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Viernes, 8 de enero de 2010

ADIOS

Soy tu nena

 Por Diego Trerotola

“Nos gusta la primera época de Sandro, cuando estaba con Los de Fuego. Creemos que Sandro, junto con algunos más, fue el precursor del rock en la Argentina. Muchas veces se habla de Litto Nebbia o de Tanguito, pero Sandro ya tenía ocho años de rock and roll encima. ¿Por qué borrarlo como si no existiera?”, Federico Moura habla en plural porque los Virus, la banda que lideraba, en ese momento se encargaba de reescribir la historia del rock nacional y sumar el nombre de Sandro con letras de fuego. Y si otros lo borraban de las listas era por la misma razón por la que muchos músicos y parte de la crítica y el público de ese momento repudiaba a Virus: por su forma de diversión desenfadada que confundían con la mera frivolidad, por sus movimientos demasiado sensuales que no eran propios del machito rockero. Todo Sandro era muy pélvico, muy rosa-rosa, muy sexualmente desafiante: aceptar el valor de un golpe de cadera del Elvis argentino era poco más que un desafío a la integridad rocker de esa época, que no sabía qué hacer con semejante dicha en movimiento. Federico fue, ante todo, un puto valiente, y salió contra la corriente a reivindicar a Sandro, y hasta a llegar a hacer un cover de “Tengo” en el recital de adelanto de su disco Agujero Interior. Poco le importaba que todos supieran que Sandro lo seducía como lo hizo con varias generaciones de gays que desearon que les dedicara, al menos, una sonrisa torcida con sus labios gruesos. Y también están las películas, que ya forman parte del camp más genuino de los primeros ’70, casi al nivel de las del dúo Armando Bo-Coca Sarli. ¿O acaso en Tú me enloqueces, que el mismo Sandro dirigió, escribió y protagonizó, no puso a un asistente marica que le grita un piropo? ¿Y en Operación Rosa Rosa no se revuelca con un hombre en una bata como minifalda y un slip apretado que le ahorcaba el bulto como a un stripper? ¿Y todas esas fotos publicitarias con el torso desnudo y la toalla al cuello como pin-up gay? Sandro jugó a crear su propio relato de gitano misterioso, con mucha ficción y poca realidad, y la reserva que siempre guardó sobre su vida privada, tras una muralla de su casa de Banfield y con supuestas salidas disfrazado, crearon rumores sobre su sexualidad que crecieron hasta hacerse una mitología. ¿Dónde terminaba Sandro y empezaba Roberto Sánchez? Pocas personas lo sabrán con exactitud. Se supone, sin que él lo confirme con total claridad, que para Sandro el amor era una mujer gorda. Y sus nenas, que así llamaba a las legiones de fans, mujeres maduras de carnes sin corsets, lo saludaban con gritos que no podría igualar una joven escapada del auge furibundo de la beatlemanía. Y ahora, mientras el cadáver se enfría, vedado como imagen para la prensa y reservado para fans que siguen dando el fuego de su pasión en colas eternas para darle el último adiós, mientras le prenden velas de vigilia y le dejan estampitas de San Sandro en cada lugar que el Gitano dejó su huella. Y yo, oso fetichista, que también me considero una de sus nenas gordas, le dedico este breve obituario al Sandro redondeado, de curvas, canas y arrugas, al daddy sexy, galán maduro en robe de chambre sobre el escenario-ca-ma donde llegaba al orgasmo a fuerza de canciones sin ningún miedo a caer en una cursilería casi maricona de “poemas de amor y rosas”. Adiós, Roberto.

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