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Viernes, 5 de marzo de 2010

ENTREVISTA

Cama adentro

Seis años atrás, con la película Una noche en Buenos Aires, Darío Marxxx se convertía en el primer director de cine porno gay del país con productora propia. Ahora que ya tiene nueve películas en su haber, incluida la recién estrenada Doble moral, está en condiciones de contar algunos secretos del oficio y de trazar la silueta del actor porno ideal.

 Por Patricio Lennard

¿Cuándo fue que a Darío Marxxx se le agregaron dos x?

—En realidad las tuvo siempre. Yo me llamo Darío Marcelo, y como Darío es un nombre que no uso nunca, me puse Darío Marxxx, por lo que fueron tres y no dos las x que vinieron con su cromosoma.

¿Y qué te llevó a hacer películas porno gays cuando nadie se dedicaba a eso en la Argentina?

—Si vamos al caso, ahora tampoco hay otras productoras que se dediquen al rubro. Seguimos siendo los únicos. Acá se produce porno hétero, y si el porno gay no está del todo bien visto es por el punto de vista heterosexual con que se maneja la industria argentina del porno. Yo he ido a algún que otro festival de cine triple X (festivales que son siempre heterosexuales) y he sentido cierto menosprecio de parte de mis pares. Como si los demás directores (que en la Argentina son cinco o seis, no más) no me consideraran un par por hacer porno gay, o como si lo que yo hago no se pudiera comparar con lo que ellos hacen.

¿Y en qué dirías que sí hay diferencias?

—En una película hétero, la estrella es la mina. Siempre. Mientras que en una película gay la estrella es el chico, por lo que casi todos son estrellas. Por eso sale más caro producir una película gay que una película hétero. En una película gay les tenés que pagar a todos más o menos lo mismo, salvo en el caso de los protagonistas. En una película hétero les pagás a las chicas, y a los chicos, en muchos casos, los conseguís gratis. Eso es una práctica habitual, cumplirle la fantasía al tipo que piensa: “Bueno, voy a coger con minas lindas y encima me pagan”. Pero en una película hétero un pibe a lo sumo gana 200 pesos (si es que no va gratis), mientras que en una película gay lo menos que gana un pibe son 700 pesos.

¿Por qué pensás que tuvo que pasar tanto tiempo para que alguien se propusiera hacer porno gay en la Argentina?

—Supongo que por la hipocresía que todavía existe socialmente. Buenos Aires es una ciudad que se considera gay friendly, pero lo es por necesidad y no por convicción. ¡Buenos Aires es gay friendly para el turista! Cuando empecé a hacer películas, no conseguía una sola empresa que me auspiciara con lubricante, con preservativos, con ropa interior. Y hemos hecho presentaciones de las películas en bares, en discotecas, y hubo empresas que nos dieron champán, pero con la condición de que no las nombremos. Ahí te das cuenta de los prejuicios que todavía existen.

Contando Doble moral, ya llevás nueve películas filmadas. ¿Qué cambió de tus comienzos hasta ahora?

—En Una noche en Buenos Aires, que a mí me gusta porque es la primera película que hice, yo no tenía idea de nada y los defectos técnicos que tiene son terribles. Entonces yo todavía no filmaba, sólo dirigía, y tuve que armar un equipo de camarógrafos que después siguió trabajando conmigo. Pero ninguno de ellos había filmado porno antes, y mucho menos porno gay, sin contar que eran todos tipos heterosexuales. En las primeras películas eso fue un poco complicado. Sobre todo porque, si bien los pibes lo veían como un trabajo, era raro para ellos tener que andar metiendo la cámara en esos lugares. Me acuerdo, por ejemplo, de que en la escena final de El cumple de Lucas —en donde todos le acaban encima al protagonista—, uno de los camarógrafos no se pudo contener y dijo: “¡Uy, qué asco!”. Entonces lo agarré, lo saqué aparte y le dije: “¡Pero no! ¡No podés decir eso!”. Y él se disculpó en veinte idiomas, diciéndome que le había salido de adentro, que no estaba acostumbrado.

Una de tus últimas películas, Vampiros en Buenos Aires, tiene una trama de ribetes fantásticos y hasta efectos especiales. Pero, si uno se fija en Internet, salta a la vista que la pornografía ha ido girando en los últimos años hacia una estética mucho más afín con el reality: escenas sexuales sin música y sin más actuación que la que supone el acto sexual en sí mismo.

—Nuestra idea, de ahora en más, es filmar una película por año y además filmar escenas para comercializarlas por Internet. Hoy en día la gente ya no quiere tener el disco en su casa y las películas con trama son cada vez menos. Pero a mí me gusta que una película tenga un mínimo argumento. Como director lo digo. Más allá de que sea una estética más amateur, lo que hoy, sin duda, está marcando tendencia.

¿Y por qué pensás que el sexo tiende a depurarse de ese modo en la pornografía?

—No sé si los directores están tan de acuerdo con eso. Seguramente es lo que piden las productoras, además de que es mucho más barato. Hay una película de Falcon filmada en Atenas, que son dos DVD, y que te das cuenta de que tiene un gasto de producción de la puta madre. Imaginate lo que les habrá salido trasladar a todos esos modelos americanos a Grecia, pagarles el hospedaje, los sueldos... Es como una película de cine. Una superproducción de ese tipo hoy ya no tiene sentido. La gente se ha acostumbrado a ver pornografía en la computadora y no en un televisor LCD de 42 pulgadas. Por eso ya no es necesario fijarse tanto en los detalles. El sexo es mucho más real, la cámara está ahí, te muestran las luces, el set de filmación.

Y hasta podés jugar al actor porno, filmándote con el celular, en la comodidad de tu casa.

¿Qué tipo de pornografía te gusta y qué cosas te excitan más en una película porno?

—Me gustan las películas con chicos con cuerpos más normales. No me gustan tanto las películas americanas, por el estereotipo de chico americano, musculosito, rubiecito. Me gustan más los chicos latinos. Pero lo cierto es que la pornografía que se hace en el mundo se produce, en gran medida, para el público americano. De ahí que haya mucho porno gay producido en Europa del Este, en donde el tipo de chico que encontrás es muy parecido al americano.

¿Y con tus películas? ¿Nada?

—Jamás les he dado una utilidad erótica a mis películas. Muchas veces me preguntan: “Che, cuando filmás, ¿no se te para?”. Y no, ni ahí. Es un trabajo. Lo veo desde un lado completamente distinto al que lo ve la gente. Porque una cosa es lo que yo veo y otra lo que ve la cámara. De lo que estoy pendiente todo el tiempo cuando filmo es de lo que ve la cámara.

¿Te llama la atención que hoy en día el bareback (sexo sin preservativo) sea el género más producido en la industria del porno gay a nivel mundial?

—No sé si me llama la atención... Es todo un tema ése. Hay empresas que no harían nunca bareback, y hay empresas que nacieron haciendo ese tipo de películas. Jeff Palmer, que empezó filmando para Falcon y después se pasó a SX Video, y que muchos lo consideran uno de los actores pioneros del bareback, es un caso paradigmático. Y esto lo digo porque una vez que un actor filma bareback es muy difícil que después lo contraten de una empresa que no se dedica al género. Si vos te fijás, en los Estados Unidos no hay muchas productoras de bareback, mientras que en Europa son casi todas. Incluso ves chicos muy jovencitos filmando ese tipo de sexo. Y si bien al principio de las películas te ponen advertencias, que dicen que es una práctica riesgosa, que no se recomienda hacerlo y que lo que te están vendiendo es una fantasía, de cualquier modo lo hacen. Estas advertencias con respecto al sexo no seguro tendrían que aparecer, supuestamente, también en Internet. Pero no aparecen.

¿Y por qué filmarías y por qué no filmarías bareback?

—Filmaría bareback con chicos que estén en pareja, obviamente con los tests que es necesario hacerse. Y no filmaría bareback porque, como te decía antes, es un paso que no tiene punto de retorno, pensando en el funcionamiento del mercado del porno.

Al principio, en tus películas te las arreglabas con taxi-boys, pero después fueron apareciendo chicos que, sin ser del rubro, también querían actuar. ¿Con qué situaciones se encuentra un director porno a la hora de hacer un casting?

—Lo primero que le pregunto a un pibe cuando viene es por qué quiere hacer una película porno. Y ahí ya me doy cuenta de si viene por la plata, o porque es exhibicionista, o si busca cumplir una fantasía. Te encontrás de todo. Un tipo, por ejemplo, vino al casting con su mujer y su hija de siete años... ¡a sabiendas de que era para filmar una película gay! Después hubo otro caso de una pareja, un chico y una chica, que vinieron los dos al casting y que me dijeron que la fantasía de ella era ver cómo el marido se cogía a un tipo. Y yo le dije: “Mirá, todo bien, pero yo no soy Julián Weich para andar cumpliéndole sueños a la gente”. Al chico lo elegimos y a la mujer le aclaramos que no podía venir, pero el día de la filmación se apareció igual, con la excusa de que venía a traerle cigarrillos al marido. Lo que pasa es que quienes lo ven de afuera, por lo general, tienen una idea bastante errada de lo que es hacer porno. En una película se corta, se cambia de escena y no se coge como se coge habitualmente. Si no filmaste antes, te aseguro que se prenden dos luces y te enfoca una cámara y lo más probable es que se te baje la pija.

¿Qué hay que tener para ser un buen actor porno?

—Personalidad, presencia. Si tenés 20 centímetro de pija, perfecto, por ahí te eligen por eso, pero la actitud es lo más importante. Yo siempre digo: no se coge sólo con la pija o con el culo: se coge con todo el cuerpo. Y el tipo que está viendo una película se tiene que calentar, si no, no sirve. Si vos estás cogiendo en una selva, bueno, por ahí el erotismo puede estar en el lugar; pero si estás cogiendo entre cuatro paredes, depende de vos que el tipo no se quede dormido o busque pasar a la escena siguiente.

¿Y qué pensás que busca alguien en el porno gay argentino que no encuentra en otras películas?

—La curiosidad de ver caras conocidas. El morbo de ver si tal o cual es activo o pasivo. Y también lo excitante que puede ser ver coger en tu idioma. En nuestras películas, cuando los chicos cogen, siempre tratamos de que hablen. Y lo que dicen son cosas que dice cualquiera. Esa proximidad excita bastante. Nada de “Oh, yeah!” entonces.

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Imagen: Sebastián Freire
 
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