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Domingo, 29 de junio de 2014

BUENAS COMPAÑÍAS

PERSONAJES ¿Cómo sería hoy un artista del Renacimiento? Probablemente alguien parecido a Francisco Garamona, salvando el tiempo y las tecnologías. Y, sobre todo, si uno se quita de la mente la idea rimbombante que pueda llegar a hacerse de un renacentista. Entonces Garamona es más bien un bohemio y animador under que tiene una librería, La Internacional Argentina, donde se reúnen amigos y gente que anda por ahí. Y es, como si fuera poco, editor, librero, músico y poeta. Lleva adelante Mansalva, uno de los sellos más lanzados y originales del panorama actual de las editoriales independientes, y acaba de sacar su sexto disco, Los sentimientos, donde rescata unas bien temperadas raíces litoraleñas.

Poeta, músico, librero, editor: para no caer en el lugar común de la descripción de Francisco Garamona como un artista del Renacimiento, habría que decir que es alguien que está rodeado de palabras, en todas sus formas, desde siempre. Pasó la mayor parte de su infancia en San Nicolás, en un entorno natural, donde forjó un oído especial para esos sonidos, esas palabras, la música de las cosas y los sentimientos. De ese primer tiempo en la ciudad donde clavó los cimientos de su obra multiforme, recuerda: “Era una casa enorme llena de árboles frutales en el fondo. En la esquina empezaba el campo, donde plantaban en invierno alcauciles y frutillas. En mi casa yo me la pasaba arriba de los árboles. Tenía tres paraísos gigantes y estaba siempre arriba de uno al que consideraba mío. Me la pasaba haciendo cosas con ramas: el sueño de la choza propia”. Y fue ahí mismo cuando empezó a tocar la guitarra. “Aprendí cuando tenía nueve años. Iba con un zapatero, un viejo que me enseñaba a tocar todos temas preciosos del Litoral, a los que a veces vuelvo en sueños.” Poco menos de veinte años después de esto acaba de salir Los sentimientos, su sexto disco solista y el más litoraleño de todos: diez hermosas canciones, arregladas por una orquesta brillante, cálida y “aleatoria” donde hay músicos de rock, de tango, de jazz y, como no podía ser de otro modo, algunos escritores. Es que Garamona siempre está rodeado de palabras y también de amigos, en una suerte de comunidad en permanente mutación y crecimiento. Como poeta ha elegido publicar su obra a través de muchísimas editoriales de todas las escalas y orígenes –tiene 27 poemarios editados en Argentina y Latinoamérica–. Como fundador y editor de Mansalva ha construido un catálogo extraordinario que en pocos años ya supera los 130 libros –exquisitos, arriesgados, muchos inclasificables–. Asimismo en su librería, La Internacional Argentina, es común encontrarse siempre personas acodadas, iniciando alguna clase de conversación interesante. Por eso, en su veta de cantautor no podía conformarse con la soledad del cantor con su guitarra. Ahí también está en buena compañía.

AL CUIDADO DE LOS LIBROS

Entonces desde San Nicolás, donde Francisco vivió criado por sus abuelos –sus padres, militantes del ERP, fueron capturados por la dictadura–, se mudó a Rosario, donde terminó el secundario, empezó a trabajar y quedó, digamos, al cuidado de los libros. Empezó a escribir poesía y a frecuentar algunas librerías. Allí conoció a Armando Vites, dueño de una “de anticuario”, mentor de esa pasión suya por la literatura en su dimensión más concreta, objetual. “La primera vez que fui a esa librería nos pusimos a conversar con Armando de poesía. Yo hacía una revista con mis amigos, era el año ’91, las computadoras no estaban democratizadas y como él tenía una, me la ofreció. Entonces yo empecé a ir a la librería, con todos los textos míos y de mis amigos, para pasarlos, los tipeaba a uno por hora. Hice el tercer número de la revista. Ahí nació mi gran amistad con Vites, yo iba casi todas las mañana a tipear y después empecé a trabajar. Yo vendía libros de su librería por catálogo. Y ahí leía, conocía poetas como Aldo Oliva. Yo era un chico maravillado en el mundo de la cultura. Después me vine a Buenos Aires. Y me puse a vender libros en una empresa tipo Círculo de Lectores, de forma ambulante, y andaba por toda la ciudad, conociéndola desde adentro. Trabajé de eso unos cuantos años.”

Y no dejaste más de vender libros usados. De vender y comprar. En La Internacional hay todavía libros viejos muy selectos.

–Y es mi profesión, mi oficio. Si voy a librerías de usados para comprar, puedo mirar muy rápido los libros que hay. Tengo los dedos ejercitados por las bateas, es como una deformación profesional. Miro rapidísimo. Ese es mi gran deporte. Lo que más me gusta en el mundo es comprar libros. Hago mis raids de librerías, hago veinte en una mañana, aunque después ya estoy con la atención un poco baja.

¿Cómo surgió desde ese trabajo de archivo del usado pasar a tener una editorial propia donde hay rescates pero también cosas nuevas?

–La idea de la editorial surgió a partir de que había un montón de textos que estaban circulando en fotocopias o manuscritos de amigos que conocíamos. Y había una necesidad de publicar ese material. Las novelitas de Dalia Rosetti, Pablo Pérez, Ricardo Colautti, Raúl Escari, si bien algunos nunca habían publicado, o sí pero estaban reagotados, la onda era hacer del gusto propio una ética de lectura. Y también llevar esos libros muy under que había dando vueltas, hechos en ediciones artesanales, y meterlos en el mercado del libro. Libros que por su propia materialidad no podían traspasar el gueto de la amistad, llevarlos a otro público. Que fueran libros comerciales, con tapa, contratapa, lomo, código de barras. Difundir lo que a uno le gusta, que es lo más lindo, ¿no? Tener una editorial era como un sueño para mí desde siempre y por suerte lo pude concretar.

¿Y qué opinás de los libros digitales? Hace poco publicaste La cobra rubia por Determinado Rumor, una editorial digital.

–Si le sirve a la gente, al autor y a la literatura, está perfecto. Vos estás en Finlandia y querés leer Perlongher. No podés comprarlo, tal vez. Si está el libro digital lo podés leer. Después el libro-libro es otra cosa. El libro es un objeto y lo otro es un archivo. Pero me parece perfecto.

Cuando armaste tu editorial ¿formaste tu propio canon?

–Decía Héctor Libertella que el catálogo es un dibujo que va haciendo el editor. Una línea que sigue otra línea. Vos bajás una posibilidad de lectura más, un libro es como un tajo que se hace. Y lo que yo quise hacer con la editorial Mansalva fue publicar a los autores que a mí me gusta leer, con los que yo crecí como lector y de toda esa mezcla es el gusto Mansalva, como si fuera un helado. Colautti era un autor fundamental que no lo conocía nadie. Y después cosas más actuales, como los cuentos de Fabio Kacero. La casa de cartón de Martín Adán, que es un libro fundamental de la literatura latinoamericana y acá no se conocía, o las novelitas geniales de Huidobro con Hans Arp, Juan Emar, Gerardo Deniz, que es un poeta mexicano que me encanta y tampoco se conocía. Ya son más de 130 libros y seguimos... Es que, la verdad, casi no sé hacer otra cosa.

HABLANDO DE MI GENERACION

A fines de los años ’90 Garamona se instaló en Buenos Aires. En Parque Rivadavia –comprando libros, cómo no– conoció a Washington Cucurto y a través de él a la editorial Deldiego, uno de las primeros sellos de poesía que comenzó a publicar a la llamada Generación del ’90. Allí mandó sus poemas y Daniel Durand en persona lo llamó por teléfono para decirle que lo iban a publicar. En el 2000 salió su primer librito Parafern y en 2001 El verano. Luego ambos fueron reunidos junto a otras plaquetas en Cuaderno de Vacaciones, un libro negro y con brillos, salido en 2003 por la también mítica editorial Siesta. Y a ése, lentamente, se fueron sumando muchos otros, por distintas editoriales de Buenos Aires, Rosario, Bahía Blanca, Chile, Colombia, Guatemala y así. Sin prisa y sin pausa Garamona ha desarrollado una obra copiosa y singular. ¿Cómo definir su poesía? En principio, pese a tratarse de un poeta vinculado con la generación del ’90, no es fácil emparentarlo con esa vertiente poética, negada a la lírica, cercana a los materiales, los objetos, la realidad. Su poesía no le teme a la lírica, está hecha de imágenes que se enhebran en un dibujo impredecible y con un pulso imparable, como si fuera una música abstracta hecha con fragmentos de realidad.

¿Cómo pensás tu poesía respecto de la poesía del ’90, poetas que en muchos casos vos después publicaste por Mansalva?

–Yo empecé a editar en el 2000, así que en rigor no soy de esa generación. Pero además los temas míos son distintos. Porque la mía es más una poesía de la mente o de las sensaciones, más psicodélica o lírica, de los árboles. Viene por otro lado. Si bien en ese momento leía a todos mis amigos, todo lo que se publicaba en esa época. Cuando empecé, el neobarroco estaba refuerte. Y mi primer librito tiene algo de eso. En ese momento leía a Perlongher y leyendo eso se te pega un poco la musiquita. Osvaldo Lamborghini, Emeterio Cerro, los libros neobarrocos de Arturo Carrera. Pero creo que mi poesía es realista, o un poco surrealista. Me gusta más la poesía de la imaginación que la de la descripción de lo cotidiano; si bien mis poemas son narrativos, me gusta la fuga hacia lo otro. Una construcción de lenguaje, algo así como una vida paralela de las cosas.

CON LA MUSICA DE ESTE LADO

Paralelo al camino literario, Garamona trazó uno en la música. Desde los quince, cuando tuvo su primera banda de rock –“Pandilla Punk exterminada”, delirante y genial canción de su último disco, es una imaginaria estampa de aquella época– hasta hoy, pasaron muchas cosas. Bandas como El Pony infinito o Súper Siempre, esta última acompañada por al ruidismo de Alan Curtis y dos no-músicos, Alfredo Prior y Sergio Bizzio, que daban por resultado un combo infernal. También hubo lugar para proyectos solistas como su disco Las armas dulces o Sueños raros y cuentos extraños, donde puso música a poemas escritos por nenes de la escuela de arte que Fernanda Laguna conduce en Villa Fiorito. Garamona posee una innegable impronta personal para cantar –reconoce como influencias/referentes a grandes como Leonardo Favio, Teresa Parodi, Ramón Ayala, Leda Valladares, García, Spinetta, Melingo, Pandolfo–. Y sus letras tienen un vuelo que convierte sus melodías pop en un viaje lisérgico, exploratorio de un clima que en el caso de Los sentimientos parece cálido y pastel.

¿El proceso de escribir una canción es distinto al de escribir un poema?

–Sí. Porque cuando escribo una canción lo hago en función de la canción. Obviamente la práctica de la poesía me ha ayudado a que pueda escribir una letra rápidamente, y decir lo que quiero decir. O si no sé lo que quiero decir, lo voy sabiendo mientras lo digo. El poema es una cosa en sí misma. En cambio, la canción está sujeta a una estructura, es como si escribieras sonetos, poesía con metro fijo. La letra tiene que ser música. Y la melodía es todo. La melodía manda. Donde manda melodía no manda poesía.

¿Cuál fue la búsqueda en Los sentimientos respecto del disco anterior?

–Todo disco siempre tiene un socio fundamental que es el productor. Es un 50 y 50. Este está producido por Ulises Conti y Juan Ravioli, dos genios. Y en este disco hay también mucho de la búsqueda personal de ellos. Los Sentimientos es casi un disco litoraleño, con recorridos como del agua. Y a las canciones las pienso un poco como islas que se continúan en ese más allá que es cuando alguien pone play y las escucha. Tocaron un montón de músicos ultratalentosos como Axel Krygier, Melingo, Rosario Bléfari, Mariano Malamud y tantos otros grosos que conformaron La Orquesta Aleatoria, que es la banda que me acompaña y con la que estamos haciendo las presentaciones.

“Hay unas figuras que buscan entrar/ por el pálido frente de tu ventana/ y escuchás a un gallo cantando a lo lejos/ pero todavía es de noche y falta para amanecer/ y susurrás y hacés gestos riendo en lo oscuro/ Y él te llevará a una fascinación sin demora”, canta Garamona en “Vampiro”, uno de las más coreables, oscuras y optimistas canciones del disco y algo de eso podría pensarse entonces para su lírica, en música y en poesía. Unas formas indefinidas que golpean en la ventana, vienen del campo, con un sonido reconocible. Dan un poco de miedo, y más ganas de escucharlas y seguirlas.

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Imagen: Xavier Martin
 
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