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Domingo, 23 de marzo de 2014

A PLENO SOL

CINE II Salvo por la proyección de sus films en el Bafici, Alain Guiraudie es prácticamente un desconocido en Argentina, a pesar de que ya lleva dos décadas construyendo un impiadoso universo personal. Ambientada en una playa nudista en el sudeste francés a la que sólo acuden hombres en busca de amistad, amor y furtivos encuentros sexuales, y cuya calma se ve quebrada por un crimen, El desconocido del lago acaso sea la mejor de sus películas hasta la fecha, una obra opresiva y provocadora, que observa y piensa con agudeza la ambigüedad trágica del deseo.

 Por Paula Vázquez Prieto

Todo es silencio en una pequeña playa nudista ubicada junto a un bosque frondoso y abigarrado del sudeste francés. Estamos en una zona abierta, libre de edificaciones y alejada del bullicio urbano. Un auto aparece lentamente; un hombre desciende y camina entre la vegetación hasta llegar a la arena. Se llama Franck y será nuestro protagonista. A su alrededor otros hombres disfrutan del sol, del mar, del calor, del placer del descanso y la tranquilidad. Entre los árboles, los sonidos indican el lugar del encuentro, del sexo intenso, furtivo, ocasional. Frente al mar, la quietud del ambiente se conjuga con las suaves olas, apenas audibles, que agitan el agua. Sin embargo, esa calma aparente será el anticipo de una convulsión, la antesala de una inquietud, la aparición de un deseo tan material como inasible, tan abrasivo como devastador. Así comienza El desconocido del lago, la última película del director francés Alain Guiraudie, quien lleva más de dos décadas indagando en la feroz anarquía que gobierna las vidas humanas, en sus caprichosos recorridos, en sus imprevistas sumisiones al deseo y al placer, desmontando cualquier convención o normativa dispuesta a contenerlos. Premiado como mejor director en la sección Un Certain Regard del último Festival de Cannes, Guiraudie logra una obra opresiva y provocadora, que no se agota en las escenas de sexo explícito ni en el despliegue del deseo homoerótico, sino que se condensa en sus climas de tensión, en su puesta en escena precisa y geométrica, y que da cuenta de una mirada profunda y aguda sobre la ambigüedad irrenunciable de la condición humana.

El cine de Guiraudie se ha conocido en Buenos Aires en una retrospectiva realizada por el Bafici hace varios años, en ocasión de la presentación de El rey de la evasión (2009), su última película por entonces. Sin embargo sus historias no han tenido estreno comercial ni demasiada difusión fuera de ciertos circuitos especializados; su nombre todavía resulta desconocido para muchos espectadores y recién a partir de este año –en enero se realizó una muestra completa de su filmografía en el Lincoln Center de Nueva York– empieza a ser un nombre obligado para la crítica internacional. En este panorama, el estreno comercial de El desconocido del lago es una oportunidad para acercarse a un cineasta cuyo universo se complejiza cada día más, formal y temáticamente, poniendo en evidencia una madurez sorprendente que aún conserva el espíritu lúdico y hedonista de sus primeros trabajos.

Como portadoras de un alma libertaria, las criaturas de Guiraudie se aventuran en una lucha permanente contra las ataduras de la autoridad y la distante gravitación de la normativa social, y exploran sus zonas más oscuras desde la fantasía y la imaginación, mostrándose capaces de alterar toda idea de normalidad y previsión. Gays o bisexuales, pero de origen social diverso, con búsquedas y anhelos ambiguos, sus personajes resisten la alienación y el aburrimiento de la vida moderna internándose en mundos míticos, casi salidos de leyendas y fábulas ancestrales, donde la lógica racional se suspende y la imprevisión se convierte en un gesto contracultural. En El rey de la evasión, un hombre de mediana edad, gay, se enamora apasionadamente de una chica de 16 años y se abandona a una aventura alocada, seguida por Guiraudie a modo de road movie, que culmina con un cuarteto sexual de corte gerontofílico. Sorpresa sí, escándalo también; el juego con espacios cargados de carnalidad y resistentes a toda codificación le permite a Guiraudie un retrato único de la sexualidad contemporánea, no sólo por la exposición del acto sexual en sí mismo, sino como punto de partida de una reflexión madura sobre la necesidad sustancial de escape a toda posible reglamentación.

La estructura de El desconocido del lago es muy simple: los planos se repiten, de manera que la redundancia narrativa acentúa la ilusión de un mundo cerrado, casi extraterreno o atemporal, con leyes propias, inauguradas en esas circunstancias precisas que no pueden preverse ni regularse, ni considerarse universales. Los vínculos no se reducen al contacto sexual, como lo muestra la relación entre Franck (Pierre Deladonchamps) y Henri (Patrick D’Assumpcao), quienes se sientan juntos en la playa, conversan sobre sus frustraciones, sobre la soledad, el tiempo libre, la necesidad de algo real. Franck, que inicialmente busca un encuentro sexual o un amor duradero, descubre que la soledad de Henri no es algo accidental, contingente; es casi un estado de su alma que busca en el contacto con otro esa dimensión humana que cree perdida. Algo similar a lo que ocurría con los obreros de la fábrica en Ce vieux rêve qui bounge (2001), cuando la desaparición de la fuente de trabajo ponía en escena los miedos e inseguridades frente a ese vacío, a esa sensación de desamparo, de ausencia, la misma que encontraba en la adrenalina del sexo a escondidas, en el deseo platónico de algo perdurable y genuino, una estrategia de supervivencia.

En El desconocido del lago, el crimen es el cambio, aquello que aparece repentinamente, casi como un juego. Franck espía entre los arbustos lo que parece ser un coqueteo sexual intenso, casi violento, y es testigo de cómo deriva, de manera súbita, en una muerte absurda y arbitraria. El espectador se siente tan sorprendido como él, atado a su mirada, a su desconcierto. Pero la clave en el arte de Guiraudie es lograr que esa comunión con sus personajes, el ponernos en sus ojos, en la piel de su deseo, alimente una tensión constante, sostenida en la repetición de las escenas a lo largo de los días en los que transcurre el relato. Esa sensación de un tiempo dilatado, perpetuo, le da una nueva dimensión al debate moral del personaje: ¿qué hacer frente a ese crimen? Franck se descubre invadido por contradicciones irresueltas y agobiantes que luego serán las que den fuerza a su pasión. Ese asesino que lo excita y lo perturba al mismo tiempo, que le recuerda la cercanía de la muerte, la oscuridad del deseo, es quien representa para Guiraudie el riesgo permanente de una vida en movimiento. “¿Cómo lidiar entonces con la apatía y el desinterés en un mundo que sólo nos desconecta?” Son esos extraños que se encuentran en la playa, en la fábrica o en el camino, los buscadores y prisioneros de una naturaleza que es la propia, la de su deseo, la de ese entorno de vegetación que esconde, tras sus formas, el misterio.

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