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Viernes, 30 de octubre de 2009

¡EPA!

El micrófono infectado

Aníbal Pachano, el señor del bigotito que parece una señal de tránsito invertida o el esqueleto de otro bigote mayor, tal vez Dalí, tal vez Hitler, encarna al malísimo en Bailando, certamen de fantasía tan parecido a Titanes en el ring, pero para grandulones. Escenificación, si no de la lucha entre el bien y el mal, entre lo desafinado y el destiempo, lo malo y lo menos malo, el reality y lo Rial.

Como a todo villano, le toca recibir la ira de participantes varios y de alguna compañera de jurado dispuesta a medir fuerzas. Así, una ofendida Flavia Palmiero lanzó que “en este jurado hacen falta hombres”. Reina, Valeria y Graciela, que comparten estrado, no lo tomaron como algo personal. Todos entendieron que la saeta iba directo al del bigotito, tan “femenino, masculino y singular” (Pachano dixit), tan fuera de lo que marca la ley del más fuerte, tan pero tan gay, por decirlo de alguna manera que él, precisamente, no quiere decir. Ella acusa y apela a un entre nos: no ser (ni parecer) hétero es no ser hombre (o no ser mujer); es una debilidad. Y el no “asumirlo”, debilidad doble.

“Digan lo que digan, es problema de ellos; el público me quiere, la gente adora mi personaje, me paran por la calle, me felicitan. Estoy preparando un nuevo espectáculo. Doña Rosa sabe quién soy”, dice Anibal al estilo de Zulma Lobato, a su vez calcado del de las estrellas del cine de oro nacional. Mientras tanto los columnistas de los programas de la tarde, tan ecuánimes como los participantes de El Banquete de Platón pero para grandulones, le dan la razón, como se la dan a ZL, mientras lanzan al público ese guiño cómplice que se suele hacer en cuanto un gay se da vuelta o se retira de la reunión. ¿Es o no es? ¿Lo va a decir o va a seguir hablando de la hija y del respeto que su familia se merece? Se abrió el juego.

Lo que sigue es tan bizarro que esta vez circula como rumor: Graciela Alfano se estaría negando a compartir micrófono con Pachano para evitar contagiarse de una tremenda enfermedad... De pronto retrocedemos sin máscara de oxígeno a los años ’80, cuando Linda Evans maldecía el beso que le había dado Rock Hudson y Reagan no planificaba una política sanitaria para no contagiarse. Miradas cómplices, largos puntos suspensivos, clima de horror. Parece que lo que le faltaba a Pachano para confirmar su condición de auténtico gay era tener vih. Todos los gays tarde o temprano tienen vih. Tener vih es un papelón. El vih es la última carta para desprestigiar a una persona. Todas premisas que no se dicen, pero que están. En la tele dicen sida. “Bueno –intenta aclarar un columnista de Rial–, no necesariamente tiene que ver con la sexualidad...” A lo que Rial responde con cara de picarón: “Nooooo... Claro, ¿quién dijo?”. Le preguntan a Graciela y se pone nerviosa. Hace gestos, emite sonidos guturales. La están señalando como la mala de la película. Pero no es tan así. Dice que los otros días quiso tomar un vaso de agua, le dijeron que era el vaso de Pachano y ella tomó sin problemas. “Eso es como decir que tenés un amigo judío”, azuza Rial. ¿Quiso decir que es valiente? ¿Que no piensa que Pachano tenga vih?

En ningún momento alguien pasa el aviso de que lo del micrófono es una aberración, se tenga o no se tenga el virus es imposible transmitirlo por el aliento, la saliva, el contacto, el beso. Que no se puede transmitir en relaciones sexuales si se usa preservativo. En ningún momento se llama la atención sobre que se está apelando a un virus para confirmar una sospecha de homosexualidad. Ni ofensores ni ofendidos ni el resto de la comparsa alertan sobre el estigma que promueven. Como todo gesto progre, señalan a la nueva villana: Graciela enloqueció porque la abandonó su novio joven, con el que jamás debió haberse metido. Por vieja. Por ridícula. Por tener tanta silicona. El prejuicio cambió de presa.

A los grandulones que nos entreteníamos entre sudores de titanes de cartón, ¿qué nos queda? Desinformados, malinformados, cocinados en prejuicios, víctimas de un atentado a la salud. Esto es más grave que una mala palabra o un desnudo fuera de la protección al menor. No estaría nada mal que quienes se mandan semejantes aberraciones contra la salud pública cumplieran con alguna probation: emitir una campaña dedicada a prevenir la transmisión de vih, por ejemplo. Teniendo en cuenta la ausencia de campañas oficiales y no oficiales sobre el asunto, no le vendría nada mal, entre trompada y trompada, usar ese micrófono para mostrar cómo y cuándo hay que ponerse un forro.

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