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Viernes, 5 de febrero de 2010

4X

Nostalgia del más acá

Los fantasmas no existen, aunque que los hay nadie duda. Como prueba, estas cuatro almas sin penas pero con deseo de seguir de juerga de este lado del mundo donde la sexualidad sí importa.

Creador de monstruos

James Whale fue uno de los más grandes directores de la historia del cine. Es y será recordado por muchos por sus films de terror, que en la década del ’30 conmocionaban a la crítica y al público: Frankenstein, El hombre invisible, La novia de Frankenstein. Whale fue abiertamente gay durante toda su carrera, cosa que era inusual en el (homofóbico) Hollywood de los años ’20. En 1929 conoció a Davis Lewis, un director de escena, que sería su pareja durante los siguientes 30 años. Juntos compraron una mansión en Los Angeles y construyeron una pileta en la que Whale nunca nadó, aunque sí vio nadar a los jóvenes que asistían a sus míticas fiestas. La única vez que el director se sumergió fue para suicidarse dejando una nota: “Mi vida ha sido maravillosa”. Desde entonces la pileta hace sus propias fiestas nocturnas: risas, chapuzones y hasta música de fondo. Al menos es lo que dicen los que quisieron comprar la casa de Whale, tentados por su historia. Pero él no está dispuesto a dejar las fiestas.

El fantasma Glam

Dotado de un talento casi innato para tocar el piano, Liberace supo convertirse en un artista fetiche de mitad del siglo 20. Su humor desfachatado, sus trajes de lamé, sus fastuosas capas con piedras preciosas, plumas y pieles hacían del showman una barroca exageración de brillos y locura. Liberace nació en Wisconsin en 1919. A los 14 años ya formaba parte de la Sinfónica de Chicago. Y en la década del ’50 encontró el lugar ideal para todo su despliegue: la televisión. Pese a los rumores de romances homosexuales (con Rock Hudson, por ejemplo), el particular pianista era capaz de demandar a quien insinuara que era gay. Luego de una vida vertiginosa y sobrecargada de lujos, Liberace murió de sida en 1987, tenía 67 años. Cinco años antes había inaugurado un restaurante, el Tivoli Gardens of Liberace, donde todavía se ve su capa brillante doblar por los pasillos. Fiel a su ambigüedad en vida, post mortem tiene fijación por los cierres tanto de vestidos como de pantalones. No va a confirmar ahora lo que antaño negó en vida.

Echale la culpa al espectro

Si no fuera porque varios de los huéspedes del George Hotel –una posada fundada como George and The Dragon a mitad del siglo 18 en el condado de Norfolk (Inglaterra)– juran haber visto a un misterioso hombre de negro que pasea por los jardines en las despejadas noches de verano y que enseguida se disuelve entre las sombras, los dichos de los empleados de lavandería sonarían más a excusa que a otra cosa. Porque de lo que ellos se quejan es de un molesto fantasma que gusta de bajarles el cierre de los pantalones para después andar haciendo gestos obscenos con su boca sin emitir sonido alguno pero confundiendo a los huéspedes masculinos del segundo piso. Esta aparición tiene algunos puntos de contacto con el alma que se esconde entre bambalinas del Queens Theatre, en Londres, y que sólo se calma cuando logra ver a algún empleado de maestranza cambiándose la ropa.

Tennessee not dead

Al Café Lafitte in Exile, el bar gay más antiguo de Estados Unidos, en el French Quarter de Nueva Orleáns, es donde el fantasma de Tennessee Williams decide volver cada año para tirar desde sus balcones collares de colores a los jóvenes que participan del mítico Mardi Gras cada febrero. Es que en este bar empezó a escribir Un tranvía llamado Deseo y donde TW conoció, en 1947, a Frank Merlo, un ítaloamericano que había servido en la marina durante la Segunda Guerra Mundial, y se enamoró perdidamente. Vivieron juntos hasta 1963, cuando Merlo murió de cáncer, llevando a Tennessee a una depresión que lo acompañaría 20 años, hasta que a los 71 se atragantó con la tapa de un frasco de pastillas. Su fantasma no sabe de depresiones pero sí de regalar fantasías de plástico a los muchachos capaces de mostrar sus atributos, aunque las cuentas de colores no lleguen al piso, tragadas por la lógica del más allá. Dicen que a veces TW no está solo, aparece acompañado nada menos que por Truman Capote, otro de los celebres concurrentes del Café en la década del ’40.

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