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Domingo, 5 de mayo de 2002

Problemas en la Sala de la memoria

El pabellón 15 en baumgartner höhe, donde eran internados los niños minusválidos o asociales.


La repercusión del documental Spiegelgrund en el Festival de Berlín del año pasado tuvo mucho que ver con la decisión del gobierno de Viena de dar sepultura a los restos de los niños sacrificados durante el nazismo. A continuación, una entrevista con Angelika Schuster y Tristan Sindelgruber, los directores austríacos del film.

¿Qué los impulsó a realizar este documental?
–Conocimos a Antje Kosemund (hermana de una de las víctimas) y a Wilhelm Roggenthien (un sobreviviente) mucho antes de decidirnos a realizar este film sobre esta clínica. También sabíamos sobre (Dr. Heinrich) Gross, la figura principal del documental, desde hace mucho tiempo. Cuando tomamos la decisión de realizar el documental, éramos conscientes desde el comienzo de que deberíamos enfrentarnos no con un momento del pasado cerrado y clausurado, sino con lo que sucedió después. Queríamos mostrar cómo el pasado sobrevive en el presente, por ejemplo mostrando la así llamada “Sala de la memoria” (Gedenkraum), la actitud del Estado en relación con los parientes de las víctimas y a las víctimas en sí: un proceso inconcluso.
Su película plantea indirectamente algunas preguntas a las tradiciones democráticas en Austria, el juego de los partidos políticos tradicionales y la irrupción de la extrema derecha en el escenario político con Jörg Haider...
–Es más interesante analizar el rol de los partidos políticos tradicionales en las tradiciones democráticas austríacas que la figura de Haider. En el film, el Dr. Neugebauer menciona el hecho de que la preocupación austríaca por su participación durante la Segunda Guerra se extinguió hacia 1949, luego de unos pocos juicios. Después de eso Austria vivió, por así decirlo, entre paréntesis. Por ejemplo, refugiándose en el mito de que el país había sido colectivamente víctima del nazismo porque Hitler lo anexó al Reich (en 1938). Pero el fascismo no fue sólo algo que Alemania exportó e impuso. Tenía una larga tradición en nuestro país antes del Anschluss (anexión), algo de lo que mucho no se habla en la historiografía austríaca y en los debates públicos. Tuvimos un fascismo casero entre 1934 y 1938 (“austrofascismo”). El partido socialdemócrata fue proscripto en esa época, así como los sindicatos. El movimiento de trabajadores no tuvo posibilidad de articularse políticamente. El FPö (Partido de la Libertad) liderado por Haider es suficientemente malo, pero existe otro partido, el öVP (Partido del Pueblo), que formó una alianza con él. Y eso es lo verdaderamente preocupante. Incluso el SPö (Partido Socialista) se ofreció para negociar con Haider, como si los socialdemócratas no estuvieran completamente en contra de construir una coalición con el FPö. En este punto no quedaron claras las diferencias entre los partidos tradicionales, conservadores o socialdemócratas. Pareciera que lo único que le interesa al SPö es volver al poder para continuar con su política de puertas cerradas. En Austria no hay una cultura democrática de participación popular. El pueblo, desde 1945, sencillamente se dejó administrar por todos los partidos políticos. En el otoño de 2000 hubo una gran huelga de maestros. El inspector de escuelas de la ciudad de Viena, un socialdemócrata, no tuvo mejor idea que llamar al ejército para que cuidara de los niños mientras la huelga durara...
En el caso particular de la clínica “Am Spiegelgrund”, resulta sorprendente que, luego de la guerra, si bien se la cerró, haya seguido funcionando el reformatorio. ¡Inclusive el personal permaneció en sus puestos!
¿Hay censura en Austria?
–No de forma explícita, pero tal vez sí de forma subterránea... El mayor productor de películas es el Austrian Film Institute y su presupuesto se redujo en un 30 por ciento hace dos años. Y cuando no hay plata... Aunque no haya censura institucional, es muy fácil silenciar a la oposición cortando los fondos. Por ejemplo, mediante las tarifas postales que ahora se aplican a las publicaciones pequeñas (diarios o revistas) que funcionan por suscripción, lo que en la práctica implica la imposibilidad de que circulen. La película fue financiada con fondos públicos y, en ese sentido, debemos decir que nunca hubo presiones ni censura alguna. El único problema se suscitó en relación con las tomas de la “Sala de la memoria”. Allí nos enfrentamos con todas las jerarquías del aparato político: para darnos la autorización nos mandaban a hablar con el director médico, con el jefe del consejo de gobierno, con el director del departamento de patología, con el vocero de prensa del consejo de salud de la ciudad, con el secretario de salud de la ciudad, etc, etc. Finalmente tuvimos que invocar pretendidos contactos en Hamburgo y el desagrado que estaban causando las dificultades que nos impedían tomar las imágenes...
¿Hubo alguna reacción por parte de los políticos después del estreno del film?
–Hasta ahora, no demasiada. El Partido Verde financió la película. Luego del estreno, le propusimos al líder del SPö (Partido Socialista), que pretendía organizar una suerte de mesa redonda con todos los supervivientes, que mostrara nuestro documental en ese contexto, pero nunca recibimos respuesta. Por supuesto, la repercusión internacional del frustrado juicio a Gross, que fue contemporáneo del estreno de nuestra película, forzó al gobierno a hacerse cargo de la situación. Lo que queríamos destacar con nuestra película es que los sobrevivientes de Spiegelgrund fueron ocultados y nunca se les quiso reconocer el carácter (jurídico) de “víctimas del nazismo”. Imagine la sensación de la persona que, habiendo sobrevivido a Spiegelgrund, de todos modos ve que se le niega hasta una pensión del Estado. O se siente discriminado o siente que quien niega su historia está del mismo lado que sus victimarios. El olvido es la peor forma de discriminación. Por eso este entierro no debe entenderse como un final. La historia no se cierra. Lo que hemos ganado es que ahora, al menos, las víctimas han recuperado su nombre.

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