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Domingo, 15 de junio de 2014

EL SUEÑO DE LA CASA PROPIA

FOTOGRAFIA En su muestra Castillos en el aire, la sanjuanina Adriana Miranda fotografía las maquetas de casas que dejan los fieles en el santuario de la Difunta Correa en Vallecito. En su mirada, estos hogares solitarios del cerro aluden al problema de la falta de vivienda, al mismo tiempo que se transforman en verdaderas piezas de arte folklórico.

 Por Angel Berlanga

En el primer golpe de vista son fotos de casas reales, solitaria cada una de ellas en lo alto de un cerro. Son, pero hay algo raro: eso es lo que sigue. ¿Qué? Bueno, lo que parecen fallas en la edificación. Tampoco es eso: en realidad son maquetas. En varias (¿por qué no fue evidente eso primero?) las señales son muy claras: alguna puerta dibujada, una cinta que se despegó por la inclemencia del tiempo, un tanque de agua hecho en parte con tapas de cerveza. Es raro también que no se vean en los alrededores personas, ni animales, ni plantas. Lo que en principio produjo la ilusión de casas reales es la escala, se acomodan proporcionalmente en sus cerros, y todas ahí arriba llevan a pensar por un instante en un hogar elevado para cada quien, para cada familia, un sitio bien ubicado y con panorama. Aunque no hay nada vivo a la vista. Dieciocho de estas imágenes fueron compuestas por la artista y fotógrafa sanjuanina Adriana Miranda y son la serie principal de Castillos en el aire, una muestra de su autoría que se exhibe por estos días en la Fotogalería del Teatro San Martín.

Son varias las líneas que se relacionan con esta producción, pero Miranda alude inicialmente a las cifras del censo 2010, que indican 340.000 inmuebles deshabitados en la Ciudad de Buenos Aires y 2.500.000 en todo el país. “Y para mí también es un problema personal, la imposibilidad de acceder a una casa –dice desde San Juan–. Es algo que pudieron hacer mis padres, que fueron hijos de campesinos inmigrantes y pudieron estudiar, mi padre hizo una carrera de arquitectura muy buena, pero ahora llegar a la vivienda es imposible. Empecé a seguir el tema, a investigarlo, y fui a parar a los años ’40, a las políticas de Perón para que el Banco Hipotecario tomara como sujeto de crédito a los trabajadores, que pudieran comprar casas, y también se regularon los alquileres. Ese período dura hasta 1976: ahí desregularon todo.” La falta de vivienda tiene relación directa con una materia prima de sus fotografías: las maquetas que utilizó son algunas de las que escogió entre las miles que dejan los creyentes peregrinos en el santuario de la Difunta Correa en Vallecito, a sesenta kilómetros de la capital provincial.

“Ella es venerada, pero no es un culto cristiano –explica Miranda–. Hay un santuario entre los cerros, y aunque hay una especie de administración, todo es como muy anárquico. Hay distintos sectores donde la gente deja sus cosas; en una parte está lleno de chapas de patentes de autos, en otra hay vestidos de novias, en otra camioncitos y autos, miles y miles de cada cosa. Y hay como dos cerros llenos de casitas, miles también: la gente va y las deja allá, algunas en agradecimiento, y la gran mayoría como pedido, yo diría un 70 por ciento. La gran mayoría son de lata, y son las más interesantes, porque eso delata que quien las hizo quiere que duren, y entonces también hay más cuidado en el diseño y la construcción. Las de madera o de otros materiales que se degradan, cartón o así, duran poco. Se le hace una promesa a la Difunta Correa, la mayoría de las veces ir caminando desde la ciudad o desde Caucete, que está a 36 kilómetros. Es una caminata que se hace en Semana Santa, de noche, porque el sol es muy duro, es el desierto. Yo fui una vez. Le hice la promesa cuando me presenté al Premio Petrobrás: ¡y me lo dieron! Entonces tuve que ir.”

Eso fue en 2010, por El espacio de acá, un estudio y registro de grupos de perros callejeros de San Juan, sus modos de vida. Al año siguiente comenzó a retratar casitas de este modo: “Las fotos fueron hechas a lo largo de tres años –cuenta Miranda–, con una luz muy suave que se da solamente en el solsticio de invierno, entre mediados de mayo y mediados de julio, de 9 a 10 de la mañana. Desde el principio me incliné por el blanco y negro, porque lo que más me importaba era la forma y es mejor que el color para concentrarse en eso, porque las casas además son muy colorinches, con colores que además se repiten, e iba a cambiar el significado del trabajo. Yo quería que se volvieran más abstractas, conseguir más el efecto engañoso de la proporción.” Miranda escogió primero las maquetas por diseño (“donde se pudieran leer cosas”), las llevó a un reservorio donde hizo tomas digitales para bocetarlas, armó bases en ocho cerritos para ubicarlas y despejó referencias que pudieran delatar el tamaño, arbustos, cactus, piedras desproporcionadas. Aunque de otra manera, ya había incluido casitas en los ’90, en una serie llamada La subversión del detalle. “Las casas siempre me interesaron, me gusta la arquitectura y mientras viví en Nueva York hice fotografía de arquitectura –apunta–. Por mi padre, desde chica estuve relacionada.”

Miranda nació en 1969 y se formó con Eduardo Gil, Liliana Maresca, Juan Travnik, Guillermo Kuitca y Fred Richtin, entre otros. La serie de casas en lo alto se complementa con otra que Miranda reunió en una grilla de doce fotografías de casitas algo más verticales (y fondo distinto) que se emparienta con la producción seriada de Bernd y Hilla Becher: “Construí un sistema para que el sistema después prácticamente construyera las imágenes –concluye–. Tiene que ver con ese trabajo de archivo monumental que hicieron ellos durante cincuenta años. Simbólicamente es una forma de rescate para ordenar y conservar, y me pareció que eso aplicado aquí tenía un significado muy tierno con los sueños de estas personas”. Entre lo que parece y lo que es, las fotos de Miranda disparan dos espacios temporales, el instante en el que se descubre a la maqueta, el tiempo que puede llevar que el deseo se convierta en realidad: los castillos en el aire.

Castillos en el aire
Adriana Miranda
Fotogalería del Teatro San Martín
Hasta el 27 de julio
Entrada libre y gratuita

El jueves 19 a las 19 la autora hará una visita
guiada para el público.

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