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Jueves, 31 de diciembre de 2009

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Esclavos de la moda

Alerta sanitaria por las cirugías que prometen soluciones mágicas para la homofobia y terminan quitándoles el dinero y hasta la vida a los incautxs que buscan estar a la moda.

 Por Liliana Viola

A la penosa noticia que nos hizo recibir al 2010 con un gusto amargo se le contrapone una enceguecedora luz de esperanza. Es que durante la tarde de ayer, el pueblo a pleno se autoconvocó pacíficamente y sin ninguna bandería política para exigir que la muerte de la célebre conductora televisiva, quien falleció luego de haberse sometido a una lipohomofobia en una clínica clandestina de éstas recién montadas en ex locales de locutorios, no haya sido en vano. Lo cierto es que la malograda estrella es apenas la punta visible de un iceberg. Desde que este defecto —que algunos psicólogos siguen definiendo como una enfermedad mental— se convirtió en una señal vergonzante para quien lo porta y también para sus allegados, no hay personaje público que no se haya hecho un “retoque” más allá de que lo niegue y atribuya su mejora al consumo de agua, a la reciente adquisición de un amigo gay o a las largas caminatas por Palermo. Es impesable hoy encontrar en una tapa de revista, en una pasarela o en un programa de televisión a una persona con homofobia. El que la tiene la disimula a costa de su propia salud. Concretamente, en los últimos meses ascendió en un ocho mil por ciento la demanda de cirugías y toda una batería de métodos cruentos destinados a arrancar la homofobia de cuajo, señala el Indec. Mientras decreta el Estado de Alarma Nacional, el Ministro de Salud reconoce que “hemos detectado muchos oportunistas que por pocos pesos prometen terapias fulminantes que terminan siéndolo, pero en el peor de los sentidos”. El ministro fue muy claro en su mensaje transmitido en cadena: “Todas aquellas personas que sufren de homofobia, tengan la tranquilidad de que estamos trabajando día y noche buscando soluciones pero, por favor, no salgan a comprar esos chicles laxantes que se venden sin receta en los kioscos porque no van a ayudarlos a evacuar lo que tienen adentro y con lo que han vivido por generaciones, así como tampoco confíen en esos yogures que preconizan que la homofobia tiene el mismo principio que el tránsito lento. Esto, quiero ser rotundo, no es así, científicamente hablando”. El doctor Cormillot, que ya ha subido a su página una dieta especial, advierte que las dietas rápidas son un engaña pichanga, ya que el paciente primero se siente más feliz y liberado pero a los tres meses está otra vez hecho un cerdo homófobo, tres veces más cerdo de lo que era cuando empezó la dieta.

Como siempre, la sociedad se ensaña con sus propias víctimas, nos advierte, por su parte, la reconocida psicóloga Ana Froy: “Ahora nos asombramos de que siga habiendo gente culta que se somete a estas terapias, pero nadie se pone en la piel de las personas homófobas. La sociedad las señala, las ridiculiza en programas televisivos, ‘homófobo’ se ha convertido en un insulto entre hinchadas y es la mala palabra más escuchada en las aulas argentinas desde el preescolar hasta el CBC. La ley misma las considera ciudadanos de segunda y después nos rasgamos las vestiduras porque se sacrifican en un quirófano. ¿No estaremos desviando la vista esperando que esto que nos desagrada y nos avergüenza como sociedad moderna y pluralista que somos, se destruya a sí mismo? Atención porque estamos hablando de un sector muy importante de la población que además de homófoba es maestra de escuela, empleado de banco, taxista, policía, cuando no tiene además la desgracia de ser gay o lesbiana, culmina la doctora quien explica a este medio, que ella misma abandonó la ingesta de pastillas Homotril porque no le estaban dando gran resultado.

El problema se agrava porque gran parte de estas personas tienen arraigada la homofobia en las entrañas, a muchas les corre por el torrente sanguíneo y no lo saben. “Van y se hacen un pilling y después se hacen otro, se pasan horas en el gimnasio creyendo que transpirando se le va a ir. Señores, la homofobia no se evapora, terminan deshidratados cuando no sufren un brote homofóbico que los lleva a echar a su hijo gay o a su hija lesbiana de la casa, reírse de un tipo porque no les parece lo suficientemente macho, qué sé yo cuántas locuras más”. Dice Tomala Di Lella, directora de (PSI) Primer Spa Internacional para Homófobxs. Y no hablemos de la transfobia, que requiere tratamientos aun más costosos y complicados. A veces, cuando parece que ya no hay más señales, aparecen unas ganas locas de hacer un programa de televisión para reírse de Zulma Lobato, hablar en masculino de las travestis, preguntarles cómo era su nombre de varón, ignorar por completo la existencia de hombres trans o viajar hasta la casa de Thomas Beatie para apedrearle las ventanas por haberse quedado embarazado dos veces.

La luz de esperanza llega en forma de concientización, ya que a los trabajos del gobierno nacional se suma la iniciativa de Mauricio Macri, quien luego de confirmar a su jefe de campaña en vía pública acaba de pedirle la renuncia y ordenó retirar los carteles que decían: “Ey, acá hay otro homofóbico. Animate a señalarlo y tiralo de 20 a 21”. No es mucho pero es algo, recordemos que hemos pasado por cosas mucho peores.

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Imagen: NICOLAS PRIOR
 
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