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Viernes, 11 de diciembre de 2009

SALIO

El viejo truco del gatopardo

Estrenada directamente en DVD, Brüno, creación del inglés Sacha Baron Cohen, llega tan denostada como alabada por la crítica. Sin embargo, a pesar de algún acierto, no alcanza a modificar ese lugar de menosprecio que Hollywood suele ofrecerle a la diversidad.

 Por Diego Trerotola

Una secuencia del documental The Celluloid Closet, que analiza la representación de la diversidad sexual en el cine, centra su mirada en los típicos personajes maricas del viejo Hollywood, esos vestuarista y coreógrafos con mucha pluma, esos mozos y mucamos de afectación grácil, esos secundarios y figurantes que invertían toda su energía maricona en las pocas líneas que el guión les dejaba pronunciar. Palabras más o menos, la mayoría de lxs entrevistadxs del documental aclaran que ése era un arquetipo negativo, homofóbico, hasta que irrumpe el testimonio de Harvey Fierstein y, con su típica sonrisa XL de dientes separados, dice que a él no le molesta el personaje de la marica, y concluye: “Tal vez sea porque yo soy marica”. El genio Fierstein quebraba el lugar común, ese que castiga a toda representación marica, y les daba una sonrisa brillante para que tengan, guarden y repartan. ¡Gracias offBroadway por inventar a Harvey Fierstein!, gracias por este puto que cree que la verdad se ilumina con strass y lentejuela o con ese plateado de las paredes de la Factory de Warhol y que funciona como espejo deformante: es ese brillo que refleja la diferencia. Si representar a una marica en cine, o en cualquier otro medio, es homofóbico, ¿retratar a un homosexual masculino es gay friendly? A los que les molesta el puto teatral y afeminado, ¿no son los que defienden una concepción disciplinaria del género? ¿No son los que dicen que, se tenga la orientación sexual que se tenga, el hombre tiene que ser esto y la mujer aquello, y cada participante en su debido casillero? La lección sonriente de Fierstein se puede extender para pensar que la representación de cualquier identidad marica no es el problema, sino que lo homofóbico aparece por el lugar que esa marica ocupa en la jerarquía de la representación, en el juego cinematográfico. Las películas del viejo Hollywood eran homofóbicas por el lugar que tenía la marica, por su rol servil, secundario en la trama, y no porque los personajes sean afeminados hasta la hipérbole. ¿Acaso no queremos tener derecho a ser putos, tortas y trans sin límites, ahí hasta donde el ser nos alcance, hasta donde nos dé el cuerpo y el alma?

Más que ninguna otra película, Brüno, la creación del actor inglés Sacha Baron Cohen, vuelve a poner al exceso marica y a su representación, en el eje de la discusión. Porque Brüno es la película protagonizada por un gay más taquillera en su estreno estadounidense, superando por mucho a la remake de La jaula de las locas, con Robin Williams y Nathan Lane en 1996. Más de una década pasó para que una película con una estrella haciendo de gay seduzca a un público amplio. Brüno retrata al fashionista austríaco homónimo, con el estilo semidocumental que Baron Cohen ya había probado en Borat, su película anterior. Brüno tiene un programa de TV sobre moda y vive en Viena con su novio pigmeo, con el que exhibe sus gimnásticas prácticas sexuales, que incluyen una botella de champagne como dildo y varios aparatos y trajes estrambóticos. Abandonado por su novio y echado del mundo de la moda y del programa por un escándalo, Brüno se muda a Los Angeles para tratar de ser una estrella de cine, pero en realidad se termina burlando del american way of life, especialmente del culto a la fama. Baron Cohen repite su humor políticamente incorrecto, se esfuerza por molestar, revelando lo incorrecto y lo correcto de la sociedad estadounidense. Por un lado, participa en una marcha religiosa antigay esposado a su pareja leather o se besa con otro hombre frente a un grupo de fanáticos homofóbicos de la lucha libre. Pero también usa a un grupo de obreros mexicanos como si fueran muebles o adopta a un “niño africano” que usa como mascota. Se puede sostener que no hay un plan ideológico, que el personaje no pone en escena un programa político claro, sino que es el soporte de un humor que sirve no sólo para épater la bourgeoisie sino también para shockear al antiburgués. No parece estar mal confundir un poco, ver realmente de qué lado estamos en ese zigzag, dudar si somos lo mismo o lo otro. Pero según avanza la película, la posición se vuelve demasiado clara, porque Brüno invierte todo su potencial en producir el chisteshock pero usa lo campmarica como mero instrumento para producir grotesco que le garantice el éxito, la fama. Y ahí se acaba su sátira y se ven los hilos. No es que el resultado sea homofóbico, es que sólo es gay friendly: su alianza positiva con lo gay tiene que ver con producir un efecto, un plusvalor, un argumento de venta de entradas. Al poder maricaglamtrash le gana el valor del shock. Y al ritmo de la mala televisión periodística, donde el reality se vuelve entretenimiento sin glamour ni densidad sociológica, la película duplica el molestar, produciendo guarangadas geniales y no tanto, volviéndose un chiste contando mecánicamente demasiadas veces. Así, frente a la desidia de la película, lo marica del personaje y de la película vuelven a ocupar un lugar lateral, para que el viejo chiste fácil tenga el protagonismo que le garantice la celebridad de la taquilla. Así el estudio Universal, productor de Brüno, pone a la loca en el mismo lugar que el viejo Hollywood. Y justo ese mismo lugar tiene hoy mi héroe marica Harvey Fierstein, que hace más de una década que no le dan más que roles secundarios en cine.

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