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Domingo, 7 de agosto de 2005

El Príncipe

Según lo cuenta Oscar Wilde
Ilustrado por Roger Mantegani

Cuando yo vivía, tenía un corazón humano y no sabía lo que eran las lágrimas porque vivía en el Palacio de la Despreocupación, donde la pena tiene prohibida la entrada. De día jugaba en el jardín con mis compañeros y de noche bailábamos en el gran salón. Alrededor del palacio se elevaba un muro muy, muy alto, pero nunca sentí curiosidad por saber qué había más allá de él... ¡Tan bello era todo lo que me rodeaba! Mis súbditos me decían el Príncipe Feliz y era verdaderamente feliz, si placer y felicidad son lo mismo. Así viví, y así morí. Ahora que estoy muerto me han puesto aquí arriba, me han cubierto de oro y piedras preciosas, pero me han dado un corazón de plomo. Estoy tan, tan alto que puedo ver todas las miserias de mi ciudad y lo único que hago es llorar. Golondrina, mirá allá abajo: en ese callejón hay una casita muy pobre. Una de sus ventanas está abierta y dentro de la habitación hay una mujer que está cosiendo un vestido sentada frente a su mesa. Golondrina, golondrinita, estoy seguro de que podés ayudarme.

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