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Viernes, 26 de marzo de 2010

Documento, por favor

Con su abierta intención de “presentar la realidad” y con los recursos cada vez más sutiles de la tecnología en video, el género documental estuvo y sigue estando en la primera fila en lo que a representación de la diversidad se trata. Esta selección de diez documentales que podrán verse en el Bafici de este año incluye clásicos, piezas olvidadas e imágenes de la vanguardia.

 Por Diego Trerotola

No es difícil darse cuenta de que la realidad es amiga de la diversidad; sólo hay que girar 360 grados para ver que alrededor crece la pluralidad como yuyos, yerba buena que nunca muere, aunque los reaccionarios de siempre griten o pataleen. Si hay un género que da ese giro y a su vez lo registra, es el documental, lenguaje capaz de rescatar eso que está en todos lados pero que muchos no ven (o no quieren ver), y que se convierte en realidad cuando alguien la hace visible, sensible y, por lo tanto, presente. Para eso están los buenos documentales, aquellos que no conocen barreras, o que las conocen y las desafían a fuerza de zooms empecinados en atravesarlo todo para demostrar que la mirada lúcida no tiene límites. Desde hace décadas, documentalistas de distintos linajes se encargaron de crear visiones, alucinaciones y creaciones de la realidad diversa, fuera de ciertas miradas censoras, confrontando la represión, la catalogación fácil y, finalmente, la representación falsamente simplificada. Gracias a la tecnología del video y a la valentía de muchxs, el documental es el género que más casilleros avanzó en los últimos años, especialmente a partir de jugar el difícil rol de representar la diversidad sexual en fuga permanente, sin plan prefijado, sólo tratando de seguirle el pulso a un mundo que gira y huye empujado por vendavales de cambio. Un recorrido por la programación del próximo Bafici permite transitar diez niveles más en la representación del pasado, presente y futuro de la realidad diversa, esa que para la mayoría de los medios no existe y que es una de las razones fundamentales para la que se inventó el cine independiente.

Word is Out: Stories of Some of Our Lives (1977)
de Mariposa Film Group

A menos de una década de la resistencia de Stonewall, cuando el movimiento gay recién estaba tratando de salir del closet de sus propios prejuicios para afinar ideológicamente su marcha, este documental marcó un nuevo hito en la conquista por la representación en el espacio social: 26 personas hablan por primera vez de sus experiencias como gays y lesbianas, describiendo cómo fue y es vivir una sexualidad no hegemónica a fines de los ’70. La película es pionera en exponer la nueva alianza de gays y lesbianas, trascendiendo el separatismo a causa del machismo y otros prejuicios que disociaban antes (y ahora) al activismo Glttbi. Aunque Word is Out privilegia el testimonio oral y personal, y hay algunos documentos del pasado de los entrevistados, se hace una lectura erótica a contrapelo de imágenes de estrellas de cine, y se discuten temas transversales como raza y representatividad. Producido por un colectivo mixto con el claro objetivo activista de cristalizar una imagen positiva, como describe Richard Dyer, “toda la película personifica la política de afirmación” del movimiento gay-lésbico de entonces. Este verdadero fresco histórico del germen del activismo audiovisual fue restaurado en 2008, y es fundamental para entender las líneas ideológicas del pasado.

New York Memories (2010)
de Rosa von Praunheim

El director alemán más incorrectamente queer está de vuelta para dar vuelta la Nueva York de la era Obama. Veinte años atrás, plantándose en esa ciudad de la furia, Von Praunheim había conseguido su máximo éxito con el documental Survival in New York (1989): logró registrar la potencia crítica de la marginalidad a partir de tres mujeres alemanas exiliadas que se reinventaban para desafiar los patrones culturales estadounidenses. Una maestra de escuela stripper y una ama de casa lesbiana fueron y vuelven a ser dos de las protagonistas de este nuevo documental, retratadas a lo largo de vidas mutantes donde esas mujeres pueden pasar de los cabarets y la vida miserable a la literatura académica casi sin solución de continuidad, pero con la misma sutileza e inteligencia con que Von Praunheim encuentra núcleos de resistencia en la Nueva York actual, tras la nefasta limpieza del período Giuliani, que aún sigue su curso, firme, con otro signo, pero siempre con el fin de expulsar, extinguir la diversidad a fuerza de discriminación económica. Como lo prefiguró el cineasta alemán con el título de otra de sus películas, No es perverso ser homosexual, perverso es el contexto. Ahora, Von Praunheim también encuentra nuevas configuraciones de la personalidad queer, sobre todo en un adolescente trans que se deconstruye en videos virtuales. Desaparecidos Warhol y Divine, a quienes se los ve en imágenes pasadas, Von Praunheim redefine la radicalidad excéntrica y, por eso, la nostalgia por el pasado libertino de la “ciudad más gay del mundo” se evapora frente a un futuro diverso. Y, por eso, la vida en Nueva York aún promete ser color de rosa.

Reincarnate (2010)
de Thunska Pansittivorakul

En la actualidad, la censura cinematográfica en Tailandia es demoledora y el año pasado, durante el Festival de Bangkok, el director Pansittivorakul la sufrió en carne propia: su película This Area is Under Quarantine, que narraba la relación homosexual entre un musulmán y un budista, fue prohibida. Pero Pansittivorakul no se amilanó sino que duplicó la apuesta. Este año, Reincarnate empieza con un cartel donde se lee el código de censura al cine tailandés, que prohíbe escenas de coito donde “se muestren órganos sexuales”, entre otras cosas que “afectan la seguridad de la nación”. Sin demorarse, la película desobedece esa advertencia oficial: se sumerge en un homoerotismo extremo, primero de forma sugestiva para luego estallar en una pornografía gozosa. Además, la película se convierte en un viaje burlón por las claves de la política tailandesa, al mismo tiempo que despliega una sensualidad evanescente, misteriosa, cómica y desafiante, donde el entorno y los cuerpos se imbrican en una comunión que a veces remite a la oda romántica entre soldados de Tropical Malady de Apichatpong Weerasethakul, el más independiente de los cineastas tailandeses, que es productor de esta película. Reincarnate incluye una mirada documental, pero no se limita a eso: cruza por varios géneros y estilos del panfleto a la lírica paisajística como quien trata de desmarcarse de cualquier preconcepto para agitar a la esquemática realidad tailandesa, a sus leyes y a su homofobia.

Cuchillo de palo (2009)
de Renate Costa Perdomo

Entre las múltiples violaciones a los DD.HH. de los 35 años de dictadura de Stroessner en Paraguay, se filtró una cifra atroz: 108 fue el número con que esa dictadura impuso su estigma para marcar a los gays, a partir de una publicitada razzia policial que apresó a ese número de maricas como forma de amenaza y, probablemente, para encubrir un delito sexual que no encontró ningún culpable entre los detenidos. Ese número vuelve como disparador de la ópera prima de la directora paraguaya Renate Costa Perdomo, que trata de reconstruir la historia de su tío, Rodolfo Costa, supuestamente “muerto de tristeza”, pero a quien su propia familia se resiste a recordar debidamente por puto. La directora emprende una investigación sobre la vida marginal de su tío en la infame era Stroessner, interroga al pasado y encuentra las profundas huellas presentes que dejó el régimen, como si hubiese una continuidad que se revela unas veces como ideología internalizada, otras como una herida abierta que sangra lágrimas de impotencia. En la oscuridad de la noche, con gente que no se atreve a mostrar su rostro, o en el opaco brillo de un pub gay, la película sigue el rastro de las iniquidades para trazar un mapa actual de la homofobia que se superpone con el del pasado. El gran acierto de la película es que no cae en la trama policial, en la clausura del enigma y el conflicto a partir del sacrificio del culpable, sino que se empeña más en revelar cómo funciona una pequeña estrategia de resistencia frente a una sociedad de control y exterminio. El padre de la directora, protagonista de una larga entrevista, tuvo la misión de “enderezar” a su hermano Rodolfo, como si fuese un fierro más de la herrería heredada donde trabaja; la mirada sobre él, por más cercano afectivamente que sea, nunca es condescendiente. La distancia entre lo familiar y lo monstruoso es una cornisa donde la directora inventa un equilibrio sensible e inteligente.

Comrade Couture (2009)
de Marco Wilms

Antes de entrar a su último lustro de existencia, Alemania del Este fue el escenario de un grupo de jóvenes rebeldes que trataron de agitar culturalmente a su país con un desfile de modas como una forma de “acción anárquica”, desafiando los controles de la omnipresente Stasi. Cada joven parecía guiadx por esa boutade que decía Severo Sarduy, y que a Perlongher le gustaba repetir: “Lo primero para hacer la revolución es ir bien vestido”. Un colectivo heterogéneo en un brote de insolencia creó en 1984 una multitudinaria performance orgiástica, donde los trajes frankensteinianos eran un collage de materiales industriales para patentar un estilo estrafalario como cruce de futurismo y comunismo, una forma de androginia espacial disparatada, lúdica y trash. Suerte de terrorismo fashion como provocación queer, donde la diseñadora Sabine von Oettingen, el fotógrafo Robert Paris y el peluquero Frank Schäfer, especialista mundial en vello púbico, juntaron fuerzas para que el delirio se desatara como política estética de trinchera. Todo acompañado por un carnaval nudista, que se contradecía a sí mismo, como una forma de autocrítica a todos los afeites del mundo de la alta y baja costura. Marco Wilms, uno de los modelos que participó en los desfiles originales, se propone reconstruir la utopía de esa revolución culturosa de la indumentaria, convocando a los antiguos protagonistas, que recuerdan esos años, grabados en ásperas y vitales imágenes de VHS, como una celebración donde la creación diversa disparó el último grito de la moda roja.

Extreme Private Eros: Love Song (1974)
de Kazuo Hara

Un documental en primera persona que se impone como uno de los testimonios densos más antiguos sobre las políticas esquizoides de las tensiones de dominación y la emancipación de la lógica matrimonial, del amor y de la violencia doméstica. Y si bien esta película de Kazuo Hara sobre la relación con su ex esposa, Miyuki Takeda, se debe entender dentro del contexto de la cultura nipona de hace tres décadas y media, algunos factores tienen un valor que trasciende la coyuntura, propiciando un cierto universalismo que aún tiene vigencia. El realismo en blanco y negro de cámara en mano le da un nerviosismo a la realidad sentimental de Takeda y profundiza en el ritmo de su deriva bisexual, de su búsqueda de la posibilidad de una vida fuera de las normativas sexistas. Esa misma puesta en escena, de una inmediatez casi claustrofóbica, es de un voyeurismo al borde del shock, con una secuencia de un parto casero que está entre los momentos más afiebrados del realismo documental. Lo cierto es que la película desata, sin proponérselo, todas las tensiones de las políticas de género que el feminismo occidental de esos años comenzaba a vislumbrar en la representación cinematográfica a partir de los ensayos de Marjorie Rosen, Molly Haskell y Laura Mulvey.

Mark (2009)
de Mike Hoolboom

“Algunas veces, lo que sucedía en medio de la noche es que nosotros de pronto despertábamos besándonos, y no sabíamos cómo había pasado eso. Nos dábamos cuenta de golpe de que eran las cuatro de la mañana y estábamos supercalientes en una forma muy primitiva, y estábamos ahí besándonos y sin saber cómo había sucedido eso. Era casi como si hubiésemos tenido ambos un sueño erótico al mismo tiempo”, recuerda la performer trans Mirha-Soleil Ross sobre su relación de una década de amor intensivo con Mark Karbusicky, muerto en 2007. Mike Hoolboom construye una elegía íntima de la vida de Karbusicky –que fue amigo y el montajista de sus películas anteriores–, para generar una original biopic sentimental hasta el desgarro. En primer lugar, porque casi toda la película se basa en videos caseros informales, con un efecto de instantaneidad perturbadora, especialmente cuando el mismo Karbusicky registra breves autorretratos. Pero también porque el centro emotivo del documental es la relación de Ross y Karbusicky, una pareja simbiótica, donde los géneros eran dinámicos, ambxs eran activistas y performers trans, como una alianza para dinamitar las ideas estancas de lo masculino y lo femenino, escribiendo con el cuerpo una política del aguante. A pesar del dolor, en los registros de shows hay una forma de suprema felicidad underground, punk, insurrecta de personas comprometidas en hacer que los discursos aleccionadores sobre el género y su lugar social se desdibujen a fuerza de intensidad física y ensoñación colectiva.

The Mistery School (2009)
de Jerry Tartaglia

“Hice Ecce Homo en 1989 en respuesta a la histeria antisexual que apareció en Estados Unidos como resultado de la epidemia del sida. Había realmente una ‘policía sexual’ patrullando los saunas en San Francisco. Y algunos políticos criptofascistas proponían tatuar a todo aquel que fuese HIV positivo. La fusión del Doctor y el Policía era examinada en esa película por medio de las referencias a Genet”, escribe Tartaglia sobre su corto más famoso, realizado hace veinte años, que ahora se puede ver en YouTube. Con su último opus, The Mistery School, continúa con las mismas búsquedas conceptuales y estéticas a partir del montaje de películas ajenas para desafiar la reaccionarias ideas normativas de la sexualidad. A partir de reciclar películas educativas con las que se enseñaba higiene sexual en escuelas, mezcladas con porno gay y otras imágenes apropiadas, Tartaglia logra escribir una sincopada historia de la homosexualidad, de la Grecia Antigua hasta nuestros días, donde los filósofos tienen pensamientos gráficos, donde biología y sexualidad colisionan en un montaje audiovisual, donde el mundo de las ideas y el mundo sensible se unifican en una realidad torrencial. Tartaglia vuelve sobre la “epidemia”, sobre la medicalización del sexo gay post-sida, a partir de una profanación de las imágenes disciplinarias del pasado para que se vuelvan definitivamente queer, para evitar que el sexo se convierta en una práctica institucional. Las que antes eran películas pergeñadas como mecanismos de control, gracias a la mirada emancipadora de Tartaglia, ahora son parte de un pensamiento y un sentimiento libertario que fluye fuera de la ley.

Gay? (2000) y Avant j’étais triste (2002)
de Jean-Gabriel Périot

Puede que a una década del primero de estos dos cortometrajes haya pasado mucha agua bajo el puente que une la cultura gay, lo queer y la política postidentidad. Lo cierto es que Jean-Gabriel Périot se proponía con Gay? preguntarse qué constituye el núcleo de un colectivo relacionado por su orientación sexual. Y, en primer plano, como grito primario de salida del closet, Périot afirma: “Soy gay, soy puto, estoy orgulloso y realmente amo el sexo”. Acto seguido confiesa que chupa pijas mientras escucha una de las clásicas canciones que se relacionan con la sensibilidad gay. En el corto, hay una supuesta intención provocadora que envejeció, pero también una genuina candidez que trata de plasmarse sin filtro en la forma de un diario íntimo en video. Sin embargo, Avant j’étais triste todavía tiene fuerza crítica, porque ese pequeño panfleto animado, cursi y saturado aborda el problema del asimilacionismo, de la adaptación de los cambiantes parámetros de la diferencia sexual a una heteronormativa a partir de replicar una idea de familia tradicional, con todos sus pelos y señales. En esas imágenes caricaturales de la pareja enamorada de ese corto de Périot se sintetizan los conflictos políticos vigentes de la tendencia reformista del movimiento Glttbi.

La bocca del lupo (2009)
de Pietro Marcello

En los márgenes de Génova, un ojo que busca lo sublime reescribe el mito del romance lumpen, ese donde los indigentes, desheredados de todo, convertidos en criminales, se redimen por un amor que no se parece a nada. El es Enzo, un gigante viril con la “dulzura de un niño”, que se conmueve con el Bambi de Walt Disney, pero es un rufián temible, invencible, que sobrevivió a una decena de balazos policiales y a 27 años en la sombra de las cárceles italianas. Ella es Mary, una transexual ex adicta y prostituta, soñadora, torturada en la cárcel, donde conoció a Enzo, que cambió el rumbo de su vida descontrolada cuando le pegó con un beso furtivo entre rejas. Aunque parece un cuento de hadas, La bocca del lupo es la bocanada de realidad que ganó el Teddy al Mejor Documental en el último Festival de Berlín y que logra amalgamar, sin querer, el criminal homoerótico y la trans dionisíaca de Genet con la adoración por el subproletariado de Pasolini. Con la voz de esos enamorados que sobreviven en una ciudad portuaria, demasiado parecida al paisaje de posguerra que pintó el neorrealismo, Pietro Marcello dibuja un corazón queer flechado por el dolor y la esperanza, por la violencia y la ternura, para reinventar en su visceral impulso primitivo la potencia del cine para que las sombras de la caverna platónica devuelvan el espesor del deseo de los verdaderos marginales alejados de las falsas urgencias impuestas por la modernidad, como añoraba Pasolini.

Para información sobre horario de funciones: www.bafici.gov.ar

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