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Domingo, 12 de enero de 2014

CINE. LA NUEVA Y GóTICA VERSIóN DEL CLáSICO RELATO DE LOS 47 RONIN, CON KEANU REEVES

HECHICERÍA, SAMURAIS Y DRAGONES

 Por Paula Vázquez Prieto

En el libro Mr. Smith Goes to Tokio: Japanese Cinema under the American Occupation (1945-1952), su autora, Kyoko Hirano, señala que en el período previo a la guerra se decía que cada vez que un estudio tenía problemas financieros alguien sugería la idea salvadora de producir una película sobre la leyenda de los 47 Ronin. Sin embargo, la versión de Kenji Mizoguchi de 1941, propia de un espíritu contemplativo antes que celebratorio y caracterizada por la ausencia de violencia, no sólo no fue un éxito económico sino que llevó a la quiebra a uno de los estudios productores, Koa, y casi arruina al otro, Shochiku. Con una monumental obra épica de más de 200 minutos de duración y dividida en dos partes, Mizoguchi se alejaba de los melodramas de mujeres o los recorridos nostálgicos por el drama histórico, que habían definido hasta entonces su producción fílmica, y respondiendo a exigencias de un Estado inmerso en pleno esfuerzo bélico intentaba reavivar aquella llama patriótica que había encendido la venganza en pleno siglo XVIII.

Hoy, más de 70 años después, la historia se repite: aquella tradición de crimen, honor y traición cobra vida en 47 Ronin, la megaproducción que la usina de Holly wood estrenó en diciembre pasado en Tokio –con muy bajo rendimiento– y que trajo a la luz en las siguientes semanas los mismos fantasmas del fracaso que la habían acompañado antaño. El crítico Scott Foundas señala que 47 Ronin, a diferencia de lo que ocurriera con la versión de Mizoguchi estrenada en un tiempo convulsionado y presa de las tensiones entre la personalidad del director y los condicionantes impuestos por unos estudios insistentes en sus demandas de propaganda bélica, se vio empantanada entre la necesidad de respetar el folklore oriental, con sus estrellas, sus paisajes y sus ceremonias, y la intromisión de condimentos occidentales como un dragón digital y la estrella de Matrix, Keanu Reeves. El resultado: un director desconocido como Carl Rinsch, quien cuenta en su haber con algunos cortos entre los que destaca The Gift, se puso al frente de la más difícil de las empresas: llevar a buen puerto una épica que se transforma en fantasía, con brujas y pociones mágicas, dragones y ojos que cambian de colores.

La leyenda de los 47 Ronin cuenta que, en el antiguo Japón Imperial, el señor Asano, líder de la región de Ako –uno de los feudos más importantes de la región–, es inducido al suicidio en circunstancias no muy claras, dejando a los 47 samurais bajo su mando deshonrados y decididos a cobrar venganza. La historia de esos 47 hombres convertidos en ronin (término que identifica a un samurai que ha perdido a su amo y, por ende, su posición en la sociedad) plagada de heroísmo, redención y glorificación de la lealtad, citada como ejemplo del código de honor samurai y coronada con la muerte por seppuku (suicidio ritual) era un proyecto ideal para tiempos de crisis, para tiempos de cuestionamiento de los valores sobre los que se asentaban las creencias más profundas de una sociedad. Ahora bien, esos tiempos son azarosos en sí mismos, y las respuestas de las audiencias evocan las mismas dudas que asisten a los escenarios más indescifrables.

Cuenta Peter Debruge en la revista Variety que, en comparación con el estilo impuesto por las febriles y colorinches producciones de Zhang Yimou (Héroe, La casa de las dagas voladoras) de principios de los 2000, influidas por el interés internacional por las artes marciales filmadas en ralenti, cruzadas con el impulso místico y mistificador que impuso un rendimiento en parte económico y en parte oportunista, la nueva apuesta de Hollywood se acerca más a la gótica de los mundos irreales de Tim Burton que al brillo escénico de las primeras producciones de Ang Lee. El aumento exponencial del presupuesto (que llegó a la cifra demencial de 175 millones de dólares), sumado a que los nombres que poblaban el elenco eran prácticamente desconocidos fuera de Japón, fue el primer signo de alerta para los productores. Por ello, la idea de incluir a Keanu Reeves como un mestizo refugiado dentro del clan de Asano, enamorado de su hija, y dispuesto a formar parte de la leyenda, resultaba atractiva tanto desde el punto de vista comercial como dramático.

En el relato popular, el origen de la desgracia se remontaba a la muerte de Asano, instruida por la máxima autoridad del Imperio en virtud de un ataque perpetrado por el jefe del clan a un invitado de honor a sus tierras –aunque rival político– que se encontraba protegido por el protocolo. En la nueva versión de la Universal ese enigma inicial se conjura en un episodio de magia negra digno de los más fantásticos cuentos de hadas, y la técnica visual de Rinsch lo resuelve con inesperada astucia. Una de las aliadas espirituales del invitado, el malvado Kira, descubre al espectador sus poderes de transformación al revelarse como un zorro blanco de ojos bicolores en los primeros minutos de la película. Luego, en plena nocturnidad, cuando el episodio que será decisivo para la leyenda de los Ronin se lleva a cabo, es nuevamente ella quien cobra protagonismo y se eleva envuelta en un manto negro de cabellos serpenteantes para hipnotizar a Asano con arañas de cristal e inducirlo al ataque que finalmente lo condenará a muerte.

Emancipado de todo intento de realismo, este tanque hundido por las terribles críticas que tuvo en Estados Unidos, sin embargo, logró aproximarse a la vieja tradición japonesa desde un nuevo ángulo: el de la magia. Aquello que se asentaba en el misterio y en la ambigüedad aquí cobra una dimensión fantástica, que se enriquece con la evidente destreza visual de Rinsch, que se muestra más a gusto en el control de la técnica que dirigiendo actores. Su respeto a un espíritu menos lúdico y más esotérico se debió a la consciente búsqueda de una identidad que no por híbrida se hacía menos genuina. Impregnada de un halo gótico más propio de la novelesca que del documento histórico, casi forzando una conexión entre el drama de El conde de Montecristo de Alejandro Dumas y el universo de H. P. Lovecraft, 47 Ronin bien vale una excursión a las colinas nevadas del ensueño trágico de samurais y dragones.

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