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Viernes, 27 de agosto de 2010

ENTREVISTA

El infierno son los otros

¿Es más difícil ser gay si se ha tenido la suerte de nacer en una familia judía? La ópera prima de Mariano Pelosi ensaya algunas respuestas mientras mantiene otras en pudoroso silencio. Recién estrenada, Otro entre otros no sólo provocó el interés de la crítica, sino que está teniendo una importante respuesta del público, prueba de que las cuestiones judía y gay dan para mucho.

 Por Diego Trerotola

Sé que estuviste muchos años para terminar Otro entre otros. ¿Cuál fue el fundamento inicial de este documental?

—Tenía que ver con la visibilidad de lo gay en la comunidad judía; sabía de un documental sobre ese tema que se llama Hineini, que significa “acá estoy” en hebreo, que se estaba haciendo al mismo tiempo en Boston. Y cuando empezamos este documental acá había una lucha más fuerte, no existía ninguna aceptación, no existían los judíos putos en general, y en los últimos cinco años que se fundó JAG (Judíos Argentinos Gays) todo eso cambió. Generar una visibilización, generar una posibilidad de que exista un intercambio con la comunidad me parecía interesante. Y supongo que no lo podía hacer en la comunidad cristiana, es impensable en el Vaticano eso. Además tengo un objetivo militante, más que con la comunidad judía con la gay. Yo soy hijo de padres separados, vengo de una familia superconservadora de “tradición, familia, propiedad”. Y el coming out de la homosexualidad con mi madre fue muy bien, y todo lo que tuvo que ver con mi padre fue muy complicado, y me di cuenta con el tiempo de que hacía todo lo posible para refregarle en la cara temas de la homosexualidad, para que lo asuma o para que se diera cuenta. Y supongo que eso tiene que ver con que todo el trabajo que hemos hecho desde 2001 en nuestra productora WAP tuvo que ver con temas gay: el programa de televisión Máximo, las películas Lesbianas de Buenos Aires y Un año sin amor, y ahora este documental.

Exceptuando a un representante de la Fundación Judaica, que no tiene tanto peso como otras instituciones en la comunidad judía local, no hay testimonios de organizaciones que invisibilizan o discriminan a la diversidad sexual.

—Porque me parece más interesante contar el lado positivo. Porque te puedo poner a las autoridades de AMIA, que van a decir que los gays prácticamente son enfermos, ellos pertenecen a la ortodoxia. Pero tengo que tratar de circunscribir al documental hacia la positividad para llegar al cambio. No todos los rabinos conservadores son tan progres como el que aparece en pantalla, el rabino Damián Caro de Fundación Judaica, que de hecho es muy progre.

¿Y justamente no te parece que mostrar sólo una visión progresista del judaísmo, cuando en realidad los personajes se sienten discriminados por las organizaciones de su propia comunidad, termina desdibujando la homofobia institucional judía?

—El movimiento conservador tiene distintas responsas, y en la norteamericana hay una que dice que habría que rehabilitar a los homosexuales. Y ahora tenés dos responsas que dicen que los tienen que aceptar, y que también dicen que si quieren los pueden casar. Si hay una organización en la Argentina, si bien no es la mejor, que les da cobijo, que les da un lugar, que les presta plata, ¿por qué tengo que decir que las instituciones son malas?

Bueno, una razón sería que las demás instituciones sí lo son. Tampoco aparece el peso de las formas de la represión religiosa en la sexualidad de las personas.

—Una cosa es la religión y otra el judaísmo. Cuando hay cinco millonarios, varias personas judías con plata, se juntan, construyen un edificio, hacen un templo y contratan un rabino. Y el rabino adscribe a un movimiento ortodoxo, conservador o reformista. En la Argentina no existe el movimiento reformista, tiene que ser el ortodoxo o el conservador. El rabino, si bien tiene que adscribir a las leyes, también responde ideológicamente a la comisión directiva que lo contrató, que dirige esa institución. No es como el catolicismo, que es verticalista. A mí lo que me parece sumamente interesante es que una institución del movimiento conservador incluya a JAG y forme parte de esto. Y yo no veo que el Vaticano, ni ninguna de sus acepciones, incluya a una organización de diversidad sexual. Creo que es más posible en el movimiento judío porque tiene más independencia cada templo, cada sinagoga, cada lugar, que lo que pase en cualquier iglesia católica que depende del Papa, y de ahí para abajo es una línea piramidal directa donde el sacerdote está puesto por el obispo de arriba, y así en una cadena.

No hay erotismo y tampoco una mirada sobre la sexualidad en tu trabajo. ¿No estará peligrosamente cerca de la represión sobre la sexualidad de cierta línea de la religión judía?

—¿Qué? ¿Tengo que poner una pija en el documental?

No necesariamente, pero a pesar de centrarse en cuatro personas que luchan por expresar su orientación sexual, hay una sola de las historias, la de Gustavo, donde aparece el afecto, la pareja. En este sentido, el documental es un poco tímido, incluso diría algo reprimido, para expresar la orientación sexual de las personas.

—No te puedo responder porque te tengo que contar cosas de la vida privada de los que aparecen en la película. Porque hacer este documental tuvo muchos problemas y, entre otras cosas, tuvo muchos “no”. Me decían: “Te doy la entrevista, pero no hablamos de esto; no sale mi papá, no sale mi hermano”. Sin embargo, para mí lo más importante de lo que falta transformar es el tema del casamiento judío, porque básicamente el resto de las cosas está más o menos armada. Y lo que sí hago es contar la historia de una pareja y la trato como un matrimonio, y pongo la foto de ellos mariconeando en la pileta, besándose, y también está la foto de Gustavo con la remera que dice “sí”, como si fuese “sí, quiero”. Me parece que cuento una historia amorosa sin tener que contar sexo, porque no me interesa.

Ya que hemos centrado esta entrevista en “lo que falta”, ¿por qué, si bien se hacen referencias a que en JAG participan lesbianas, no hay testimonios ni imágenes de ellas?

—No quisieron salir a cámara, no se animaron. Además, sólo salen los dos presidentes de JAG. No sale todo el grupo. Y cuando salen fotos de las actividades de JAG, no sólo las chicas no quisieron aparecer sino tampoco los chicos, por eso tienen las caras tapadas.

¿Y por qué no se desarrolló eso en la película, la situación de las mujeres lesbianas judías que no se animan?

—A mí, políticamente, me parece tratar todo por el “sí”, no voy a decir las negaciones.

Pero la política del “sí” se vuelve problemática cuando oculta el conflicto que existe en la comunidad judía, y que apareció cuando quisiste hacer el documental. Por ejemplo, no puede no existir conflicto por cuestiones de género cuando hablan sólo varones de su experiencia de ser gay o ser judío. Y exceptuando el testimonio de una madre, al documental lo dominan voces de varones: en las cuatro historias que cuenta, ellos son protagonistas exclusivos. Y por eso se podría argumentar cierta misoginia, reproducción del lugar que ocupa la mujer en la visión más ortodoxa del judaísmo.

—Para mí, la película no es misógina. La verdad es que en JAG no vi la misoginia y, tal vez por no verla, ni sentirla jamás pensé que alguien la podría sentir. Tal vez es eso. En el movimiento conservador yo no veo misoginia. De hecho hay rabinas, se barajó la posibilidad de que saliera en el documental una rabina en lugar del rabino Caro. No sé si hay misoginia ahí, pero yo no la vi. Pero, la verdad, nunca me lo pregunté, entiendo que vos lo veas en la ortodoxia. Igual, el documental no es de la ortodoxia judía. Todo lo que no está en el documental es por algo, o no está por otra cosa. Cada uno puede elaborar el pensamiento de si es misógino o no, son subjetividades del análisis de cada uno. De hecho, hay una frase que dice que “Hay tantos judaísmos como judíos”, o una frase más divertida que dice que “Hay más judaísmos que judíos”.

Tal vez ahora que se estrena surjan esas subjetividades para hablar del documental. ¿Tuviste devolución del público cuando se exhibió en el Festival de Miami?

—Sí, a una de las proyecciones fue un matrimonio judío de Nueva York que se habían enterado del documental y habían bajado a Miami para verlo, porque se habían enterado hacía unas semanas de que su hijo era gay. Y se habían sentido muy tocados por el documental, porque los había ayudado a entender más la situación. Esa es una de las cosas puntuales que me tocaron.

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