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Viernes, 2 de octubre de 2009

ENTREVISTA

Resistiré

Diego Kogan se tomó quince años, desde que supo que tenía VIH, para crear y dirigir una obra en la que pudiera poner en juego, desde la comedia, un discurso contrahegemónico sobre el sida. El miedo, el descuido, la prevención y la medicina en boca de quien encontró en el teatro su trinchera. Y está dispuesto a dar pelea.

 Por Marta Dillon

Siete personajes, entre varones y mujeres, que tienen sida, alguno está caliente, otra a punto de parir, otra con el corazón roto, otro en pleno delirio... todos planeando un boicot a una supuesta ley que regula conductas sexuales con relación al VIH-sida. ¿Sigue siendo eso Una comedia bareback sobre el sida, después de cinco temporadas?

—En esencia sí, pero cambió mucho a lo largo de cinco temporadas. Hemos ido retocando, homenajeando... Ahora por ejemplo tenemos al doctor (Pedro) Khan y a Mirtha Legrand almorzando entre nosotros, almuerzo a pedir de boca de un comediógrafo como soy yo. Imaginate: cuatro modelos, Khan y Mirtha hablando de una campaña de los peluqueros en lucha contra el sida, una bizarreada, una pavada... no podía faltar.

¿Y qué es lo que sobrevive a tantos cambios?

—Esta situación de bunker, de un grupo ecléctico en resistencia, rodeados por un afuera que habla de ellos o de las personas que tienen sida desde la legislación y la penalización. Y en el medio, los amores desatados... Y, por supuesto, subsiste en la obra la intención de mover un poco las aguas del tema, de generar, a través del lenguaje teatral, algún pensamiento o emoción distinta con relación al sida y de quitarle carga dramática. Desdramatizar sigue siendo una tarea diaria, como también dar voz a una vivencia diferente de lo que significa la pandemia del sida frente a los discursos hegemónicos.

Evidentemente también sobrevive el espíritu combativo con relación al sida, en definitiva, una enfermedad.

—¿Cómo íbamos a perder el espíritu combativo? Si vivir se trata de un perpetuo combate por dar y dar la hermosa pelea... Pero además, en cuanto a la obra, el espíritu de combate no es precisamente contra el virus sino contra el discurso hegemónico, que sigue estando básicamente en boca de los médicos mientras se silencia la voz de otros actores del fenómeno sida (si se quiere llamar así).

¿Te referís a los pacientes?

—Y sí, me refiero al sidótico, el que vive con sida, el VIH positivo, como se lo quiera nombrar. Nosotros prácticamente no tenemos opinión. O, en todo caso, una voz testimonial, pero que no cuestione, que tome la pastillita tal como le dicen y de la marca que te dicen. Nada más. Hace poco me enojé con un médico amigo porque en una charla trajo a colación la frase: “La expectativa de vida de una persona con VIH-sida sigue siendo...” ¿Expectativa de vida? ¿Según quién? Creo que éste es el eje del discurso dominante. Una especie de sanitarismo a ultranza que no nos permite a quienes vivimos con el virus ser, además de sujetos sanitarios, sujetos de goce, de creación, de protagonismo, de decisiones. Y esto lo digo a través de la comedia y sus siete personajes.

Usaste una palabra difícil: sidótico...

—Es una mala palabra, parece, se usa como un insulto, es como la peor palabra que nos pueden dar. Por eso la tomo y digo: “Sí, ¿y qué? Soy un sidótico”. Me parece que el uso de las palabras también está plagado de manierismos y buenas intenciones, y todo lo que hacen es ocultar el profundo sentimiento. Y como siento que para muchos sigo siendo un sidótico, un enfermito, pues bueno, me gusta que suene así, mal. Me parece que uno se nombra de distintos modos en distintos momentos. También usé otras fórmulas, como persona viviendo con el virus, en lo más coloquial digo que tengo VIH... También noto mucho y creo que es fruto del transcurso del tiempo, como cierta necesidad de aclarar si uno tiene VIH o sida, de nombrarse como VIH pero sano, asintomático...

Como si fuera necesario aclarar que una no está enferma...

—¡Claro! Una vez Fernando Peña me hizo una nota y me llamó mucho la atención una pregunta: “¿Enfermaste?”, me dijo, como tanteando si había tenido padecimientos ya. Hay una discriminación hacia el síntoma, de pronto, como si eso nos hiciera mejores o peores. Yo en general uso “tengo VIH-sida”, ambas palabras, porque no hay diferencia ideológica entre una y otra. En todo caso la diferencia es sanitarista.

En torno del sida se ha hablado —hace tiempo ya— mucho de discriminación y poco de lo que sucede en las relaciones íntimas. ¿Seguís advirtiendo miedo en los ojos del otro en ese momento?

—Hmmm... supongo que si las relaciones llegan a ser íntimas ese miedo ya pasó. Pero antes de ese momento sí lo ves. Es patético ver en las salas de chat la cantidad de gente que pide conocer solamente negativos.

Como si eso fuera una garantía...

—Por eso, me parece que sigue habiendo pavura, ignorancia y a la vez esto convive con el fenómeno del descuido. Porque pareciera ser como que la enfermedad ahora es crónica, si me infecto está todo bien, qué importa. Y no es tan así, te aseguro que es bastante incordioso infectarse y empezar a vivir una vida un poco distinta. Hay fenómenos extraños con respecto a esto que no termino de tener claros. Como no tengo pareja estable, busco bastante sexo y/o amor por Internet, y encuentro mucha gente que tiene mucho miedo y prefiere encapsularse, y mucha gente que tiene muchas ganas de hacer cualquier cosa: coger sin forro, intercambiar leche, partusas... hay una cosa doble que para mí es rara.

¿Por la falta de punto intermedio?

—No sé si existe algo en el medio, pero no deja de sorprenderme la falta de cuidado conviviendo con el miedo más absoluto. Creo que hay que pensar sobre eso.

¿Circula la palabra bareback?

—No tanto la palabra como la acción. El bareback (la traducción literal es “montar a pelo”, pero se usa para hablar de sexo sin preservativo) se puede practicar de manera consciente y hasta militante, pero la mayoría lo que practica es la indiferencia total frente a la conducta riesgosa. A mí me sorprende que haya gente que esté a la búsqueda de todo...

¿Vos no querés todo?

—Yo hice todo. Lo que quise, lo hice. No hay nada que haya querido hacer y no haya hecho; entonces, qué sé yo, ya está. No tengo fantasías sexuales que sea imperioso satisfacer. Pero a lo que voy es que yo tengo 45 años y entro en contacto con pibes de veintipico y me doy cuenta de que la historia vivida es tan otra que me hace pensar en qué pasa con relación al miedo y la verdad es que no lo sé. Lo de la gripe A fue muy revelador para mí. Primero porque me tocó tener una gripe que no sé si fue A, B o C; pero tuve que estar encerrado mucho tiempo, por una cuestión de prudencia. Seguí muy atentamente todo el tema y releí Artaud y el teatro y La Peste porque me parecía que había algo ahí para pensar desde la persona viviendo con VIH. Y la única conclusión a la que llegué es que el miedo al otro, a lo otro, es profundísimo y frente al miedo sólo se advierte una profunda inoperancia a la que la gente responde con encierro o aislamiento. Y esto que pasó con la gripe A también lo he advertido en el transcurso de mis 20 años con VIH. A mí me llamaron mucho la atención, por ejemplo, las declaraciones del doctor Pedrito Khan en Página/12, diciendo que salir y hacer ciertas actividades no era riesgoso tomando ciertas precauciones, pero que si él tuviera que festejar un aniversario, por ejemplo, con su novia o esposa, pediría un delivery. Entonces digo: si en la voz de la ciencia está este discurso tan... pedorro... y peligroso, ¿qué queda para el resto? Por eso creo que hay que estar alerta, pensando...

¿Creés que la problemática del VIH-sida salió tanto de la agenda pública como de la militancia?

—Y sí, hasta las mismas organizaciones lo dicen. Y la verdad es que me resulta increíble que mientras las compañeras travestis tengan tal incidencia de sida y una expectativa de vida de 35 años, en la Argentina se quite del centro de la agenda el tema VIH; es casi una burrada, pero es así...

También es cierto que quien vive con VIH ya no califica siquiera para héroe romántico, como sucedió alguna vez. Lo digo sin nostalgia.

—Es probable, sobre todo porque ahora es más un problema de pobres, de mujeres y travestis pobres, ya no es un problema de la avenida Santa Fe. También es cierto que ya es un fenómeno demasiado diverso, no tiene nada que ver el sida en San Francisco, en Burzaco, en la avenida Santa Fe o en Sudáfrica. No sé cómo se podría abarcar, lo único que sé es que hay que remover un poco estas capas de sentido que sedimentaron sobre el tema. Siento que no se piensa con respecto al VIH, que se repiten slogans indicativos, prohibitivos o taxativos, y eso no sirve mucho. Y lo evidente es que la prevención no ha avanzado nada. Imaginate que lo último que tuvimos en prevención es esto del “sin triki triki no hay bang bang” (campaña del Ministerio de Salud de la Nación en 2008, en la que triki triki significaría “forro” y bang bang, “sexo”).

¿El chat le ganó a la calle como sistema de relación?

—No, es un sistema para perder el tiempo. Pero sí es cierto que ha reemplazado a la calle y es una pena porque yo era muy callejero. También es cierto que estoy grande y estoy cansado y no sé dónde se sale a callejear, pero mi sensación es que no se sale. La calle está como vedada, la ciudad está muy enajenada, o eso es lo que siento. Me la cambiaron por una que mucho no me gusta.

Sin embargo, se supone que ahora hay más apertura con respecto a la sexualidad, que las nuevas generaciones casi no saben lo que es el closet. Al menos eso se suele escuchar...

—¿Cómo van a vivir sin closet si viven en este país, van a la escuela, van a trabajar? ¿Cómo van a vivir sin closet si sigue habiendo homofobia? Sí, cambiaron muchas cosas, es cierto, hay espacios de discusión que antes no había, cierta visibilidad distinta, seguro, pero que vivimos en una sociedad que no tolera la diversidad, no hay duda. Y mirá la palabra que uso, tolerar.

Una comedia bareback sobre el sida, sabados a las 23, Teatro Payro, San Martin 766.

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Imagen: Sebastián Freire
 
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