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Viernes, 28 de mayo de 2010

PD

Ahora sí, ahora qué

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¿Así que ahora nos podemos cazar? Perdón, digo, casar. ¿Así que ahora para el Estado y las clases medias horrorizadas va a ser más fácil distinguirnos en la maroma de gente, porque llevaremos el anillo matrimonial que nos enlaza, y es entonces cuando arrancarán sus caretas de tolerancia y nos escupirán el, a esta altura obvio, odio de clase? ¿O será que con el propósito de parecer tolerantes, nos dejarán poner el anillo a cambio de que con esa misma mano ingresemos el voto en las urnas del desprejuicio? ¿Seremos, otra vez, cómplices? ¿Y será que finalmente todo se reducirá a una copia barata de El señor de los anillos y seremos Frodo y Sam corriendo por las grandes urbes, escapando de una multiplicidad de Saurones escupiendo fuego? ¿Y será que finalmente le estaremos haciendo el juego al Estado santurrón y a la horda de funcionarios que apoyan la manita en ese libro por el que juramos no haber leído? ¿Así que ahora podremos darle marco legal al afecto, a ese lamernos a escondidas, al deseo que nos empujó a ese cuerpo que rompe la hegemónica vergüenza de los dark-rooms creados por quienes ahora dan quórum para que salgamos a la luz? ¿Y si todo se reduce a las ganas con que estos señores plebeyos manejan la perilla? ¿Así que ahora estaremos en situación de igualdad gracias a la lucha de la diferencia institucionalizada, pasteurizada, subsidiada hasta la hinchazón y bien pensante? ¿Así será, que podremos comprarnos a medias los objetos que nos convertirán en matrimonio y dejaremos de decir “mi pareja”, “un amigo”, “un compañero de trabajo”, y podremos por fin poner una pancarta en plena avenida, que grite “mi marido”, “mi señora”? ¿O deberemos inventar un nuevo término que, más acorde, se ajuste a los tiempos que corren? Pero, ¿qué pasará con aquello de “los mismos derechos con los mismos nombres”, entonces? ¿Así será, suponemos, que podremos, fuera de los grandes centros urbanos, evitar los asesinatos por portación de diferencia? ¿Será el tiempo de que, gracias a la igualdad, Natalia Gaitán podrá cobrarse los balazos y saldrá del purgatorio para volver al barrio que le dio de comer en la boca, paliando la angustia que no entra en sus estadísticas? ¿Será el tiempo de ocuparnos de las tasas de mortalidad de ese colectivo que no entra en los programas del binomio homo/lésbico, y saldremos entonces de las madrigueras a reclamar puestos en el Estado para las trans, tan bellas nosotras, envueltas en el arco iris insurrecto de la banderita? ¿Somos todos iguales? ¿O en definitiva la lucha de todos y todas es la lucha de los todos y las todas de esa misma clase media instruida que antes nos decía “monstruos”, amparándose en una caterva de estudios psicoanalíticos y edictos policiales que supimos conseguir en épocas oscuras? ¿Así que ahora nos agruparemos en los palieres de los edificios a contarnos las heladeras que compramos a medias, los cambios que hicimos a nuestras viviendas minimalistas, los viajes que planearemos para nuestra lunas de miel? ¿El deseo institucionalizado es mejor que el deseo a secas? ¿Necesitábamos urgentemente la injerencia del Estado en nuestras sábanas relamidas?

En lo personal, le exijo al Estado que deje de meterse en mi deseo. Le exijo al Estado que deje de lado la negligencia planificada que permite que millones de nosotrxs muramos de VIH. Le exijo al Estado que les asegure sus planes sociales a lxs excluidxs de sus programas de planes sociales. Le exijo al Estado que cese en la utilización de una lucha que no me representa, con el firme objetivo de asegurarse una banca, un voto más, un apoyo que no quiero darle. Le exijo al Estado que quienes así lo reclamen no deban dar explicaciones de sus devenires de género, cuando lo que reclaman es atención en un centro de salud. Le exijo al Estado que sancione una ley que permita el acceso a la educación pública de las personas trans. Le exijo al Estado que se ocupe de lo que pueda asegurarnxs una mejor calidad de vida, y no de aquello que seguirá hinchando las arcas de un desprejuicio que no pueden sostener en la contradicción de su miseria política.

Gastón Malgieri

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