Thom Yorke nació en 1968 y antes de que cumpliera seis años lo habían operado cinco veces para intentar arreglar la parálisis del párpado izquierdo que es el centro de atención de su cara. Le regalaron su primera guitarra a los siete, al mismo tiempo que la familia dejó de mudarse por el trabajo del padre y se instaló en Oxford. Por el asunto del ojo, en la escuela era un chico a la vez retraído y con carácter, que se agarraba a trompadas si hacía falta. Pero la mayor parte del tiempo lo pasaba en la sala de música con sus compañeros de Radiohead. “Más allá de la amistad, era la calidad de las canciones de Thom –dijo Colin Greenwood, el bajista, en Mojo–. Me acuerdo de una versión acústica de ‘Creep’ que me mandó en casete cuando estaba estudiando en Exeter. La escuché y dije: ‘Esto es lo que quiero hacer, este es mi destino. Ayudar a diseminar esta música, instalarla en la cultura popular contemporánea, porque es muy importante’”.

En los años de universidad –estudió arte y lengua– Yorke trabajó como DJ y tuvo otra banda. Conoció a Stanley Donwood, el artista a cargo de las portadas de Radiohead desde el ’95, y a Rachel Owen, madre de sus hijos Noah y Agnes, de la que se separó el año pasado. “¿Te cansaste de mí? Dulce amor, dulce tiempo, dulce oscuridad”, termina “Decks Dark”, una de las canciones nuevas de A Moon Shaped Pool. A Yorke, que tiene la voz de un ángel, le gustaría ser un narrador de historias, dice, pero no le sale. En su lugar escribió muchas otras cosas hermosas; nadie que no sea una persona hermosa escribe: “Cuando tenía tu corazón se me escapó de las manos, se volvió loco, empezó a andar sin rumbo, a los tropezones, y yo me derrumbé”.

Es la canción “Dropped” del disco Amok (2013), que lanzó con Atoms for Peace, la banda que ensambló con el bajista de Red Hot Chili Peppers Flea, el histórico productor de Radiohead Nigel Godrich, el baterista de R.E.M y Beck Joey Waronker, y el percusionista Mauro Refosco. Yorke formó el grupo originalmente para poder tocar en vivo su disco The Eraser (2006), que armó con material que había acumulado en la computadora. Unos meses antes de que saliera escribió en el blog de Radiohead: “Me estoy arrancando el pelo, escribiendo con furia, en una crisis de nervios, inseguro de todo. No debería estar diciendo esto acá, así que así estoy”.

Nigel Godrich es una presencia fundamental en la vida de Yorke. Un buen consejero, el productor que sabe qué pedir, el que lo despabila cuando se va a zonas demasiado lúgubres. Yorke a la vez admite que está hecho para trabajar siempre con otras personas. Le preguntaron por qué, qué le aportan: “Puntos de referencia. De otro modo me pierdo en el lalala y de pronto no sé dónde estoy ni qué estoy haciendo. Todo pierde el sentido porque me aburro o me frustro”.

En King of Limbs hay una gran canción llamada “Lotus Flower” que no sorprendió tanto por eso sino por el video, donde Yorke simplemente baila. Yorke es un hombre que parece muy templado pero tiene la sangre hirviendo; necesita hacer cosas que lo relajen y lo centren. Le rinde correr, hacer yoga y meditar. En 2013 dijo: “No soy tan inestable como solía ser, lo cual es bueno porque ya habría explotado si no. Igual todavía puedo ser una pesadilla”.

En el magnífico video que dirigió Paul Thomas Anderson para “Daydreaming”, Yorke lleva el pelo lacio a la altura de los hombros, la barba entrecana, la piel agrietada de la blancura y sus 47 años. Es perturbador verlo caminar sin saber qué busca, qué va a encontrar. Dan ganas de agarrarlo de la mano, preguntarle si tiene miedo. Pero de pronto va subiendo en un montacargas y sonríe. Y es el único momento del video en el que canta: “Esto va más allá de mí”, dice. Al final, cuando se recuesta junto al fuego en la cueva de la ladera nevada y se queda dormido balbuceando la última línea de la canción: en su rostro hay paz.