satira

La copa, la copa, se baila y no se toca

Por Rudy

Lector, ahora que el suple está por cumplir 22 años el próximo sábado, es tiempo de una confesión.

El otro día, en una tarde gris, mientras la garúa se acentuaba, yo iba por el caminito que el tiempo ha borrado, a buscarla a Estercita, pero hoy la llaman Milonguita, por eso este amargo desencuentro, te busco y ya no estás, yo sé que ahora vendrán caras extrañas, pero no habrá ninguna igual, no habrá ninguna. Uno busca lleno de esperanzas el camino que los sueños prometieron a sus ansias, pero a la única que vi fue a la paica Rita, que en la primera cita me dio su amor. De Estercita, nada... “¡Tal vez sea su voz!”, me dije, pero no, era Malena, que canta el tango como ninguna... Pobre, chica, qué exigencia. Igual al escucharla se me escapó un lagrimón, que rodó por su empedrado, pero eso es porque tengo el alma inquieta de un gorrión sentimental... antes no era así.

Yo le dije a mi psiquiatra: “Decí por Dios qué me has dao, que estoy tan cambiao, no sé más quién soy!”, pero él estaba con una banderita de taxi libre en cada mano, y una naranja, paseando por Callao, y entonces, como yo lo vi que se venía en falsa escuadra, se meneaba, se meneaba, le dije que tuviera más cuidado, porque su vieja dice que es un bandido, a pesar de que él todos los días desayuna con un café con leche y una ensaimada.

Pero volvamos a Estercita: he llegado hasta su casa, yo no sé a qué he venido, si me han dicho que no está, que ya nunca volverá, si me han dicho que se ha ido. Entonces me fui al café La Humedad, un cafetín de Buenos Aires, donde fue el último acto de nuestra comedia: “Lo nuestro terminó”, me dijo en un adiós de azúcar y de hiel, y yo la miraba de afuera como a esas cosas que nunca se alcanzan, mientras pensaba: “Varón pa’ quererte mucho, varón pa’ desearte el bien... ya vas a ver dentro de unos años, cuando estés flaca, tres cuartos de cogote, la percha en el escote, bajo la nuez, ahí me vas a pedir que te regale aquel tapado de armiño”.

Me dio un poco de nostalgias de escuchar su risa loca, pero me di cuenta de que mi analista me lo iba a interpretar como que eso eran angustias de sentirme abandonado no resueltas, y que, al igual que Edipo, arrastro por este mundo la vergüenza de haber sido y el dolor de ya no ser.

“¡Ma sí! –me dije–. Las llamo a Betty, Peggy, July y Mary, deliciosas criaturas perfumadas, o a la morocha que me cebe unos cimarrones, o a Grisel, que no la olvidé, o simplemente a María, la más mía, la lejana... Si total, hoy un juramento, mañana una traición; ¡amores de estudiante flores de un día son!”

Así que nada debo agradecerles, porque algunas son percantas que me amuraron, otras volvieron una noche y no las esperaba, una se fue una mañana por las calles del adiós, y algunas solamente te llaman si precisan una ayuda o les hace falta un consejo, pero después por la primera melena se espiantan, por una cabeza te destrozan el corazón.

Pero, lector, le pido disculpas por este relato personal en vez de haber hablado de lo que nos incumbe, el Mundial de Tango.

Hasta la semana que viene.

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Sábado, 29 de agosto de 2009
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