras se escuchan, y donde la proximidad de la guadaña sólo aparece entre líneas y entre versos, y es tratada con la misma rutinaria familiaridad que se le dedica a una navaja de afeitar. Cercano en humor y tono a Bad Luck Streak in Dancing School y a Sentimental Hygiene, pero con una más que atendible y ominosa diferencia: The Wind es el final del camino, de la fiesta, de la vida y, por qué no, de la muerte: porque la muerte es eso que dura mucho menos que una canción y que es, finalmente, tanto menos importante que la despedida. Y, ya veremos, ya habrá tiempo de pensarlo con calma: hasta es posible que The Wind sea, en su muerte, el mejor álbum que Warren Zevon grabó en su vida.

ADIÓS, AMIGOS, ADIÓS
El anuncio de que Zevon estaba haciendo las valijas produjo, está claro, comportamientos inevitables durante el último año. Por un lado, una revalorización y descubrimiento de lo que para muchos era un secreto a voces: Warren Zevon es un genio. Por otro, la edición por la discográfica Rhino del innecesario Genius: The Best of Warren Zevon que no agregaba nada al paisaje salvo unas lindas fotos de Old Velvet Nose –el inconfundible isotipo zevoniano de la calavera fumadora– y unas sentidas liner-notes del escritor inglés y fan confeso Will Self. El sello Varese Sarabande, por su parte, se jugó con un producto más raro, arqueológico y sólo para obsesivos completistas: los treinta y tres minutos y algo de The First Sessions nos revelaba a un Zevon que cantaba con voz finita –muy lejos de su característica pose de barítono– y como parte del dúo folk-pop-sixties adolescente y formado en la secundaria Lyme & Cybelle. Zevonera Lyme, Cybelle era una tal Violet Santangelo (quien más tarde haría lo suyo en los musicales de Broadway bajo el nombre de Laura Kenyon) y cuesta reconocer el cinismo del Chico Excitable y el Señor Mal Ejemplo en estas canciones ligeras y soleadas que incluyen un muy buen cover de Los Beatles (“I’ve Just Seen a Face”), uno no tan bueno de Bob Dylan (“If you Gotta Go, Go Now”) y que cierra con un Zevon ya a solas haciendo la primera de sus canciones inequívocamente suyas: “A Bullet for Ramona”.
Uno y otro son, ahora, borrados de la faz de la tierra por la fuerza de The Wind. Y la pregunta y la duda, claro, son una: ¿es The Wind una genialidad mientras se cabalga hacia el horizonte o apenas algo muy bueno que se escucha influenciado por las inapelables circunstancias? La respuesta –el flamante compact no ha salido de mi equipo de música desde que empezó a soplar desde hace un rato largo, ahora es la quinta vez que lo escucho– es que The Wind es una obra maestra. Tal vez el mejor balanceado en toda la carrera de Zevon y donde todas las canciones –perfecta y amorosamente arropadas por sus camaradas, que ofrecen lo mejor que tienen sin exhibicionismos porque The Wind no es un disco con superestrellas sino con superamigos y, hey, ¿dónde está Waddy Wachtel?– parecen encajar como las piezas de un último y definitivo identikit, como la cariñosa autopsia donde no se pesan órganos sino sentimientos. Y donde Zevon demuestra que –a la hora de la verdad– tiene un par de huevos grandes como varias de esas casas especialmente construidas para soportar cualquier terremoto californiano.

SOPLANDO EN EL VIENTO
“Lo bueno es que yo siempre he escrito canciones sobre mi muerte”, explica el héroe en Inside/Out: Warren Zevon, el documental televisivo para el canal VH1 –lo vi noches atrás– donde se registra la grabación de The Wind y donde Zevon aparece en diferentes etapas de deterioro (“Tuve todas las malas noticias en un solo día: fui al dentista, el dentista me mandó al cardiólogo y el cardiólogo me envió rápidamente al clínico... El problema es que ahora siento que comienzo a irritar a mi familia: se suponía que tenía para noventa días y todavía sigo aquí... Y si tengo una enseñanza para comunicar a mis seguidores es la siguiente: después de los cuarenta años hay que ir al médico dos veces al año”, explica allí), pero siempre con una sonrisita sabia. Sabiduría que se traslada a estas nuevas últimas diez canciones propias más un respetuoso “Knockin’ On Heaven’s Door” donde Zevon, divertido, acaba casi gritando –“Open Up! Open Up!”– que le abran la jodida puerta de una vez. La misma sorna agridulce se manifiesta en “Dirty Life and Times” (arranque de The Wind que arranca diciendo “Hay días en que me siento como si fuera la sombra de mi sombra”), “Disorder in the House” (“Hora de esconderse y ponerse a cubierto” advierte en medio de la descripción de un apocalipsis que trasciende a su enfermedad), “Numb as a Statue” (donde se describen los efectos de las drogas oncológicas como “Estoy tan insensible como una estatua / Así que pueda que tenga que mendigar, pedirte prestados o robarte / algunos sentimientos tuyos / para poder sentir algo yo... / No me importa que sean superficiales / No hace falta que caves muy profundo / Sólo asegúrate de traer suficientes para el ritual / Y llegar antes de que me quede dormido”), “Prison Grove” (“Un viento helado quema y corta...”, canta con la resignación de un condenado sin esperanza de indulto), “Rub me Raw” (“Fui a ver a mi clarividente y le dije: ‘Guárdatelo para ti / No quiero oírlo y no quiero contárselo a nadie’”). Todo esto combinado con la fiestera “The Rest of the Night” muy en el espíritu de las venerables “I’ll Sleep When I Dead” y “Play it All Night Long” (“¿Por qué terminarla ahora? Sigamos de fiesta el resto de la noche... Tal vez no volvamos a tener otra oportunidad así”) y las bellísimas love songs agónicas “She’s Too Good for me” (“Podría alzar mi cabeza con orgullo y decir que yo me fui primero / O podría golpear mi cabeza y llorar / Dime qué es peor”),“Please Stay” (“¿Te quedarás conmigo hasta el final? / ¿Cuando no quede nada salvo tú y yo y el viento?”) y el standard instantáneo y bilingüe “El amor de mi vida”. El cierre de puertas y el apagar la luz es “Keep me in your Heart” y desafío a cualquiera a que me diga que no se le hace un nudo en la garganta al escucharla. Y qué raro es estar escribiendo esto mientras, quién sabe, Zevon puede estar yéndose o diciendo adiós o soplado en el viento... En “Keep me in your Heart”, Zevon pide con voz tocada y casi hundida, con la dignidad de quien sabe que no hace falta pedirlo: “El que me vaya a ir / No significa que te quiera menos / Guárdame en tu corazón por un rato / Cuando te levantes por la mañana y mires a ese loco sol / Guárdame en tu corazón por un rato... / De vez en cuando, cuando estés haciendo cosas sin importancia por la casa / Tal vez pienses en mí y sonrías / Ya sabes que estoy cosido a tu vida como los botones a tu camisa / Guárdame en tu corazón por un rato / Estas ruedas siguen girando / Pero se están quedando sin fuerza / Guárdame en tu corazón por un rato...”.
Hecho.
Preparen los pañuelos.

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