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Domingo, 14 de septiembre de 2003

MúSICA

Escenas infantiles

Después de deslumbrar en vivo en el festival que protagonizó hace días en el Teatro Colón, Martha Argerich brilla ahora en la pantalla grande. En el monólogo-río con que se despacha en Martha Argerich - Conversación nocturna, el film de Georges Gachot que se estrena el próximo jueves, la pianista revisita sus hazañas de juventud, su amor por Friedrich Gulda, el placer culpable que sintió la primera vez que canceló un concierto, sus relaciones con la inspiración y hasta el pesar que le provoca que Robert Schumann no haya sido argentino.

POR DIEGO FISCHERMAN

Milan Kundera suele escribir novelas farragosas y secuencias magníficas. En una de ellas, al comienzo de La inmortalidad, una mujer está con su instructor en el borde de una pileta de natación y hace un movimiento. Es un gesto de seducción juvenil, casi perdido, en el que la adolescente, por un momento, vuelve a apropiarse de ese cuerpo que ya le es ajeno. Martha Argerich es, permanentemente, esa mujer. La adolescente –y hasta la niña– está presente todo el tiempo detrás de su cuerpo actual. Sus mohínes, su aire de Lolita genial y caprichosa, sus carcajadas repentinas, sus súbitos momentos de introspección y melancolía atraviesan un cuerpo –el de una mujer de más de 60 años– que ella no reconoce como suyo.
En la casa la llaman Marthita. “El otro día vi Gran Hermano”, dice, casi como un chiste, al principio del notable film documental filmado por Georges Gachot. “No entiendo esa gente que quiere que vean su vida privada”, aclara, y repite, más fuerte, para alguien que no se ve: “Ayer vi Gran hermano”. Y entonces, ya a cámara: “No, por favor, apaguen la cámara”. Martha Argerich, ya se sabe, sólo excepcionalmente concede entrevistas. No respeta ninguna de las reglas de la industria del entretenimiento. No sigue el juego de fingir intimidad y suministrar supuestas revelaciones que sostiene el género de la entrevista periodística. Es capaz de responder, en una conferencia de prensa, que “de eso no puede hablar a esa distancia y con alguien desconocido”. En 1999, poco antes de que volviera a tocar en Buenos Aires después de trece años de no hacerlo, tuve ocasión de entrevistarla en su casa de Bruselas. Durante tres días –en los que ni se habló de la posibilidad del reportaje– viajé con ella a Brujas para ver una exposición de Rembrandt, jugué a Dígalo con mímica (Charade, decían ella y el séquito de jóvenes músicos que rondan su casa), comí sushi y carbonada, y escuché conversaciones eternas acerca de concursos de piano, en una mezcla de francés, inglés, castellano e italiano. A la tercera noche de asedio, ya de madrugada, Argerich se levantó de la mesa y dijo: “Ahora ya nos conocemos: vamos al estudio y hagamos la entrevista”.
Periplos similares se adivinan en el backstage de Martha Argerich - Conversación nocturna, la película de Gachot que se estrena el próximo jueves en Buenos Aires. En todo caso, lo que aparece en el film –ese monólogo brillante– resulta tan revelador como aquello que, por su propia naturaleza, jamás podría haber estado allí: la desautorización posterior que Martha Argerich hizo del documental. En ese confiarse a alguien y, luego, en la retractación, aparece uno de los rasgos más llamativos de la pianista: su constante ruptura del relato lineal. Así como se ríe, explosiva, y cambia de idioma, hace pausas eternas o se desvía, nunca se sabe, cuando empieza a hablar de algo, con qué tema ni con qué ánimo terminará. Tal vez lo mismo suceda cuando toca el piano. Hay una contradicción entre términos que sólo parecen conciliables en ella: la liviandad y la fuerza. Martha Argerich flota (sobre las notas, sobre todo) y al mismo tiempo puede imprimirle una profundidad y un peso únicos a aquello sobre lo que se posa.
La relación con Friedrich Gulda (que en la película, además de tocar Beethoven, juega al ping-pong), con los compositores y las obras (“yo creo que Schumann me quiere, siempre tuve una gran afinidad con él”), con los conciertos (“hay que prepararse un 150 por ciento para lograr un 60 por ciento. En el resto hay que confiar en la inspiración del momento”) y con su carrera (“la primera vez que cancelé un concierto fue a los 17 años: quería saber qué se sentía”), los ensayos, las presentaciones en vivo, el presente y el pasado: todo eso desfila por el documental de Gachot, pero se podría decir que su tema es el tiempo. En ese sentido, las imágenes de Argerich joven (recibiendo a los 16 años el premio del Concurso Chopin de Varsovia, dando conciertos en la década del setenta, junto a André Prévinhaciendo Prokofiev y junto a Dutoit tocando Ravel) tienen una contundencia fenomenal. Argerich habla de sus comienzos, de la infancia, y en un momento dice: “En la infancia es cuando sucede todo”. Los recuerdos aparecen en oleadas y la imagen juega, también, con el oleaje de autos en la 9 de Julio y el del océano en Mar del Plata. Ésas son –junto con unos caballos atravesando la llanura inmensa que se superponen en el final de “Libertango” de Piazzolla– las únicas concesiones al pintoresquismo. La Argentina aparece en el relato más bien como ruido de fondo, y –más explícitamente– en dos ocasiones, ambas relacionadas con Gulda. En la primera: “Él me decía: ‘Vos no tenés la culpa de que Schumann no sea argentino’”. La segunda es más interesante: “Él me enseñó el humor en la música. En la Argentina, la música no tenía humor; mucho ambiente de bel canto. Mucho dramatismo y solemnidad”.
Por otro lado, Martha Argerich - Conversación nocturna apuesta a una cierta circularidad. En el comienzo y en el final, la pianista aparece junto a un joven prodigio, el violinista Geza Hosszu-Legocky. Ese detalle, y la escena que la muestra tocando en trío con un baterista y con Eduardo Hubert (“Libertango”), están lejos de ser lo mejor del film. Sin embargo, revelan una de las características enigmáticas de Argerich, su ocasional debilidad por elegir partenaires poco dignos de ella, algo muy perceptible en el festival que acaba de protagonizar en el Teatro Colón de Buenos Aires. En cambio, esa fantástica Partita en Do Menor de Bach que en sus manos se aproxima al jazz, vale por todo el film. “Cuando toqué esa Partita en Estados Unidos, se me acercó un crítico de jazz a decirme que nunca la había oído así, que yo la tocaba con swing. Por ahí es eso, ¿no? Se trata de tocar con swing”, reflexiona, casi a solas. Y es posible que tenga razón. Que al fin de cuentas todo sea, sobre todo, una cuestión de swing.

Martha Argerich . Conversación nocturna,
de Georges Gachot. Estreno el próximo jueves 18 en
el cine Cosmos, Corrientes 2046.

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