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Domingo, 11 de agosto de 2013

> DIEZ AñOS SIN BOLAñO

Nunca fui a Blanes

 Por Diego Trelles Paz

La primera vez que leí Los detectives salvajes, de Roberto Bolaño, tenía 22 años, vivía en Lima con un sueldo miserable y lo único que hacía con mi vida, además de embriagarme hasta la insensatez, era leer y escribir.

La edición gris de Anagrama costaba exactamente 78 soles. Lo recuerdo bien porque aquella era la época en la que iba al jirón Quilca para rescatar libros de autores clásicos que no costaran más de 8 soles. Gracias a Oveja Negra, un joven mal pagado y curioso como yo, podía leer en Lima a Céline y a Faulkner y a Carson McCullers y a García Márquez por 40 soles. Decidí, pues, comprarla y me devoré esos 78 soles en un solo día y luego ya no importó nada: la volví a leer, una y otra vez, y la comenté y la recomendé y hasta escribí una tesis sobre ella e, incluso, me fui a México buscando la sombra difusa de una poetisa promiscua que se pareciera a María Font.

¿Qué era lo que me gustaba de la novela de Bolaño?

En términos formales, para mí era claro que esa prosa suya, de aparente simpleza, tenían un lirismo contenido y sugerente y una musicalidad tan poderosa y tan distinta de la que habían producido todos los autores del boom. Su lectura me generó una adicción instantánea. En el aspecto afectivo, había algo en Bolaño que nunca había encontrado en ningún otro escritor, algo así como una hermandad o una complicidad silenciosa mediante la cual él se dirigía a mí como un joven escritor perdido y ansioso, y que se hizo nítido luego de leer este párrafo de su relato “Encuentro con Enrique Lihn”:

“Esto les pasa a todos los escritores jóvenes. Hay un momento en que no tienes nada en qué apoyarte, ni amigos, ni mucho menos maestros, ni hay nadie que te tienda la mano, las publicaciones, los premios, las becas son para los otros, los que han dicho ‘sí señor’, repetidas veces, o los que han alabado a los mandarines de la literatura, una horda inacabable cuya única virtud es su sentido policial de la vida, a esos nada se les escapa, nada perdonan”.

Nunca conocí a Bolaño aunque, ciertamente, lo intenté. En 2003 me fui a Francia a escribir y a vivir como imaginaba habían escrito y vivido los autores latinoamericanos que estuvieron en el París de los sesenta. Gracias al azar, conocí a Robert Amutio, su traductor al francés, y, a través de él, se me ocurrió escribirle una carta manuscrita.

La respuesta me llegó de forma electrónica a través de Amutio. Bolaño ironizaba, le preguntaba a Robert si yo no tenía e-mail. Transcribo acá el corto intercambio que sostuvimos unos días después:

5/29/2003

Estimado Sr. Bolaño:

Recibí un mensaje de Robert Amutio. Puede escribirme cuando quiera, me gustaría mucho recibir su respuesta. Le envié una carta por el correo postal porque usted lo hizo de esa manera con Enrique Lihn y, bueno, supuse que así sería mejor. Fue un error no haber incluido mi dirección electrónica, lo lamento. Estaré en Barcelona en octubre.

Un cordial saludo.

D.

* * *

5/30/2003

Querido Diego:

Cuando yo le escribí a Lihn no existía Internet ni email o como se le llame a este sistema de postas electromagnético, ni tenía dinero, en el caso de que hubiera existido, para hacerme con una máquina semejante. En cualquier caso, deseo agradecerte tu ensayo sobre Los detectives salvajes, tan generoso, que leí como si no se refiriera a mí. Por cierto, creo que acertaste en la identificación del poeta peruano. ¿Qué haces en Too loose? Recibe un fuerte abrazo.

Roberto.

* * *

5/31/2003

Roberto:

No vivo en Toulouse aunque, sí, me siento Too loose con regularidad. Vine a Bordeaux para escribir (puede que eso suene ingenuo, pero es cierto). Terminé la maestría y decidí postergar el doctorado por un año para dedicarme de lleno a mi novela dos. No tienes por qué agradecerme el ensayo, por el contrario, te agradezco yo la novela. No sólo me llevó hasta México (buscando algo que nunca encontraría), sino que ahora me sigue por donde vaya. Mi estadía en Europa es momentánea. Quiero terminar con mi doctorado. Te cuento esto porque voy a ampliar mi tesis de maestría (sobre Los detectives salvajes) a la disertación incluyendo Monsieur Pain y Nocturno de Chile. Hace poco leí Pálido fuego de Nabokov, una novela rara y estupenda que debes haber leído. La idea del lector como detective es en ella nítida. El acto de ir saltando las páginas siguiendo las indicaciones de un editor ficticio y el hecho de que éste te vaya dando retazos de información o te deforme la existente de acuerdo a su conveniencia personal, me ha dado ideas valiosas para mi novela. Me gustaría hablarte de ella. No se la he contado a nadie porque soy de esos a los que el pudor abruma. Bueno, Roberto, te agradezco mucho tu respuesta, ha sido muy emocionante. Un abrazo.

Hasta pronto.

D.

* * *

6/2/2003

Querido Trelles:

Qué envidia me da tu juventud, el derroche de energía, todas las posibilidades del mundo listas para ser conquistadas o morir en el empeño. Háblame de tu novela, pero sobre todo escríbela. Sin miedo. Pero también, y esto tal vez importe, con una humildad digna de San Francisco o al menos de Giacopone da Todi. Cada día que pasa estoy más convencido de que el acto de escribir es un acto consciente de humildad. Bueno, quedo a la espera. Mientras tanto, recibe un fuerte abrazo.

Bolaño.

La última carta que le escribí nunca tuvo respuesta. En ella le pedía unos minutos de su tiempo para ir a Blanes y conocerlo. El 15 de julio de 2003 me enteré de la muerte de Bolaño por un correo escueto y sentido de Robert Amutio.

El acto de escribir es un acto consciente de humildad.

Nunca, en mis 31 años de vida, recibí un mejor consejo de nadie.

Nunca fui a Blanes.

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