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Domingo, 8 de diciembre de 2013

LA VUELTA AL MUNDO EN (MÁS DE) OCHENTA CUADRITOS

Con la edición de su libro Jerusalén, crónicas desde Tierra Santa, el primero que se edita en Argentina, el canadiense Guy Delisle cierra un extraordinario ciclo en el que fue contando su vida cotidiana en destinos atípicos como China, Corea del Norte y Birmania. Hoy es uno de los mejores representantes de la generación de artistas que han logrado un lugar propio para la historieta en las librerías, como Joe Sacco o la iraní Marjane Satrapi. Mientras Hollywood anuncia la adaptación de su libro Pyongyang, Delisle cuenta en esta entrevista cómo fueron surgiendo sus libros al calor de los viajes de su esposa, miembro de Médicos sin Fronteras, y reconstruye el recorrido que lo llevó de trabajar en el anonimato de la industria de los dibujos animados a convertirse en un nombre propio dentro del mundo de la novela gráfica.

 Por Martín Pérez

Apenas volvió a su casa con su familia después de pasar un año en Jerusalén, Guy Delisle confiesa que en un principio pensó que le iba a resultar imposible hacer un libro contando la experiencia. “Era todo demasiado complicado, había demasiadas cosas de las que hablar”, intenta explicar unos años después de aquel regreso, al teléfono después de haber mandado a sus hijos a dormir y sentado en la cocina de su hogar en Montpellier, al sur de Francia. Desde hace ya más de una década, Delisle se ha ido ganando un lugar dentro del mundo de la historieta gracias a unas extraordinarias crónicas en las que relata su vida cotidiana en lugares distantes y extraños –al menos para el mundo que lee sus trabajos–, como China, Corea del Norte o Birmania. En un principio, tal como confiesa en los primeros cuadritos del finalmente terminado Jerusalén, crónicas desde Tierra Santa, pensó que sería un buen cambio después de sus típicos destinos del Tercer Mundo. Pero vivir en la parte anexada de la ciudad demostró ser lo suficientemente caótico como para no desentonar mucho al lado de su cotidianidad en –por ejemplo– Rangún, su anterior destino. Si a eso se le suman las particularidades políticas y, especialmente, religiosas del lugar, es evidente que el asunto se complica.

“Cada vez que pensaba en Jerusalén, no podía dejar de recordar los momentos más trascendentales de nuestro año ahí, y todo se convertía en algo demasiado dramático y personal”, explica Delisle, que acompañó a su mujer, Nadège, integrante de Médicos sin Fronteras, dedicándose principalmente durante todo ese año a cuidar de sus dos pequeños hijos, Louis y Alice. Pero como resultado de la ofensiva militar contra la Franja de Gaza conocida como Operación Plomo Fundido, a fines de 2008 y comienzos de 2009, la pequeña misión de rutina de su esposa se terminó convirtiendo en una de urgencia y de primer orden. Habituado ya a que no todos sus viajes tengan que terminar forzosamente en una historieta, luego de su regreso Delisle se tomó un par de meses antes de decidirse a revisar sus notas, buscando ver si podía encontrar una forma en la que pudiese contar aquella experiencia. “La verdad que no sabía cómo empezar. Así que terminé haciendo lo obvio: busqué el primer apunte que tomé en el viaje. Justo se trataba de esa pequeña anécdota en el avión con la que empieza el libro, en la que un viejo ruso se pone a jugar con mi hija”, cuenta Delisle, refiriéndose a las dos brillantes páginas iniciales de Jerusalén..., que detallan cómo el llanto de una cansada Alice, por entonces de apenas dos años, se termina cuando “un señor grandote y muy paciente” la toma en brazos para calmarla y jugar con ella. Delisle intenta agradecerle, pero descubre que no habla ni una palabra de inglés o francés, por lo que se imagina que es ruso. Pero se sorprende cuando, mientras lo observa levantar a Alice, descubre que tiene una serie de números tatuados en el brazo. “¡Dios mío! Este tipo es un sobreviviente de un campo de concentración”, piensa Delisle en la historieta, y no puede evitar evocar instintivamente las imágenes terribles de esa época. Sin embargo, se alejan enseguida ante la visión de ese viejo simpático y con buena mano para los chicos, de anteojos y canoso pelo largo atado en una colita, que le saca más de una sonrisa a su hija, volando en un avión a miles de kilómetros de altura en medio de la noche.

Debe ser la única vez que mencionás los campos de concentración en todo el libro...

–Es verdad. Fue mi mujer la que se dio cuenta del tatuaje. Nunca antes había visto a un sobreviviente de los campos y fue medio loco presenciar justo esa escena en el avión. Es un detalle pequeño, pero importante teniendo en cuenta el lugar adonde íbamos. Aun cuando la situación sea muy dura para los palestinos, nunca hay que olvidar que los judíos antes pasaron por todo eso. Pero es un guiño muy sutil y yo no exageraría tanto el significado de esa escena. Simplemente es lo primero que recordé del viaje y me sirvió para empezar de a poco con un libro que se me estaba haciendo difícil. La solución que encontré fue ésa: releer mis notas y empezar desde el comienzo. De hecho, lo siguiente que dibujé fueron mis aventuras teniendo que salir a comprar pañales por la mañana...

HISTORIETAS SIN FRONTERAS

Para Guy Delisle el comienzo de sus libros es lo más aburrido de todo el proceso de ponerse a dibujar sus viajes. Porque siente que tiene que volver a explicarle todo al lector. “Este soy yo otra vez, mi mujer trabaja en una ONG, viajamos con nuestros dos hijos y así. Trato de hacerlo rápido y, por suerte, para eso la historieta es un medio muy eficiente. Dibujo una flechita con un nombre y listo. Es algo que si hacés en una película corrés el riesgo de que te quede como un Power Point, pero en la página queda perfecto.” No es fácil, cuenta, porque se intenta que sea gracioso, aunque tampoco debe serlo tanto. Pero es importante que todos esos datos aparezcan. “Así el lector sabe quién sos. Eso es lo que me gusta de este tipo de narración autobiográfica. No se trata de un protagonista al que no conocés o un periodista que presuma de saberlo todo, sino que soy simplemente yo, que no conozco mucho de lo que pasa a mi alrededor, pero camino por ahí y soy curioso. Y si me seguís, vas a terminar entendiendo lo mismo que yo. Me parece honesto, porque de esa manera los lectores saben de dónde es que viene la información.”

Con cuatro libros editados detallando su vida cotidiana en las ciudades a las que lo llevó primero la supervisión de la animación a bajo costo realizada en estudios fuera de Francia y después acompañando la labor de su esposa en Médicos sin Fronteras, el trabajo de Delisle empezó a ser paulatinamente uno de los más respetados dentro del nuevo mundo de la novela gráfica, que –especialmente en el mercado francés y anglosajón– durante la última década se ha alejado de las comiquerías y parece haber encontrado definitivamente su lugar en las librerías. “Cuando empecé, no había muchas editoriales interesadas en esta clase de libros –recuerda–. Pero eso no quiere decir que yo hiciese historieta experimental, porque básicamente hacía lo mismo que hago ahora. Es que el mercado era otro, uno en el que no había historietas para gente como yo, que creció leyéndolas pero las había abandonado porque no encontraba material con otra clase de contenido, para un lector más adulto.”

Cuando visitó recientemente Buenos Aires, invitado para participar de la muestra Comicópolis, el francés David B –uno de los referentes de la historieta autobiográfica francesa, socio en la editorial que revolucionó el medio en los ’90– señaló que el logro de su generación fue haber ido hacia géneros en los que hacía tiempo que la literatura había incursionado pero eran vírgenes para la historieta, como las crónicas de viajes o las historias autobiográficas. Fue en esa editorial creada por David B y sus colegas para publicar las historietas que hacían y que no lograban editar en ningún otro lado, llamada L’Association, para la que empezó a dibujar Delisle.

Su primer libro, Shenzhen (2000), comenzó siendo una historia de viaje de apenas 16 páginas, que se publicó en Lapin, revista de historias cortas de L’Association. Como gustó, envió 16 más. Y continuó haciéndolo, hasta que reunió suficientes páginas para editarlas en un volumen. “Por entonces estuvimos felices cuando alcanzamos la cifra de dos mil ejemplares vendidos, porque eso significó que había que reimprimirlo. Pero obviamente no era un cifra importante para una gran editorial”, recuerda Delisle.

Algo que cambió, primero, con la edición de su siguiente libro, Pyongyang (2003). Y después con la edición en L’Association del primer tomo de Persépolis, de la iraní Marjane Satrapi, que terminó revolucionando el mercado de la historieta autobiográfica y llegó inclusive al cine.

“Ella por supuesto que se benefició del trabajo de los que vinieron antes que ella”, aclara Delisle, que vuelve a mencionar a David B y agrega los nombres de colegas como Emmanuel Guibert, Lewis Trondheim y Joann Sfar. “Pero abrió puertas que antes estaban cerradas para todos nosotros. Había librerías que antes rechazaban nuestros libros, que nos dejaron entrar a su lado. Y a partir de entonces, como vieron que teníamos público y generábamos dinero, las grandes editoriales comenzaron a interesarse en esta clase de trabajos. Hoy todas las grandes editoriales francesas de historieta tienen un sello pequeño dedicado a esta clase de historias.”

CIUDADANO DEL MUNDO

Dibujarse a sí mismo en una historieta era algo impensado cuando era un niño, confiesa Delisle. “Porque nunca había visto nunca nada parecido”, asegura este dibujante que nació en Québec, en la parte francófona de Canadá. Por eso atravesó su infancia tan cerca de los Estados Unidos, pero lejos de las historietas de superhéroes, sumergiéndose en cambio en la escuela francobelga. “Con mis amigos intentamos dibujar historietas, pero hacíamos aventuras con dragones, cosas así”, recuerda este pequeño fanático del Astérix de Uderzo y Goscinny y Los Pitufos de Peyo –“los guiones aún hoy me gustan”, aclara hoy, ya no tan pequeño– y luego de Lucky Luke, pero por el dibujo de Morris.

“Ni siquiera era el mejor dibujante entre mis amigos, recuerdo que había mejores que yo. Pero cuando todos los chicos dejaron de dibujar, yo simplemente seguí haciéndolo”, explica Delisle, que intentó estudiar arte, pero le pareció “demasiado artístico”. Así que ingresó en una escuela de animación, con la idea de ganarse la vida haciendo dibujos animados. “Me parecía el proyecto perfecto.”

La primera historieta que Delisle vio alguna vez en la que un dibujante se incluía en ella fue una del francés Gotlib, que se burlaba de sí mismo presentándose como un gran artista. “Me pareció algo genial –recuerda–. Por entonces aún no había leído a Robert Crumb, al que descubrí mucho después. Y por supuesto que cuando leí Maus, de Art Spiegelman, resultó una gran influencia para mí.” En el libro Cómo no hacer nada, que compila sus historias breves, Delisle recuerda el final de su etapa infantil como lector de historietas, cuando cayó en sus manos El bar de Joe, de los argentinos Muñoz y Sampayo. “Cuando la leí por primera vez no entendí nada. Pensé que estaba todo mal dibujado, no me interesó. Pero cuando volví a cruzarme con ella, un mundo nuevo se abrió ante mis ojos. Desde entonces pienso que José Muñoz es uno de los grandes dibujantes de su generación, es algo que me pasa cada vez que regreso a esos dibujos, que aún conservo. Por eso dibujé esa historieta incluida en ese libro, para confesar mi admiración por él.”

Jerusalén, crónicas desde Tierra Santa. Guy Delisle Editorial Común 340 páginas

En la deliciosa historia que abre Cómo no hacer nada, Delisle cuenta el momento en que decidió renunciar a su trabajo como animador para dedicarse a dibujar sus historietas. “No fue la animación en realidad lo que dejé entonces, sino un trabajo en una empresa dedicada a los videojuegos. Renunciar fue algo hermoso”, se ríe desde el otro lado de la línea telefónica. Por entonces, recuerda, hacía tiempo que había abandonado Québec, realizando el viaje de iniciación que parece ser una obligación para todos los canadienses francófonos, y que tiene como destino Europa. “Venimos de acá, después de todo –resume–. En ese viaje decidí también buscar trabajo, por eso guardé en el bolso una carpeta con mis trabajos”, recuerda el dibujante, que entonces se instaló en Alemania, buscó infructuosamente trabajo en Italia y terminó recalando en París, para luego terminar mudándose a Montpellier, donde había un par de estudios dedicados a la animación. “No soy un fanático de las grandes ciudades, así que pensé que podría disfrutar de vivir unos seis meses en esta pequeña ciudad a orillas del Mediterráneo. Y me terminé quedando veinte años.”

Al llegar a Francia, Delisle descubrió algo que aún no había llegado a Canadá: una escena de historietistas dedicados a dibujar otra clase de historias. Y quiso formar parte de ella. “Así fue como regresé al género, empezando a hacer algo que hacen muchos animadores: ganarse la vida dentro de la industria, y dibujar historietas en sus ratos libres. Que por lo general no son muchos, claro.” Cuenta que estuvo cinco años mandando sus historias a Lapin, hasta que al volver de un mes supervisando el trabajo de animación en un estudio en Shenzhen, revisó sus notas –“tengo mala memoria, por eso siempre anoto lo que me pasa cuando no quiero olvidarlo”, confiesa– y se le ocurrió que ahí podía haber un par de historietas. “Renuncié a la empresa de dibujos animados cuando estaba trabajando en ese primer libro de crónicas –explica–. Me acuerdo de que pensé que, en el caso de necesitar trabajo, siempre estaba la animación. Y mi último trabajo en animación fue, justamente, el que me llevó hasta Corea, un viaje del que volví con las historias que terminaron en Pyongyang.”

VIAJANDO SE CONOCE GENTE

En Jerusalén, crónicas desde Tierra Santa, hay una historia en la que Delisle cuenta que unos periodistas lo invitan a presenciar el bombardeo de la aviación israelí sobre Gaza, en los primeros días de la Operación Plomo Fundido. Como todos sus libros de crónicas, Jerusalén... está integrado por pequeñas historias de dos o tres páginas, aventuras cotidianas en las que Delisle se embarca, ya sea relatando su vida de todos los días o actividades que realiza en su tiempo libre, con o sin sus hijos. Acompañando a una organización israelí que se dedica a testimoniar el trato injusto que sus compatriotas dan a los palestinos en la frontera, al comienzo del libro Delisle visita por primera vez el muro que los separa, y presencia sus primeros piedrazos y sufre los primeros gases. Pero la invitación a ser testigo de lo que pasa en Gaza llega al promediar el libro, y después de decir que sí, Delisle se dibuja imaginando el bombardeo sin poder hacer nada, y decide rechazar la invitación. “Usé esa pequeña historia para dejar en claro que yo no soy periodista –explica–. A diferencia de los que vienen a buscar una historia, yo las evito. Porque no necesito tener nada para enviar a casa. Vivo ahí, y me dedico a cuidar a mis hijos. Soy un observador del abismo cultural que nos separa, no un periodista en busca de noticias para enviar a casa.”

Delisle cuenta que aprendió desde muy temprano que no todo viaje era necesariamente una historieta. Por ejemplo, después de Shenzhen fue a trabajar a Vietnam, y tomó notas del viaje. Pero al regresar descubrió que no había mucho que contar: lo habían tratado bien, el trabajo iba sobre ruedas, había encontrado gente con la que se había divertido. “No había sufrido lo suficiente”, se ríe al recordarlo. También descubrió que si no se dedicaba a vivir la cotidianidad del lugar, tampoco tendría historia, como le sucedió cuando viajó a Etiopía acompañando a su mujer, un viaje en el que se dedicó a trabajar en Pyongyang, y del que tampoco volvió con ninguna historia. En Birmania aprendió que no servía de nada intentar dibujar lo que le estaba sucediendo en ese momento. “Porque perdés perspectiva –explica–. Lo que te puede parecer divertido o interesante cuando estás allá, cuando estás de vuelta en casa no tiene por qué serlo. Empecé a dibujar Crónicas birmanas en Rangún, y al terminar el libro en Montpellier tuve que sacar 16 páginas. Y todavía me pasa que cada vez que lo miro pienso que debería haber dejado más páginas afuera.”

Uno de los referentes del periodismo en historieta es Joe Sacco, el autor de obras maestras como Palestina o Notas al pie de Gaza, un autor con el que es inevitable comparar un trabajo como Jerusalén.... De hecho, en el libro, cuando le niegan el permiso para ingresar en Gaza a dar un taller, Delisle bromea diciendo que lo deben haber confundido con Sacco. “Es que puede haber sucedido –asegura–. Cuando se habla de historietas y Medio Oriente, todos hablan de él. Yo lo admiro, pero lo que hacemos es muy diferente. También es paradójico, porque aunque él hace periodismo, como su trabajo es histórico puede tomarse todo el tiempo que le demande dibujar sus historietas, que es bastante. Yo tampoco tengo el problema de la inmediatez, pero te puedo completar una página por día.”

Cuando se le pregunta si hay alguna historia incluida en el libro de la que esté particularmente orgulloso, o que supo que iba a terminar dibujando apenas le sucedió, Delisle menciona la del susto que se agarró viendo unas películas de terror en una iglesia. “No es algo que tenga que ver necesariamente con Jerusalén, podría haberme pasado en cualquier lado, pero sí tiene que ver con el hecho de vivir mucho tiempo en un lugar y conocer gente, que es lo que me gusta hacer”, explica Delisle, evocando el delicioso y ridículo momento en que se abstrajo tanto mirando unas películas en el cuarto de trabajo que le habían cedido en una iglesia, que cuando se quiso dar cuenta se había quedado solo y a oscuras, en un lugar al que casi no conocía. Salió a tientas y cuando estuvo afuera se dio cuenta de que estaba bastante asustado y también de que esa aventura sería perfecta para un libro, si es que llegaba a haberlo. “Porque es la clase de cosas que no te suceden si estás de paso, tenés que vivir ahí y conocer gente para que te llegue a pasar algo así.”

EL FIN DE LA AVENTURA

Ahora que ha conseguido un público dispuesto a seguirlo donde sea que viaje, Delisle revela que es posible que se hayan terminado para él esta clase de libros, porque con su mujer han decidido quedarse en Montpellier y no hacer más viajes para Médicos sin Fronteras. “Cuando edité Crónicas birmanas, se vendieron 60 mil ejemplares, muchos más que la gente que puede estar interesada en conocer Birmania –explica Delisle–. Así que sé que hay gente dispuesta a viajar conmigo al Tíbet, si es que decido hacerlo. Pero la clase de libros de viaje que me gusta hacer es la que implica quedarse a vivir un tiempo en un lugar, y eso ya no va a suceder, porque nuestros chicos ya están grandes y se nos dificulta encontrarles una escuela, así que decidimos que se ha terminado la época de esa clase de aventuras.”

El fin de los viajes, explica Delisle, le ha permitido dedicarse a otros proyectos que estaban postergados. Como, por ejemplo, uno que asomó en una breve historia muda incluida en el libro de Birmania, titulada Guía del mal padre, en la que el protagonista descubre que se ha quedado sin leche para cortar su café y decide utilizar la de la mamadera de su hijo, que guarda en la heladera. Delisle se ríe al recordar la historia a partir de la cual desarrolló una temática para la que acaba de terminar el segundo tomo –que saldrá en Francia en enero– con sus desventuras propiciadas por la crianza de sus hijos. “Es como los libros de viajes, pero sin los viajes”, bromea el autor de Pyongyang, que dice saber lo mismo que saben todos sobre la anunciada adaptación de ese libro por Hollywood. “Reservaron los derechos, e informaron que el director sería Gore Verbinski. Pero aún no se firmó nada. Recién a mediados del año que viene sabremos más.”

¿Nunca pensó en adaptar él mismo sus novelas al cine, como hizo Satrapi con Persépolis? “La verdad es que no me da ninguna gana. Para Jerusalén... estuve un año allá tomando notas, y después un año y medio dibujándola. Yo trabajé en animación, no te olvides. Así que sé lo que significa dedicarse a hacerlo. No tengo ninguna gana de pasarme más tiempo trabajando en lo mismo”, aclara Delisle, que asegura no sentir la presión de esos fieles lectores que aún siguen esperando ver dónde los llevará en su próximo viaje. “Cuando estoy ante el tablero, estoy solo y hago lo que me divierte. La presión sólo la siento cada vez que cuento que no habrá viajes y mi interlocutor me pregunta, medio ansioso: ‘¿Y ahora qué vas a hacer?’”, se divierte Delisle, que confiesa que hay otra razón por la cual se siente aliviado de no tener ningún viaje por delante. Según explica, para Jerusalén... decidió dejar afuera la mayoría de lo relacionado con la crianza de sus hijos y al funcionamiento de una ONG, porque sintió que ya había tratado el tema en Crónicas birmanas. “Como Jerusalén es una ciudad tan política y religiosa, ésos fueron los dos grandes temas de este libro, así que seguramente también quedarían afuera de la siguiente crónica. ¡Por lo tanto ya no me quedarían temas para contar!”, exagera.

De hecho, Jerusalén... es casi un ensayo sobre todo lo que puede hacer la religión con tu cotidianidad.

–Sí, es que todo es demasiado sagrado. La religión exige que sea así. Caminás en medio de todo eso y podés ver todo lo que puede hacer con vos. Vivir un año en Jerusalén no me hizo querer ser más religioso, te lo aseguro.

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