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Domingo, 16 de febrero de 2014

CUANDO EL MUNDO ERA MÁS MUNDO

Teatro Después de estar siete años alejada de los escenarios teatrales y de haberse metido de lleno en el cine, la actriz y directora Ana Katz regresa con todo al San Martín con la puesta de Pangea. Una mujer debe abandonar su tierra y emprender un viaje como lo hizo Ulises pero, en esta propuesta, Diana, la protagonista, convierte la aventura en una experiencia de crecimiento interior donde juego, sueño y vida cotidiana desplazan la pura acción de los héroes. Una obra original y arriesgada para un promisorio regreso.

Por Mercedes Halfon “El movimiento que me empuja al teatro tiene que ser muy fuerte”, dice Ana Katz en el bar del Centro Cultural General San Martín, en medio de las pruebas de luces y vestuarios de su nueva obra, a unos pocos días de estrenar, y uno se imagina unos vientos huracanados llevándola entonces hasta ahí. Después de siete años de estar alejada de los escenarios locales como directora, está de vuelta con una obra de grandes dimensiones, en la sala AB que es la más amplia del Centro Cultural, con una escenografía constructivista y móvil, seis actores interpretando tres personajes cada uno, y hasta una mini banda de rock en vivo. Por si fuera poco la obra se llama Pangea: estamos hablando del mundo entero, del supercontinente formado por la unión de todos los continentes actuales, que se cree existió durante las eras Paleozoica y Mesozoica, antes de que los continentes que lo componían fuesen separados por el movimiento de las placas tectónicas. Fue fuerte el movimiento que destruyó Pangea, tanto como el que la construyó. Y así de movilizada está Ana Katz. Una actriz y directora de cine y teatro, que hace tiempo comenzó un viaje personal, itinerando en estos dos lenguajes. Su primer trabajo, El juego de la silla, conoció versiones teatral y cinematográfica. En seguida llegó Lucro cesante, una comedia con Violeta Urtizberea, Luciana Lifschitz y Julieta Zylberberg que hizo tres temporadas seguidas de funciones. Pero luego vino su seguidilla de films de alto alcance: Una novia errante –donde también fue protagonista– y Los Marziano, una producción a gran escala que tenía a Guillermo Francella, Mercedes Morán y Arturo Puig en el elenco. En historias diferentes, la voz de Katz fue haciéndose más clara y fuerte. Siempre proponiendo una reflexión punzante y honesta sobre los vínculos –de pareja en el primer caso, familiares en el segundo– a la vez que un uso del humor personal y absurdo. Con este recorrido hecho, cuando ya parecía que había quedado definitivamente atrás, el teatro volvió a aparecer. Ella cuenta sobre lo que hizo en estos últimos años: “Filmé bastante, viajé y tuve dos hijos. No tenía previsto volver a hacer un proyecto teatral. Hay algo del teatro que es presente puro, trabajo día a día, que está vinculado con algo muy genuino, muy despierto, muy intenso”. Así comenzó la historia de Pangea. En una época en la que todos los días iba al bar –“mi oficina”– a sentarse a escribir sus proyectos. Un amigo le pasó un programa para escribir formatos de cine en su computadora y explorándolo notó que tenía también la opción para escribir teatro. Abrió un documento nuevo y tecleó “Diana:”. La obra salió sola. Venías haciendo cine y con proyectos para seguir en ese camino, ¿por qué creés que esta obra se hizo lugar? –Este proyecto nació de manera repentina y firme. De hecho, comencé a escribir Pangea mientras trabajaba sobre mis próximas dos películas, Mi amiga del parque y Sueño Florianópolis. Necesitaba mucho del espacio de libertad y trabajo íntimo que provee el teatro. Me ilusionaba convocar a un grupo de actores interesados en la búsqueda a través de lo escrito y valoré mucho ese tiempo de trabajo con ellos. La posibilidad de apartarnos del mundo por un rato, para intentar expresar algo de lo que sucede en él. Pasamos meses haciendo pruebas con los personajes y el espacio, y mientras los iba conociendo como personas y entendiendo los matices que me servirían como herramientas para guiarlos. Una química entre personas que pasa sólo en el teatro y yo necesitaba como el agua. Diana la viajera Es difícil contar de qué se trata Pangea porque la historia abarca casi una vida entera, la de su protagonista Diana –la bella y magnética Jimena Anganuzzi– a lo largo de un largo viaje de autoconocimiento. Diana es expulsada de su lugar por su familia, los amigos y un amante. No solamente de su hogar, sino de su patria. Diana, entonces, debe viajar al extranjero y conocer otras vidas y ámbitos. Ocupa un lugar en la mesa de otra familia, se asoma al pastoreo, las cabras y la nieve, se hace viajera impenitente y domina la geografía. El tiempo pasa, la experiencia sobreviene, Diana se vuelve adulta y discute acaloradamente en una mesa cosmopolita, llena de amigos. Ha crecido, su voz es más serena, las personas la quieren y la respetan. Tal vez en ese momento sea cuando decida volver. Hablamos de una obra de teatro que es también un viaje, lleno de aventuras, pero del corazón. Las geografías son también paisajes y climas interiores. “Diana cuenta su historia mezclando pasado, presente y futuro, construye la historia de su vida mostrando algunos recortes de sus viajes por el mundo. Son escalas de un viaje, con elipsis que de a poco develan una transformación más interna que externa, a pesar de los desplazamientos. Ella es la heroína o antiheroína, de sus propias experiencias vitales”. ¿Qué te interesaba o preocupaba al momento de escribir la historia de esta mujer? –Me gustaba meterme en el mundo de los deseos femeninos, del intento por despegarse, volar e independizarse de las miradas cercanas, que a veces son también una especie de marco rígido en las posibilidades de cambio. Hay un momento en que Diana dice: “Cómo cambié, me doy cuenta por lo que como”, que hace poco escuchándolo me daba gracia, porque es algo que suele pasar: las mujeres enuncian pequeños logros con un orgullo que es invisible para el resto del mundo. Pequeños logros de libertad que festejamos con especial regocijo y en secreto. ¡Porque nadie se da cuenta más que nosotras! Me interesaba y me preocupaba el tema de lo singular, de la dificultad de volverse personal en un mundo regido por valores complejos y pautas de conducta fuertes. Siento que resulta muy difícil expresar la propia verdad. La repetición de discursos me impresiona, como si todos intentáramos repetir un texto y el diálogo tuviera más que ver con descubrir quién interpreta mejor aquel discurso prestado antes que con intentar buscar en lo propio y probar. En el afán de encontrar una verdad propia pareciera que buscaste un lenguaje teatral singular, despegado del naturalismo, un poco abstracto. ¿Cómo apareció este tono? –No lo sé. Tal vez las ganas de aferrarme menos a lo concreto. Como ejemplos se me ocurren los sentimientos que surgen cuando se contempla una playa, cuando se intenta dormir a un hijo. Como si la mente funcionara distinto en estado de reposo y desde ahí las palabras aparecieran para jugar, impresionar e incluso distraer. Fue importante el trabajo con Rodrigo González Garillo, el escenógrafo, sabíamos que Pangea no se contaba desde un living y que tampoco queríamos alojar ese universo de capas en un espacio caprichoso. En un momento, llegamos a una idea y Rodrigo me acercó una maqueta que se quedó en mi casa, sobre un mueble y por meses fue parte de mi visión cotidiana. Cada vez me sentía más cercana, probaba muñecos de cartón y me daba cuenta de que esas estructuras móviles eran para mí bellas y susceptibles a la transformaciones que necesitábamos para construir los lugares a los que viajaba Diana. Este trabajo me resulta emocional y creo que en parte se debe a ese clima onírico en que lo construimos. Viendo otra vez Alicia en el País de las Maravillas, con mis hijos, quedé fascinada por esos espacios confusos, esos pasajes indefinidos y la posibilidad de crecimiento como única promesa al final del camino. Esa fue una referencia. En Pangea, como en Una novia errante también está el viaje, el desplazamiento permanente, como en Alicia, un relato que escapa hacia adelante imprevisiblemente. –Los viajes son una gran ilusión en mi vida. Casi diariamente fantaseo con viajar. A veces en casa rodante, a veces en avión, en ómnibus. Comparto con Diana mis ganas de recorrer el mundo. Nací en una familia de clase media que privilegió los viajes por sobre cualquier otra inversión. Y tengo muchos recuerdos de espacios confusos, paisajes, situaciones desdibujadas de mis viajes de la infancia. Pero, a la vez, tienen un lugar de mucho color en mi memoria. El cine hizo que siguiera viajando. Me interesan las rutinas que se interrumpen, el encuentro con personas distintas, la confusión de idiomas. Sentidos nuevos que aparecen al salir del recorrido habitual. Los viajes son cambios y potencian mi sentido del humor. Que Ulises se quede tejiendo Y si hay algo que ronda esta obra, como un sustrato que sostiene sin hacerse del todo visible, es el pensamiento acerca de la mujer. El hecho de que sea una mujer y no un hombre el que se va del nido en busca de sí mismo y luego vuelve con certezas y fortalezas adquiridas, ya es toda una postura. El nombre de la protagonista, Diana, podría pensarse también así: la diosa de la caza en la mitología romana, que siempre se ha pintado rodeada de perros y lanzas, en movimiento permanente. Una mujer fuerte, claro, que va adelante, a la guerra, o a donde haya que ir. ¿Creés que es una obra en la que lo femenino está en primer plano? –Sí, mucho. En la mirada del mundo de la protagonista, que es justamente el punto de vista de la obra. Diana es contradictoria, honda, intenta seducir y se asusta, quiere encontrarse con personas pero se aísla y aun así expresa sus sentimientos. Me resulta gracioso pensar que la obra es un viaje de aventuras, como el mítico viaje del héroe, pero pensado desde una mujer. Entonces, la aventura no es un salto desde un tren o el asalto a un banco, como marca la tradición de relatos masculinos, sino aquellos encuentros con personas (una madre y una hija) o imágenes (un campo oscuro y sus sonidos) que formaron una identidad, una versión más valiente y libre de aquella persona. Lo mejor de Pangea radica en esa rareza, esa síntesis única en su especie: es una historia de aventuras y a la vez un relato intimista, pone el foco en una subjetividad que a la vez narra un vínculo social y comunitario. Hace una parábola lejana y futurista, pero habla del ahora, de personas de carne y hueso, de los conflictos de una chica que rompe el molde. Como Ana Katz, que volvió al teatro después de siete años de cine con una mirada tan nueva y arriesgada que sorprende. Como Alicia, cuando come la galletita y crece tanto que destruye la casa del conejo que tanto había perseguido. Y entonces tiene que seguir viajando. Pangea, con Jimena Anganuzzi, Mario Bódega, Verónica Hassan, Iair Said, Mariano Sayavedra y Susana Varela. Desde el 20 de febrero, de jueves a domingo a las 20.30, en el Centro Cultural San Martín, Sarmiento 1551. Entrada: $ 80

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