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Domingo, 12 de enero de 2014

COMPAREMOS MITOLOGIAS

Cuando se consagró como autor del comic The Sandman en los años noventa, las expectativas sobre Neil Gaiman eran enormes. Con los años, con altibajos y fracasos, las cumplió: hoy su nombre es el más importante de la literatura fantástica y territorios vecinos. Desde su novela Coraline hasta el libro infantil El día que cambié a mi padre por dos peces de colores, casi todas sus obras son hoy clásicos contemporáneos, de una calidad admirable y al mismo tiempo muy exitosos: lo convirtieron en una verdadera estrella que hoy, a los 53 años, está viviendo su momento de mayor exposición. Pero, increíblemente, en Argentina su nombre sigue siendo un privilegio que sólo conocen los fans del género. Eso puede cambiar ahora que sus libros, que antes habían llegado en castellano desde España o en tímidas ediciones de bolsillo, comienzan a ser editados como corresponde. Por eso, la edición casi simultánea de una nueva traducción de American Gods y de su última novela, la extraordinaria El océano al final del camino, merecen este repaso de un autor que quienes conocen envidian la suerte de quienes aún lo están por conocer.

 Por Mariana Enriquez

En 1991, Neil Gaiman cambió el juego en el mundo de la literatura fantástica y del comic de una forma sin precedentes –que enojó a buena parte de los puristas–. Ese año, como siempre, se llevó a cabo la World Annual Fantasy Convention, donde se entrega uno de los premios más codiciados del género, el Howard Philips Lovecraft a Mejor Cuento. Neil Gaiman lo ganó –pero lo ganó con un comic, Sueño de una noche de verano, el episodio Nº 19 de The Sandman, la historieta/extensa novela gráfica que lo convirtió en una celebridad en los años ’90–. Fue la primera y única vez que un comic se alzó con uno de los más prestigiosos honores en la literatura fantástica: el escritor Harlan Ellison, que estuvo presente en la escandalosa ceremonia, cuenta por qué en el prólogo de Temporada de nieblas, el cuarto volumen de The Sandman: “Todos los snobs autores y artistas y críticos de género fantástico estaban ahí sentados esperando que ganara un relato convencional y se atragantaron con sus almendras cuando este renegado escritor de historietas se llevó el premio, que es como un diamante tan grande como el Ritz. Hubo muchos resoplidos y gritos y aullidos sobre trampas en la votación. Tan enfurecidos estaban ante semejante elección de un panel de expertos que no se avergonzaba ni podía ser sobornado porque se había encontrado con la Excelencia, que las eminencias grises que organizan el concurso decidieron reescribir las reglas para que nunca más se pueda nominar a un ‘comic’”.

El endurecimiento de las reglas duró poco –en teoría se puede volver a nominar a un comic para ese premio– pero el escándalo que produjo en las filas de los representantes de un género que a priori se considera de los más amplios e innovadores resultó la señal de que en Neil Gaiman se avecinaba un autor diferente, ambicioso, el más literario de todos los guionistas en lengua inglesa. Decía también Ellison: “¿Cómo sabemos que el trabajo de Gaiman es de excelencia? Lo sabemos porque Susan Sontag escribió: el arte verdadero tiene la capacidad de ponernos nerviosos. Nerviosos. Ustedes deberían haber estado en esa ceremonia de premios. Esos tipos estaban cagando ladrillos”.

EL MUNDO DE LOS SUEÑOS

American Gods (2001): La larguísima primera novela “norteamericana” de Gaiman, una historia de carretera, dioses, mitos, pueblos pequeños, atracciones turísticas abandonadas, mujeres zombies y niñas perdidas que es tan compleja y deshilachada como conmovedora y fascinante. Su reedición --con la que llega por primera vez a las librerías locales-- tiene un prólogo conmemorativo del autor, escrito a diez años de su aparición original.

A esta altura, The Sandman y lo que The Sandman logró no requiere mayor presentación, pero, en resumen y para quienes todavía son afortunados y no leyeron esta obra maestra –en cualquier género–, The Sandman es el comic que Neil Gaiman escribió entre enero de 1989 y marzo de 1996, que ayudó a prestigiar el sello Vértigo de DC Cómics (editado por la brillante Karen Berger) y uno de los picos más altos de la “invasión británica” que en los ‘80 y ’90 tomó por asalto el género con autores como Alan Moore (La cosa del pantano, V de Vendetta, Watchmen), Grant Morrison (Animal Man, Doom Patrol) o Jamie Delano (Hellblazer). Fue la etapa “madura” del comic, que volvía ser pensado para adultos, en temas, en formas narrativas, en citas; todos introdujeron temas políticos y una importante dosis de la tradición ocultista británica; a todos se les dio personajes laterales o muy menores del universo DC y los revivieron de forma impensada.

De todos, Neil Gaiman fue el menos político y el más literario. Norman Mailer llamó a The Sandman “un comic para intelectuales”, pero la verdad es que su aporte fue mucho mayor: en sus páginas convivían Borges –encarnado por el personaje de Destino, un ciego encadenado a un libro, que vive en un jardín-laberinto– con Wanda, una fabulosa transexual negra; había relecturas desvergonzadas de los universos de El mago de Oz de L. Frank Baum o de Alicia en el país de las maravillas de Lewis Caroll; de a ratos, The Sandman se parecía a Dickens, otras veces a Shakespeare –que era un personaje desde el segundo año–, otras a una novela queer urbana o a un cuento folklórico inglés. Gaiman citaba a Chesterton, a John Aubrey, a Arthur Machen, a Iggy Pop, y volvía a contar el mito de Orfeo y retomaba a personajes olvidados del universo DC o volvía a cartografiar el Infierno –su Lucifer es alucinante– y el País de las Hadas. Como suelen hacer los autores de fantasía, Gaiman inventó un mundo con The Sandman, con sus propias leyes y monarcas. Los regentes principales eran la familia de los Eternos: Destino, Desesperación, Deseo, Destrucción, Delirio, Muerte y Sueño –estos dos últimos los personajes más importantes, y Sueño el que da título a la serie porque The Sandman es, también, el hombre que tira arena en los ojos para que nos den ganas de dormir y, por la mañana, encontramos su rastro en las lagañas–. Sueño es capturado por unos magos ingleses que, en verdad, quieren atrapar a la Muerte. En esos años de cautiverio el hasta entonces arrogante y súper poderoso Sueño cambia. Y como no puede cambiar, porque no está en su naturaleza, su regreso se convierte en una larga búsqueda de su hermana, Muerte, imaginada por Gaiman como una adolescente gótica, deliciosa y sensual, de dieciséis años, con un Ankh egipcio colgando del cuello.

The Sandman ganó todos los premios posibles y es uno de los tres únicos comics que alcanzaron la lista de best-sellers del New York Times (los otros son Maus de Art Spiegelman y El caballero de la noche vuelve, el Batman de Frank Miller). Cuando se recopiló en diez tomos –siempre con las cubiertas ilustradas por el enorme Dave McKean–, la tarea de escribir los prólogos quedó en manos de la crema de los escritores de género del mundo –en verdad, un seleccionado de los mejores escritores vivos–. Prologaron las recopilaciones de The Sandman Stephen King, Steve Erickson, Samuel R. Delaney, Gene Wolfe, Harlan Ellison, Peter Straub, Clive Barker, Frank McConnell: los mejores decían que este joven autor, Neil Gaiman, era ahora el mejor.

The Sandman tiene también otro raro privilegio: es el único comic con ese nivel de prestigio y popularidad que fracasa una y otra vez cuando se intenta adaptarlo para cine. Dice Neil Gaiman: “Durante años no quise que se hiciera, sabía que iban a arruinarlo. Ahora tengo más confianza: creo que vendrá alguien para quien signifique el proyecto de su vida, de la misma manera que, por ejemplo, lo fue El señor de los anillos para Peter Jackson”. Por estos días circulaba una versión de que finalmente The Sandman llegaría al cine con el sobrevalorado Joseph Gordon-Levitt y, rápidamente, Gaiman salió con elegancia a decir que él, personalmente, preferiría que interpretara al Señor del Sueño alguien como Benedict Cumberbacht (Sherlock) o Tom Hiddleston (Loki en The Avengers). Por ahora, son rumores.

Lo cierto es que la exposición de The Sandman y la extraordinaria promesa de ese talento narrativo pusieron a Neil Gaiman en 1996, cuando sólo tenía 36 años, frente a su gran dilema: si podía, si quería, ser un escritor de narrativa fuera del comic, narrativa puramente literaria, por decirlo de alguna manera.

Quiso. En eso está desde entonces. Y ahora, por fin y por primera vez, su obra de ficción se consigue casi en su totalidad en castellano y en Argentina. La noticia, ahora, es la edición de su nueva novela, la inquietante El océano al final del camino, y la reedición de su discutido clásico, American Gods, con un nuevo prólogo del autor y una traducción revisada. Pero el camino hasta este raro éxito fue complejo y hoy, gracias a ciertas decisiones personales de Gaiman, su propia figura está en el centro de varias polémicas.

Lo que nadie discute ya es que Neil Gaiman es el autor de fantasía más importante y más famoso del mundo –el autor hombre, se entiende, porque la fama en la fantasía desde hace años es terreno de las mujeres, desde J. K. Rowling hasta Susanna Clarke o, en un terreno emergente, Kelly Link y Karen Russell. Y haciendo la salvedad, claro, de la anomalía de George R.R. Martin y su Juego de tronos–.

DIOSES Y MONSTRUOS

El libro del cementerio (2008): Una deliciosa relectura del El libro de la selva de Rudyard Kipling sobre un chico que sobrevive al asesinato de sus padres y busca refugio y es criado, hasta la adolescencia, por fantasmas y un vampiro, Silas, entre las lápidas del cementerio local. Dan ganas de volver a la infancia para que sea un libro de cabecera.

Neil Gaiman nació en Hampshire y creció en West Sussex, en una familia de clase media devota de la cientología. El, hoy, dice que era la “religión familiar”, que su participación actual es nula y que cualquier intento de relacionarlo con cientología es una “locura”. Pero la cuestión es más profunda, como se verá más adelante. De chico, Gaiman era fan de la ciencia ficción y la fantasía: leía a autores contemporáneos como Ursula K. Le Guin y Michael Moorcock y a clásicos como Lord Dunsany o C. S. Lewis. Gaiman no tiene formación académica, no fue a la universidad, y su primer trabajo fue de periodista, en los años ’80. “Durante mucho tiempo sobreviví entrevistando celebridades para Penthouse y Knave, dos revistas de ‘piel’ como se les dice en Inglaterra”, cuenta. También, por ejemplo, escribió una oscura y casi inconseguible biografía de Duran Duran. Decepcionado con la profesión, se enamoró de los comics, se hizo amigo de Alan Moore y empezó a escribir sus guiones para revistas inglesas. Antes de ser reclutado por DC escribió tres novelas gráficas con su amigo y compañero, el ilustrador Dave McKean. Dos de ellas, Violent Cases y The Tragical Comedy or Comical Tragedy of Mr. Punch hablan de uno de los tres temas fundamentales en la obra de Gaiman: la familia. Los otros dos temas son el mito y la aventura. Sobre estos tres pilares se construye toda su ficción. En estas novelas gráficas, es su propia familia la que es contada: y se trata de una familia llena de secretos y violencia y silencios, un ejercicio de memoria (ambas se cuentan desde el punto de vista de un niño) que alimentaría a esa otra familia silenciosa y distante y loca de The Sandman, la de los Eternos –que trabaja tanto sobre los lazos familiares como sobre el mito y las posibilidades de la narración–.

La primera novela de Neil Gaiman fue escrita en colaboración con un absoluto maestro del género, Terry Pratchett. Publicada en 1991, Good Omens es una comedia sobre el nacimiento de Satanás y la primera exploración en prosa de Gaiman sobre el mito como tema. Y aquí es donde el camino hacia la novela se pone complicado. Primero, Gaiman escribió para la BBC la miniserie Neverwhere, sobre un joven un poco abombado que, después de ayudar a una chica que cree mendiga “cae” al inframundo de Londres donde existe, o sobrevive, una subcultura entre medieval y cyberpunk. En 1996, esta miniserie fue su primera novela, Neverwhere, que puede considerarse dentro de su “etapa inglesa”: el inevitable uso de Londres como tema y escenario de un escritor británico, su novela steampunk. Poco después, DC editó una novela ilustrada, Stardust, cuento de hadas que puede verse como la contracara de Neverwhere: si en una Neil Gaiman configura el submundo de Londres en la actualidad, con villanos dickensianos, algo de Dr. Who y escenas de acción, en Stardust, la historia de un chico que viaja al País de las Hadas a buscar una estrella que cayó del cielo –y que es una chica–, con su estructura episódica, cita a Machen, Dunsany y el folklore británico, con un tono casi de novela juvenil. Stardust acabó editándose, sin ilustraciones, en una versión mucho más larga y como novela tradicional, en 1999. Y aquí fue cuando Gaiman se sintió incómodo como escritor de ficción. “Hasta ese momento –explica– no había escrito una novela propiamente dicha. Siempre habían comenzado como otra cosa, o eran colaboraciones, o ampliaciones, o adaptaciones de un guión. Así que decidí empezar con American Gods.”

Desde los años ’90, Neil Gaiman vive en Estados Unidos, en una mansión victoriana a las afueras de Minneapolis. Dice que su mudanza fue por motivos fáciles de entender: “Mi esposa, Mary, es norteamericana, y me pareció justo criar a nuestros hijos en su país. Además, tenía ganas de tener una casa gótica victoriana y eso no se consigue en Inglaterra, aunque parezca mentira. ¡Estados Unidos está lleno de este tipo de casas! Y compramos una estilo familia Adams”. También trasladó su universo a Estados Unidos: esos dioses que poblaban The Sandman, esos mitos que reescribió tantas veces, se quedan sin trabajo cuando llegan al Nuevo Mundo, porque los inmigrantes no se llevan sus mitos consigo o, mejor, empiezan a alabar a otros dioses, los de esta nueva tierra. Una novela extraña, de carretera y llena de espirales y tangentes, con deliciosas mujeres-zombie, un ex convicto hijo de Odin llamado Sombra y fabulosos episodios sobre la liberación de los esclavos en Haití, American Gods (2002) significó para Gaiman un éxito parcial porque la novela fue duramente criticada, de una manera injusta y hasta ensañada. Vendió mucho y ganó todos los premios importantes (el Hugo, el Nebula), pero dejó a Gaiman insatisfecho y por eso, en 2006, publicó Anansi Boys, una comedia de aventuras sobre los hijos del dios africano Anansi, el dios-araña, el dueño de las historias, que ya era un personaje secundario en American Gods. Insólitamente, varias productoras de Hollywood quieren llevar Anansi Boys al cine, pero siempre le piden lo mismo a Gaiman: “Me sugieren que cambie el color de piel de los personajes, o que agregue más blancos. Les explico que Anansi es un dios africano, que sus hijos son negros, que todo el sentido de la novela es ése. Entonces me dicen ‘ok’ y no hablan más del tema”.

A esta altura, Gaiman había acometido casi todos los subgéneros: el cuento de hadas, la fantasía urbana, la novela de carretera, la sátira. En muchos, además, aparecía su interés por el relato en sí, por la narrativa, por escribir historias sobre historias: Anansi es el dios que, con sus historias, crea el mundo; Sueño, en The Sandman, es el amo de las historias que no serán realidad, es decir, de la ficción. Por supuesto, esta sofisticación, en Gaiman, se le entrega con los lectores con una enorme gracia y, sobre todo, un estilo inimitable, lírico y sencillo, grandioso y totalmente alcanzable. Una voz propia muy clara que él mismo definió en Anansi Boys: “Toda persona, quienquiera que haya sido o es, tiene una canción. No es una canción que alguien más haya escrito. Tiene su propia melodía y sus propias palabras. La mayoría tememos no poder hacerle justicia con nuestras voces, o que nuestras palabras son demasiado tontas o demasiado honestas o demasiado raras. Entonces, en vez de cantarlas, la gente vive sus canciones”.

Gaiman, claro, encontró esa voz. Y esa melodía. Y esas palabras.

EL ORIGEN DE LAS CANCIONES

El Cementerio sin lápidas y otras historias negras (2010): Todavía no se consigue en Argentina una buena recopilación de relatos breves de Neil Gaiman (como sus dos colecciones Humo y espejos y Objetos frágiles) pero a modo de consuelo se editó acá este volumen de cuentos “para jóvenes” que tiene clásicos oscuros como “La presidencia de Octubre”, “El puente del Troll” y “Cómo hablar con las chicas en las fiestas”.

Quizá, de todos los terrenos en los que Gaiman ha incursionado, el menos exitoso sea el cine. En 2005 escribió Mirrormask con Dave Mckean, una película inspirada en Laberinto de Jim Henson –filmada en casa de Henson, en parte–, pero no funcionó. Tampoco la muy menor adaptación de Stardust en 2007, a pesar de un elenco que incluía a Michelle Pfeiffer, Robert De Niro y Peter O’Toole. El guión para el Beowulf (2007), de Robert Zemeckis, naufragó en ese despropósito de película con animación digital y recién en 2009 llegó el primer éxito artístico, de público y de crítica en una película con la adaptación de Coraline, de Henry Selick, en animación stop-motion.

Coraline es una novela para chicos. En literatura infantil y juvenil, Neil Gaiman tiene unos quince títulos y es el género que lo ha hecho un hombre rico. Un millonario. Sus textos infantiles son terriblemente oscuros, quizás incluso más que su ficción para adultos. Muchos, los mejores, están en la línea de sus primeras novelas gráficas, y el tema dominante es la familia. El día que cambié a mi padre por dos peces de colores (1997, con ilustraciones de McKean) se trata exactamente de eso, y ese padre cambiado tiene una desconexión tan grande con sus hijos que da pavor –casi como el padre de su comic para adultos, Violent Cases, que le disloca el brazo a su hijo en una discusión, y que probablemente haya sido un hecho de abuso autobiográfico–. En Los lobos en las paredes, libro ilustrado de 2003, otra vez una familia está en peligro por una fuerza que viene desde adentro, desde la propia casa, desde el refugio. Coraline es de 2002: una relectura de Alicia en el país de las maravillas lleva a una fábula oscurísima que usa el concepto de siniestro freudiano –lo familiar deja de serlo y se vuelve otra cosa– para contar la historia de una niña que encuentra un pasillo en su propia casa que lleva a una casa idéntica a la suya pero donde su madre tiene ojos de botones negros y manos de araña; allí los gatos hablan, no es posible encontrar el camino de vuelta y dentro de los armarios hay otros chicos, espectrales, antiguos secuestrados. Es muy distinto pero igual de oscuro El libro del cementerio (2009), sobre un chico que escapa de una masacre y se refugia en el cementerio, donde encuentra su nueva familia entre espectros y vampiros –una relectura gótica de El libro de la selva de Kipling–.

En todas las fantasías de Gaiman, por más oscuro que sea el mundo y terrible lo que se tiene que enfrentar, el protagonista escapa, o encuentra las herramientas para hacerlo. Escribía en The New Statesman Laurie Penny: “Los libros de Gaiman suelen seguir una estructura básica. Debajo de la superficie hay otro mundo oscuro y la gente común –gente sola, perdida– pueden encontrar el camino hacia allí si son muy valientes o tienen suerte. La puerta mágica en la pared que te saca de tu vida y te lleva a otra. Gaiman ha perfeccionado la fórmula y nadie lo hace mejor. No es una sorpresa que sus lectores lo amen como una droga. Otros escritores de fantástico y novelistas gráficos contemporáneos de Gaiman –Warren Ellis, China Miéville, Alan Moore– tienen una agenda política. Pero aparte de cierta militancia por los derechos de la comunidad lgbt, el trabajo de Gaiman es puro escapismo, y eso quizá lo hizo tan popular en los ’90 y en los 2000: un tiempo en que a la gente se le permitía soñar sobre diferentes vidas pero no sobre cómo cambiar la propia. Fueron los años en que los jóvenes necesitaban historias para sobrevivir. Todavía las necesitamos...

A Gaiman no le molesta que su ficción sea considerada “escapista”. Dice, citando a Tolkien, que los únicos que están en contra de escapar son los carceleros. Y agrega: “La gente me suele preguntar: ¿cómo se siente acerca de que lo que escribe es fundamentalmente escapista? Y yo respondo que, para mí, no hay nada malo con querer escapar. Alguien que está en una situación imposible y a quien se le abre una puerta por la que se puede ir, y se puede ir de una manera genuina, y en ese irse puede aprender cosas y juntar una armadura y conocimiento y armas para que, cuando vuelva a la prisión, sea una mejor prisión. Eso es algo bueno. Eso nunca puede ser algo malo”.

PARTE DEL MAR

El océano al final del camino (2013): La última y breve novela de Neil Gaiman es una cruza de sus recuerdos de infancia en Sussex –arranca con el suicido del inquilino de su casa– y la historia fantástica de sus tres vecinas, antiguas brujas, que lo ayudan a deshacerse de un monstruo milenario que quiere matarlo y acabar con su familia. Extraña, evocativa y hermosa.

La nueva novela de Neil Gaiman, El océano al final del camino, que editó recientemente Roca Editorial, es de alguna manera una summa y al mismo tiempo la más extraña de sus ficciones: aparecen las Tres Mujeres, un personaje central en Gaiman, las Furias Griegas, pero también la Triple Diosa celta, que tiene dos aspectos, el destructivo y el benévolo (son “Las benévolas” que recordarán los fans de The Sandman) y aparece la infancia otra vez, esa infancia desolada de sus primeras novelas gráficas y sus libros infantiles. Desde la cita de apertura, de Maurice Sendak, homenajea esa niñez oscura (“Recuerdo con claridad mi propia infancia... Sabía cosas terribles. Pero sabía que no debía permitir que los adultos supieran que lo sabía. Los habría asustado”.) El protagonista es un niño que, primero, ve su vida invadida por un huésped-inquilino sudafricano que se queda en su casa, atropella a su gato y luego se suicida en su propio auto. Esa muerte abre una puerta. Y luego, sus vecinas –las tres mujeres, antiguas, sabias, eternas– le dan refugio cuando aparece en la casa un monstruo muy antiguo disfrazado de niñera infernal, Ursula Monkton, que tiene fascinada a su familia y que cambia a su padre al punto que lo vuelve abusivo y asesino –la escena en que el padre intenta ahogar al niño en la bañera es de las más espeluznantes que Gaiman haya escrito–. Hay algo muy íntimo en El océano al final del camino, algo doméstico que se ha roto, y que ni esas vecinas maravillosas, brujas de mil años de edad, pueden arreglar.

Neil Gaiman dice que no pensó esta novela para publicarla: que la escribió para su esposa, la estrella de rock indie Amanda Palmer, cuando ella estaba de gira por Australia. Pero más allá del cómo, de lo que parece estar hablando Gaiman en esta novela, otra más sobre padres cambiados, es sobre un trauma. Y muchos críticos asocian ese trauma a su padre, el vocero principal de cientología en Inglaterra. Hay incluso grabaciones para la BBC de Neil niño hablando de la “religión”. Y hoy mismo hay rumores, que él desmiente constantemente, sobre cómo dona dinero al culto. Sucede que su familia sigue en la religión y él no suele hablar en contra de la cientología –se sabe que parte de la política del culto es alejar a las personas que puedan resultar disruptivas y en el caso de Gaiman sería dejar de ver a su ex mujer y a sus hermanas, por ejemplo–.

Parte de los rumores y de la constante referencia a la cientología últimamente está relacionada con que la imagen pública de Neil Gaiman ha cambiado mucho. Si al principio de su carrera era muy discreto, hace tiempo que su presencia online es ubicua: en su blog, en su twitter, en Facebook. Esa conectividad aumentó mucho más cuando se casó con la cantante Amanda Palmer –ex Dresden Dolls– en 2011, una mujer brillante y exhibicionista, que en su vasta cultura, su erudición, adicción a la hiperconectividad y su actitud punk rocker a veces recuerda a Courtney Love. También recuerda a Love por el odio que le profesa a Palmer una parte de los fans de Gaiman, que creen que lo ha convertido en una celebridad web y que lo somete a una sobreexposición innecesaria –la pareja suele contar intimidades, comparten desdichas cotidianas, cuentan cómo se enamoraron y un largo etcétera–. Gaiman parece enamoradísimo y, a los 53 años, está claro que nadie lo lleva de las narices; es apenas otro prejuicio machista, un susto varonero ante el huracán Palmer: ella es una mujer muy atrevida.

Lo que sí está es sobreexigido. Y en su momento más exitoso: El océano al final del camino, breve y excéntrica como es, debutó en el Nº 1 de la lista de best-sellers del New York Times y ganó el National Book Award a Libro del Año en Gran Bretaña. Su último libro para chicos, Fortunately The Milk, también es un super éxito. La BBC Radio acaba de lanzar una versión en audio de Neverwhere con James McAvoy y Benedict Cumberbatch y, con Amanda Palmer, acaban de terminar sus presentaciones conjuntas, que se pueden comprar por Itunes. Y por supuesto, la joya de la corona: después de casi veinte años, Neil Gaiman volvió a escribir The Sandman para DC, esta vez retomando la historia del origen de Sueño –en 2003 había escrito por última vez sobre ese universo en la serie The Endless, ilustrada por leyendas como Milo Manara y Bill Sienkiewickz–. The Sandman: Overture hasta ahora tiene una sola entrega, porque Gaiman todavía no tuvo tiempo de escribir el segundo, que saldrá a mediados de febrero (él mismo pidió disculpas públicas por el retraso). En el medio de este torbellino, decidió tomarse un “descanso sabático de redes sociales”: sólo postea en su blog y continúa, al menos durante febrero, con su gira de charlas por Estados Unidos. Vestido de negro perpetuo, su pelo siempre enmarañado, algo de adolescente, dice que tiene que volver a ser escritor. “Esto de viajar y tener éxito tiene su parte excelente y sus grandes problemas. Los grandes problemas tienen que ver con la escritura. Actualmente estoy lidiando con cómo volver a ser un escritor en vez de ser esto que soy: un viajero, una persona que firma libros, un promotor, un charlatán, un conferencista. Hay muchas cosas más divertidas que sentarse en una habitación, solo, a escribir. Me gusta interactuar con seres humanos y hacer cosas. Eso es incompatible con la escritura. Estoy construyendo nuevas maneras de volver a ser un escritor.”

El océano al final del camino, en su introspección y su soledad es quizás un primer paso en este volver a encontrarse. Gaiman asegura que tuvo terror de publicarla, que no sabía si era buena, que estaba lleno de dudas. Y eso lo alegró. “Hay un momento en que, inevitablemente, cuando un autor tiene cierto número de fans y cierta popularidad, los editores empiezan a verlo como una marca. Es una rara zona de peligro en la que se ingresa. Los editores sólo quieren tu nombre en el libro. Así que uno escribe un cuento y lo entrega y todo el mundo dice ‘qué maravilloso, gracias’. ¿Pero lo es? Con El océano... no estuve seguro y me gustó esa sensación. La verdad, era mucho más divertido ser un desconocido. Y que los lectores y los editores dijeran ‘ah, ¡este tipo es muy bueno!’. Pero ya no se puede volver atrás.”

Cierto: no se puede volver atrás. Pero, de verdad: este tipo es muy bueno.

NEIL GAIMAN Y SU ESPOSA, AMANDA PALMER

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