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Viernes, 12 de febrero de 2010

ENTREVISTA

Por mi culpa

Cantautora uruguaya de voz melodiosa y presencia angelical —aunque, como dice en una canción, esa impresión es posible porque no la vieron montar—, Ana Prada se planta en su nuevo disco, Soy pecadora, con la firmeza de quien no tiene nada que disimular, ni siquiera el desgarro del amor.

 Por Paula Jiménez

En el arte de tapa de tu nuevo disco, Soy pecadora, se puede ver un comic donde un personaje ingresa a un “túnel del amor” y, a medida que va a accediendo a los placeres que ahí se le ofrecen, va perdiendo partes de su cuerpo hasta terminar convertida en un ángel sin piernas y sin brazos... ¿Qué buscás expresar con esto?

—Es un ángel mutilado, que puede ser también mariposa. Es un cambio de estado, en realidad. Una metáfora del pecado basada en la canción “Soy pecadora”, que le da nombre al disco. El arte de tapa y el comic son obras de Rosalía Banet, una artista plástica española que trabaja mucho sobre género. Los dibujos parecen primero muy naïf, a dos dimensiones, y de golpe empezás a ver en detalle y notás que tienen una fuerza increíble. Todo lo que hace Rosalía tiene un contenido muy fuerte y desgarrador, sobre todo en lo relacionado con el sentir femenino.

¿Porque sos pecadora vas pagando placer con partes de tu cuerpo?

—Siento absolutamente real ese desgarro que implica el pecado en sí: cómo se juzgan determinadas acciones y el costo que eso tiene a nivel psíquico, personal, familiar. Con decirte que mi madre vio los dibujos y me dijo: “¡Ay, m’hijita, cuánto sufriste!”. Y lloraba mi vieja. Yo le contesté: “Bueno, mamá, es la obra de una artista”. Pero en verdad es muy simbólico para mí. Yo sufrí mucho en mi adolescencia, en mi juventud y he pagado el pato de eso: te quedan secuelas a lo largo de toda la vida, secuelas que te hacen síntoma en un montón de cosas y que tienen que ver con asumir tu sexualidad, tu placer, tus amores. Estos dibujos me parecieron muy elocuentes a la hora de mostrar este desgarro. Y en un principio Rosalía me había mandado el dibujo de este personaje, pero sin rulos, y yo le pregunté si se animaba a hacérselos, así quedaba claro que se trata de mí.

Este es un disco más lanzado que el anterior, Soy sola, como si acá te animaras a revelar algo de tu historia y de tu propia rebeldía...

—Es que en Soy sola fue como si hubiera estado pidiendo permiso. Trabajé mucho con Carlos Casacuberta; si no fuera por él y por Elvira Rovira —que era mi pareja en ese momento y que también es coautora de muchos temas de Soy pecadora—, ese proyecto no hubiera salido. En cambio, Soy pecadora me encuentra parada en otro lugar. Aquel trabajo fue investigar dentro de mí, mientras que este nuevo material tiene que ver con una etapa en la que soy más consciente de que estar en un escenario es lo que quiero hacer el resto de mi vida. Asumir ese camino, como cualquier otro camino, es un proceso de vida. Y a mí me costó bastante. Ahora puedo decir “esto soy yo, esto es lo que pasa”, y si me sale una canción como “Tu vestido”, que es una letra de amor de una mujer a otra, no me importa. En otro momento le hubiera cambiado el género, o no lo hubiera cantado.

Claro, en Soy sola manejás más un neutro a la hora de hablar del amor.

—Es difícil hablar del amor con género en determinados momentos de la vida. Más cuando estás abriendo una puerta o te sentís pidiendo permiso para entrar en un universo machista como es la música. No es fácil salir así, con todas las cartas sobre la mesa. Además, el tema de hablar del amor como una entidad en sí misma es a algo a lo que te vas acostumbrando: a no hablar de tus sentimientos. En esto tuvo que ver la época que me tocó, los años que estuve tapando lo que vivía, sintiéndome por esto ciudadana de quinta categoría. Después a una se le hace hábito. Pero, por otra parte, pienso que está buenísimo poder hablar del amor desde un lugar más general, sin remitirlo necesariamente a una persona en concreto. La sexualidad no es la única carta que una tiene para mostrar: yo no soy sólo eso, soy otro montón de cosas. Aunque Soy pecadora, inevitablemente, va hacia ahí. Y me van a preguntar por qué soy pecadora. “¡Y qué sé yo!”, responderé. Es tan fácil quedar del lado del pecado. En esta sociedad mentirosa, que se maneja con una falsa moral, es muy fácil encontrarse del otro lado. Y yo me encuentro del otro lado, del lado del pecado, por suerte.

¿Por qué titular tus discos con una autodefinición?

—Los dos discos son autorreferenciales, ya que tienen el “Soy” adelante. En Uruguay es un modismo muy popular entre la gente grande: “Yo soy sola, m’hijita”. Yo en realidad iba a algo que tiene que ver más con el ser. En español tenemos diferenciado el ser del estar, pero ser solos somos todos y éste es el baile que nos tocó bailar. Soy pecadora surgió como título del disco a partir de la canción y le dio un cauce también. Ese “Soy” viene un poco como a hacerle un guiño a ese otro “Soy” del primer disco.

En uno de los temas de tu disco decís: “Usted me llama señora / porque no me vio montar”.

—Eso alude un poco a mis dotes gauchescas, ando muy bien a caballo criollo de campo. Una vez logré montar una yegua muy arisca y el dueño de la estancia, Don Arturo, me la regaló por haber podido montarla. Y en la canción me gustó la imagen para jugar un poco con la ironía de la connotación sexual. Me servía por los dos lados.

Pero, pese a ese cambio que señalás, vos seguís ubicando una cuestión pecaminosa con relación al juicio colectivo sobre la sexualidad...

—En los países subdesarrollados en los que vivimos, sí. Sobre todo en los países católicos que tienen una Iglesia incidiendo tanto. Me parece que somos sociedades que estamos tan subdesarrolladas que lo importante sería, al menos, desarrollarse en una educación laica. En Uruguay, la Iglesia no tiene tanta influencia. Y yo te iba a decir: “Gracias a Dios”. Y volviendo al tema del pecado, si nos basamos en que quien dictamina qué es pecado o qué no lo es es una Iglesia irrespetuosa, totalmente amoral, soy pecadora.

¿Tu familia es religiosa?

—Por parte de mi padre son ateos, del lado de mi abuela materna son católicos. Yo fui a un colegio católico en el primer año del liceo y, cuando me fui a inscribir en el tercero, me echaron por no haber querido tomar la comunión. No creo en la Iglesia Católica, pero algún tipo de fe tengo. Yo creo en algo así como en la retribución de la propia vida, en lo que una puede dar y lo que puede recibir. Soy de una generación para la cual estaba todo muy polarizado: Queen o Kiss, los yanquis o los rusos, Peñarol o Nacional. El mundo estaba partido en dos, no había grises. Estaban los buenos y los malos. Yo era buena. Y ahora todo eso en lo que alguna vez creímos tiene que cambiar.

¿Por qué decís que la pasaste tan mal en la adolescencia?

—Y... fue muy difícil. Paysandú es un pueblo chico donde se sabe la vida y obra de todo el mundo. Y a su vez fue muy linda, porque tenía una cierta libertad de movimiento y una pertenencia, pero a cambio había que mantener en secreto algunas cosas. Y como no soy de andar ventilando mi vida, mucho no me molestó. Pero en determinado momento, más que el pueblo, lo complicado fue la época. Tengo 38 años y tenía 14 o 15 cuando empecé a enamorarme “incorrectamente”. A la vez tenía novio y, cuando comencé con cuestiones de definición sexual, no fue fácil. No era sencillo en una ciudad chica, hace tantos años. Yo creo que ahora estamos en otro momento, con un montón de prejuicios menos, con muchas cuestiones que están más sobre el tapete y eso es un alivio para los jóvenes de hoy, para que puedan expresarse y decidir. Finalmente, lo único importante es ser feliz.

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Imagen: Sebastián Freire
 
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