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Viernes, 23 de julio de 2010

TEATRO

El amor en tiempos de cólera (eclesiástica)

Una obra que se coloca al margen del margen para llevar al extremo las posibilidades/imposibilidades del amor de pareja.

 Por Pacha Brandolino

En tiempos tan convulsionados o con riesgo de volverse oscuros, esta compañía teatral se mete con lo sagrado. Para darnos una idea de la apuesta que hace el director Guillermo Hermida con La verdad fugaz, es algo parecido a que uno se atreviera a poner en tela de juicio la sacralidad del fútbol y osase sugerir que el Mundial ’78 estuvo arreglado por los milicos en aras de legitimar su genocidio; o que el de Sudáfrica estuvo arreglado también, pero por los europeos y para que ningún país periférico lo fuera a ganar.

La escena ocurre en un bar, entre moderno y setentoso, de Buenos Aires o de cualquier gran metrópolis. La barra, en diagonal a la audiencia, se presenta como el gran centro escénico. Y una zona de mesas hacia el proscenio, que permite un contacto más cercano e inmediato con los personajes. Estas son las dos disposiciones en las que habrán de suceder las escenas: o en la barra, casi al foro, o en la mesa, casi en proscenio. Una estructura de tragedia griega. La vanguardia siempre remite al fósil.

La audiencia se desayuna de cómo viene la pieza ya cuando, entrando a la sala, se encuentra con una novia (con vestido y todo) sentadita a la barra, bebiendo. Sola. En breve, se presenta el resto del tablero: un recién divorciado que también viene a ahogar sus penas en alcohol. Es más: anda con sus bolsos de arrojado a la calle impiadosamente, a cuestas. Traba relación con la novia fugada del altar. Ambos muestran la hilacha de su desquicio emocional. Cambio de escena súbito y sin demasiados preámbulos. Un chico gay, con pinta de paqui modernoso que se encuentra con su ex que lo citó allí, en territorio neutral, “ni en tu casa, ni en la mía”, para hablar del penoso adiós. Otro par de desquiciados.

Toda esta especie de galería entre pop y noventosa se empieza rápidamente a cruzar y anudar, lo que se vuelve posible con el recurso del absurdo lógico, a la manera de Almodóvar, hábilmente explotado. Los recovecos del laberinto resultan muy divertidos y variados. Hay varios marcos de ficción, uno dentro de otros: algunos de los personajes resultan actores de un film; y de los que no lo son, hay uno que conjura el mítico fraude de la verosimilitud del teatro, enunciando su disgusto con este género como lo haría cualquier exponente de la clase media no ilustrada. Todo un tratamiento de la ficción a la manera de Derrida, que da cuenta de la eficacia de esta pieza y de la experticia de su director, que también es el dramaturgo.

En esta tarea de seguir guiño tras guiño las bifurcaciones de la trama y cabalgando el interés por desovillar el enredo, casi sin darse cuenta, el espectador llegará a un puerto: la ex pareja gay que está en tratativas de volver a las andadas, es la única que desarrolla una relación posible. No menos neurótica, no menos dificultosa, pero posible. Incluso al borde del fracaso por la mezquindad, pero que sobrevive no obstante.

Esta es la apuesta que se mencionaba más arriba. De todos los paradigmas posibles, la pieza se queda con el más riesgoso. Ya dando por superadas las discusiones naturalistas esgrimidas para defender la heterosexualidad del amor, se coloca al margen del margen y afirma que el amor es posible solamente para los chicos gays. Dice Deleuze que “la narratividad nos conduce a una falsificación de lo real”; pareciera que en estas circunstancias de nuestra ciudadanía en que la falsificación es lo real, esta pieza milita en la libertad inocentemente y tal vez sin proponérselo. Un elenco brillante y parejo despliega el texto abigarrado y sin concesiones con liviandad admirable; y sus cuerpos no son menos elocuentes en una estética de la acción naturalista y relajada que los coloca muy cerca del espectador. Estupendo.

Los dispositivos técnicos de luz y sonido, así como la banda sonora, no menos precisos y ricos, están a la altura del suceso. En conjunto, un verdadero hallazgo muy recomendable.


La verdad fugaz, escrita y dirigida por Guillermo Hermida, los sábados a las 23 en Beckett Teatro, Guardia Vieja 3556. Tel.: 4867-5185.

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