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Domingo, 5 de octubre de 2003

Vivir adentro

Qué pasa cuando las cámaras entran a la cárcel

POR M. E.
El dado de cinco puntos tatuado tiene varios significados. Puede ser el preso encerrado entre las cuatro paredes de la celda, o libre, acorralado por cuatro policías. Hasta hace poco, era una marca secreta. Ahora es uno de los símbolos más vistos de la TV argentina, tanto en logos de programas como en los cuerpos de los entrevistados. La tele tumbera es la última tendencia, y es un éxito: los periodísticos y las ficciones carcelarias-policiales rozan los veinte puntos de rating. Y es notable que ninguno se apoye en la paranoia de la seguridad sino más bien en la melancolía del encierro (Pabellón 5), la ficcionalización de novela negra (Historias del crimen), el barroco carcelario (Tumberos) o la historia de vida (No matarás).
El crimen y el castigo fascinan, y esto no es nada nuevo. Si hay morbo, es un morbo antiguo. De la novela negra a los asesinos seriales, pasando por best-sellers como Papillon de Henri Charriere y series recientes como Oz (en HBO), la curiosidad por la vida bandida y la institucionalización del que transgrede la ley es constante. Pero el aluvión reciente de la temática en la TV local tiene que ver directamente con el fenómeno Tumberos. Adrián Caetano nunca intentó hacer realismo, y ése fue el mérito de un programa hecho por gente que conocía los códigos carcelarios (la mayoría de los extras habían estado en penales, por ejemplo), pero que elegía ignorarlos o incorporarlos a un registro que distaba mucho de lo documental y se acercaba al género fantástico. Tumberos fue ficción desbordada al ritmo de cumbia villera, la fábula del inocente que ingresa al infierno y deviene héroe. Pero provocó la necesidad de contar la cárcel de verdad. Eso mismo hace Pabellón 5, el programa periodístico de trece episodios conducido por Rolando Graña que usa una cumbia y una estética muy similar a la de Tumberos en la apertura (detalle que provocó la malhumorada sorpresa de Marcelo Tinelli, productor de Tumberos merced Ideas del Sur), pero se inscribe en la historia de vida cruda y sobria.
El problema de Pabellón 5 es su exceso de corrección política; las entrevistas, algo repetitivas, se detienen demasiado en las causas de la detención y la vida afuera, cuando en realidad sería mucho más interesante indagar sólo sobre cómo se vive adentro. En el esfuerzo por dejar claro que se está hablando con delincuentes, como si temiera ser acusado de “garantista”, Pabellón 5 desperdicia el valioso recorrido de su cámara, que se mete en lugares hasta hoy apenas visitados. La primera entrega, sobre Los guerreros de Jesucristo del Penal de San Martín en Córdoba, un culto evangélico carcelario con ceremonias, música (cuarteto) y jerarquías propias, tomó el ritual como excusa para las historias de vida de los pastores, y dejó con ganas de ver más sobre la vida en esos cinco pabellones cristianos, controlados por ex porongas hoy evangelizadores que afirman haberse quitado los demonios del cuerpo.
Historias del crimen (Telefé) y No matarás (Canal 13) cuentan algo diferente. Aquí no es el tema de la vida en el penal sino el crimen y sus móviles. El programa de Ricardo Ragendorfer, Darío Villarruel y Lorenzo Quinteros se mete en los intersticios de las casos policiales más famosos –el de las hermanas satánicas que mataron a su padre o el suicidio de Walter Olmos– con relato en off, dramatizaciones y entrevistas a abogados y acusados. El imaginario es el de la novela negra, con su gusto por el detalle y la trama; hoy a las 23 vuelven a Telefé después de un breve descanso e inauguran temporada con el caso de la “Descuartizadora de Rosario”. No matarás, que terminó la semana pasada, pretendía indagar en el costado humano de los asesinos, con casos ignorados por la crónica policial, mediante una única y extensa entrevista. Pero resultó fallido porque la producción eligió una estética romántica y cayó en letales contradicciones cuando confundió crímenes de género y violencia familiar con excesos pasionales; la idea de que quien ama demasiado puede llegar al crimen hizo agua, y fue por lo menos chocante la elección de rancheras y boleros trágicos para decorar el relato de un hombre golpeador. El problema de No matarás no fue que intentara “glamourizar” o “estilizar” laviolencia: sucede que trivializó mediante una operación forzada los problemas sociales.
La acusación de “glamourización” está latente. Pero en el fondo se trata de una objeción de pequeño burgués asustado, que ve sordidez en toda exposición de violencia, como si la ilegalidad no atravesara la sociedad. Como si la Argentina fuera la Península Escandinava. Del lado de la TV, la pregunta es otra: ¿hasta dónde va a llegar la nueva ola antes de provocar anestesia por saturación en la sensibilidad del espectador?

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