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Viernes, 18 de junio de 2010

ENTREVISTA

Sin diagnóstico

Durante la primera semana de junio, en Barcelona se llevó a cabo el Primer Congreso Internacional de Identidad de Género y DD.HH. Uno de los organizadores locales, el activista trans Miguel Misse hizo un balance crítico para Soy. Misse es sociólogo y uno de los portavoces de la campaña Stop Trans Pathologization de la Red Internacional por la Despatologización Trans.

 Por Diana Sacayán

desde Barcelona

Estamos en Barcelona participando de un Congreso Internacional de Personas Trans, hay unxs 200 activistas del mundo, está cubierto por los medios. ¿Cuál es tu percepción de todo esto?

—Que en tanto que es internacional es un acto histórico en la trayectoria del movimiento trans. Que se produzca en la ciudad donde milito es importante, nos han contactado las autoridades, varios funcionarios de gobierno, para que estemos en este proceso de alguna manera; pues bueno, hemos estado en la organización local, pero las decisiones estrictamente políticas no las tomamos nosotrxs, ni en general son tomadas por activistas trans. En tanto sea un congreso institucionalizado, no es un congreso muy crítico con la problemática actual del colectivo trans. Aquí hay trans de derecha, trans de izquierda, y todo esto ha surgido aquí, en la realización de este proceso.

Te noto un tanto a la defensiva. Y eso que estás hablando desde un país que últimamente ha estado siendo pionero en el reconocimiento de derechos.

—Es que Europa en este momento trata de vender al exterior que son pioneros en políticas sociales. Y yo les diría a los europeos que echen un vistazo a otras culturas, que echen un vistazo a Asia, lo que está pasando con la cultura trans latinoamericana indígena, es decir, que dejen de pensar que nuestra cultura de género es la pionera porque no lo es, nuestra cultura es la patologizante y la que exportamos y con la que colonizamos. Es un discurso biologicista, médico, que atenta contra la identidad de género y que no necesariamente está vinculada con los derechos humanos. Entonces venderle al exterior, venderle al sur que somos expertos en derechos humanos, me parece una vergüenza, porque aquí también nos matan, aquí también nos violan.

¿Cuál es el trabajo que está llevando a cabo tu grupo en este momento?

—A nivel local, reivindicar la identidad trans desde un marco no patológico, es decir, no desde una perspectiva del sufrimiento, de la enfermedad, de la victimización, sino desde la del empoderamiento. Hay otras maneras de entender la identidad trans que no son exclusivamente las de estar en los márgenes. Que la transexualidad quirúrgica no es el único recorrido posible. Intentar otras formas de hacer visibles a los chicos, las chicas y a las personas que no se sienten chicos ni chicas, visibilizar los modelos corporales. A nivel gobierno de Cataluña, intervenir en un proceso de políticas públicas. No es menor ni poco complicado, ya que el movimiento trans es una cultura de la que se ha hablado mucho, hay mucha violencia internalizada, es muy difícil ponerse de acuerdo y siempre hay cosas que no se pueden negociar desde el activismo.

¿Y a nivel internacional?

—Estamos trabajando para que la asociación norteamericana en psiquiatría desclasifique la transexualidad como una enfermedad mental y, después de muchos años de trabajo, notamos que recibimos la escucha de organismos internacionales. La campaña tiene alcance mundial.

¿Qué efectos tuvo la ley de identidad de género en España y cuál fue tu participación desde el activismo?

—Cuando salió la ley yo tenía 18 años, fue en 2007, y justo en ese momento estaba en un colectivo trans muy asistencialista. No tenía una idea muy política de la cuestión trans, que a su vez no estaba politizada y no tenía demandas muy elaboradas. Cuando sale la ley de identidad de género algunas personas deciden participar del proceso de construcción de la ley y otrxs decidimos fundar otro colectivo, que se llamaba la Guerrilla Travolaka.

¿Tuviste una actitud crítica frente a una ley tan progresista?

—Fue una crítica radical a una ley que ha sido, puertas para afuera, una de las leyes más avanzadas del mundo. Pero puertas adentro hay que poner sobre la mesa que no está bien que en nombre de tal avance se siga obligando a tener el certificado psiquiátrico y a la modificación corporal. La ley de identidad de género mejora algo, pero yo creo que es una mejora de mínima, esta ley nos obliga a pasar por el quirófano, y creo que el Estado no me puede obligar a modificar mi cuerpo para reconocer mi identidad. Actualmente la reconoce después de una terapia psiquiátrica y después de un tratamiento hormonal, cosa que es inaceptable, porque el Estado no tiene nada que ver sobre mi cuerpo, ni sobre mi nombre.

Respecto de esta campaña por la “despatologización”, muchxs activistas señalan que puede convertirse en un impedimento para aquellas personas que no tienen recursos económicos como para acceder a una cirugía.

—Yo creo que ahí se plantea un debate que no es real. Hay quienes dicen que con la despatologización podemos quedarnos sin derechos sanitarios. Yo les contestaría: vivo en un país donde la patologización está a la orden del día y eso no me ha garantizado derechos sanitarios. Si antes, cuando te querías operar, tenías que ir a una clínica privada, aquí lo mismo, pero antes de mandarte a una clínica privada te hacen pasar por una terapia psiquiátrica. Cuando llegas a la clínica, te piden un certificado psiquiátrico, o sea la patologización no implica garantizar derechos sanitarios, esto por un lado. Además no podemos hacer depender nuestros derechos fundamentales de modificación corporal, estando siempre en diálogo con un lenguaje psiquiátrico.

Siempre está el fantasma de que hay una enfermedad.

—Es que si tengo derecho a lo que tengo derecho, no entiendo la entrada del lenguaje psiquiátrico y el diagnóstico que nos obliga a someternos a esos procesos. Yo creo que es una trampa, es un chantaje, es decir, tengo derecho a decir quién soy y a esculpir mi cuerpo como quiera sin pasar por el filtro de la patologización.

¿Cuál es la relación entre no estar enfermxs y exigir derechos sanitarios?

—Es que decir que necesitamos modificar nuestros cuerpos no dice que seamos enfermxs, dice que queremos ser usuarios de los derechos sanitarios; y que la única manera de atendernos sea con la etiqueta de enfermedad, creo que debe ser contestado. Creo que tengo derecho a una mastectomía y eso no me convierte en un enfermo.

¿Cómo se llega a concientizar sobre esto dentro de la misma comunidad?

—Tenemos que inventar los mecanismos de información de comunicación comunitarias para que las personas trans no pasen por la medicina, y que la primera información que tengan no sea la que dice que te tenés que operar. Que haya personas, una especie de red de iguales que con asesoramiento de trabajo social puedan formar personas trans para que brinden información a sus pares. Para que tengan información de primera mano, esa que todxs necesitamos en un primer momento cuando no sabemos lo que nos está pasando y decidimos este recorrido vital. Puedes operarte si quieres, pero también puedes no querer hacerlo. El quirófano es una alternativa que a muchas personas les sirve y es legítima, pero a otrxs no. Yo no quiero un mundo en donde la técnica quirúrgica es perfecta, pero la gente se sigue obviando, ojalá nadie tenga que llegar al quirófano porque no se obvian y éste es un trabajo que les corresponde a las comunidades trans.

¿Cuál es el click que debería hacer el sistema sanitario?

—Comprender a la transexualidad como un fenómeno que no es una patología, es decir, es una decisión que las personas toman sobre sus propios cuerpos porque prefieren vivir en otro género y ya está. Asumámoslo así, sin entrar al debate de las causas, al igual que el aborto y embarazo, como muchas cirugías estéticas que se producen desde el sistema sanitario público. Por ejemplo, cuando hay que extirpar un pecho a causa de un cáncer de mama y poner o reconstruir con un implante se considera una cirugía orgánica. No es que la persona esté enferma si le falta ese pecho, es que los médicos saben que si sale con un solo pecho a la calle la van a estigmatizar. Entonces se preocupan de ponerle un nuevo pecho y no la consideran una enferma mental. Esto es, el sistema sanitario público ya ha reconocido que hay una presión brutal con el cuerpo. Habría que introducir una categoría desde donde abordar la categoría transexualidad que no implique diagnóstico. Es complicado, pero éste es nuestro reto; yo creo que no tenemos que quedarnos con la salida más fácil que es “ah bueno, estamos enfermos, tenemos que ir al psiquiatra”, contestamos y nos vamos. Esto ya lo hemos hecho mucho y yo no lo quiero para los que vengan atrás.

¿Te parece que la despatologización es una prioridad hoy para nuestra comunidad?

—Es complicado decir que sí. La comunidad trans vive con una agenda de urgencia muy diferente en cada contexto. Cuando hablo con las compañeras trans asiáticas, la despatologización no tiene ningún sentido, se solidarizan, pero no se movilizan, porque las necesidades son otras.

Al principio de la charla te noté un poco descreído de estos eventos internacionales. ¿Podrías decirme qué es lo que te provoca esta tensión?

—Este Congreso se celebra enfrente de la zona de prostitución trans de Barcelona. ¿Las has visto aquí en el Congreso? Ninguna vino. Vas a ver que tampoco hay tantxs activistas europexs. Porque los gobiernos locales no quieren que se los critique. Entonces ahora vienen a hablar con activistas del mundo, pero a nosotros no nos reciben en sus despachos. Entonces ésa es la tensión.

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