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Viernes, 13 de agosto de 2010

LUX VA AL CASAMIENTO DE ALEJANDRO VANELLI Y ERNESTO LARRESE

Farándula friendly

Hubo ramo, hubo torta, hubo pitos y mucha maraca, como corresponde a cualquier fiesta de casamiento, aunque ésta hizo historia. Lux cuenta detalles, aunque se guarda los más jugosos.

Suena el teléfono. Suena y corro a atender, pero no es Gonzalo Heredia el que me llama, aunque me encargué de tatuárselo a chupones en el cuello. No sé si es que no tendrá espejo o que la Roth se lo borró con los propios, pero no es él quien me llama sino los dueños del salón donde festejaron la boda Alejandro y Ernesto, en busca de la llave que me dejaron esa madrugada para que cierre la puerta, porque Lux y sólo Lux pudo aguantar hasta que las purpurinas dejaron de brillar. Y eso que había. Purpurina en escote de vedette, purpurina en cachete de aluminio de la señora Irma Roy, purpurina en las mejillas de los novios que repartieron más besos que reina de la primavera en la tribuna de Independiente. No puedo contestar: que suene el teléfono que no corro a atender... ¡no tengo la llave! La llave se la quedó una diputada de nombre Cecilia, a quien se la dejé en un pliegue del vestido después de que una organizadora me la señalara: “La encontré debajo de una mesa; te la dejo, Lux”. Muy amable ella, como si estx servidorx pudiera andar recogiendo lo que dejan otrxs. Recogiendo puede ser, pero no lo que se deja sino lo que se busca. Como me busqué el desplante de Reina Reech, divina ella en minifalda brillante y novio de calva ídem, cuando le pregunté, inocente, si no era un poco tortona. Su “¿qué?” espantado parecía robado de otra fiesta. “Un poquito, Reina”, le insistí. “Disculpame, nenx, pero a mí me gusta la pija”, dijo, y me plumereó con su cabellera sin darme tiempo a decirle que de eso también hay. La Cacho ya me había robado el lugar en la cola. “Si a ella le gusta, yo le doy”, me dijo el monumento queer después de tirar un ramo de papel sobre un grupete de puticlubes disfrazados de rugbiers en camisa blanca que bailaban sin escandalizar, y se escandalizaron cuando les pregunté a quién se garcharían de la fiesta. “¡A mi novio!” Ay, ellos, todos con novio. ¿Qué pasó? ¿El matrimonio les hizo un nudito en las partes? ¿O era que todos tenían el mismo y estaban tratando de organizarse? No hubo tiempo para respuestas mejores, la bola de espejos que coronaba la pista empezó a bajar amenazando con aplastamiento general de carne trémula: no hubo loca que no quisiera tocarla, más mítica que un pecho de la Coca, la bola enloquecía a la putada. Poca torta, hay que decirlo, aunque el baño de chicas ardía y se veían las rodillitas apareciendo por debajo de la puerta. ¿Qué estaban haciendo, picaronas? “Cositas lindas, Lux”, susurró Alex Freire en mi oído mientras buscaba dónde tirar su moño rojo al que ya había usado de servilleta. Diosx míx, Alex, ¿cómo hacés para ver con los ojos de japonesx con sol de frente? “Soy, estuve y estaré siempre así”, dijo él mientras arrastraba a su esposo y a los tres novios de ambos a un sitio oscuro donde envolverse de humo. Por lo menos éstos no se tragaron lo de la monogamia. Un alivio. Mientras, estx cronista se tragaba el champán, aunque se hubiera tragado lo que quisiera darle Gerardo Romano, uno de los tantos que había aceptado ponerse un pin en la solapa: “Gay Friendly”. ¿Qué? ¿Tenía miedo que lo confundieran con un matamaricas o...? Por suerte hubo trencito y la Ritó me hizo sanguchito con Silvina Luna y Boy Olmi pegó un salto de gacela para quedarse con el ramo y entregármelo formalmente. “Es que yo recién tiré”, dijo mientras señalaba a su esposa con las patas encima de una silla. No hubo quién pudiera bailar más que ese muchacho. ¿Comida? Sí, había. ¿Bebida? A preguntarle a la Marchant, que todavía debe tener. ¿Glamour? Bastaba con la camisola roja de la Rachid que, se ponga lo que se ponga, siempre resalta. ¿O siempre ladra? No sé, me dio la impresión. Faltó Flor de la V, debo decirlo. Y Zulma Lobato. Sobrar no sobró nada, aunque ahora tenga en mi guardarropas dos corbatas que no sé para qué usar y que pude arrebatar a los putirrugbiers. Al fin y al cabo no hay monogamia que resista una fiesta de casamiento y unos cuantos litros de champagne.

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