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Viernes, 15 de octubre de 2010

CINE

Todo sobre su madre

El próximo jueves se estrena Lengua materna, con Virginia Innocenti (la hija que sale del closet a los 40 años) y Claudia Lapacó (la madre que pone el cuerpo, literalmente, para comprender qué es esto de ser lesbiana). Una comedia que pone en cuestión la tolerancia, la aceptación y los mecanismos friendly.

 Por Paula Jiménez

“En un momento me pareció que todavía no se había abordado la homosexualidad del hijo desde el punto de vista de los padres. Siempre me parece interesante abordar un tema desde la periferia, desde un testigo o desde alguien que está involucrado, pero no tan en el medio. Empecé a contemplar la posibilidad de un argumento así después de una pelea muy fuerte que tuve con mi madre, pensé en todas las cosas que la escandalizarían y en cómo sería convivir después, con toda esa información entre las dos”, dice la directora Liliana Paolinelli, como afirmando que la verdad es el placer de los dioses, la única venganza que, según parece, a cierto tipo de madres le resulta intolerable.

Y es que la historia arranca así: diciendo toda la verdad. Casi matando. Mientras dos mujeres lavan y secan platos en una escena de lo más cotidiana, charlan de bueyes perdidos y, de golpe y porrazo, la hija le larga una bomba a su mamá. Pero, ojo, que la bomba no es sólo la noticia de que ella es lesbiana y que desde hace 14 años está en pareja con una supuesta amiga, no: el paquete incluye otros datos más de esos que harían caer redonda al piso a cualquier madre que alguna vez soñara con formar una familia perfecta. Una familia de esas que, en rigor, no existen. Es que, para ese modelo imposible, lo perfecto es un valor a ser sostenido a costa de la negación de lo particular. Y hete aquí lo realmente insoportable: todo lo inconveniente que suceda en la vida –todo, no sólo la homosexualidad– cuestiona el ideal que de la vida se tiene. Lo que el film de Paolinelli busca plasmar es cómo una madre de ésas sobrevive a semejante cosa, cómo reacciona a ese punto insumiso que salta en el tejido. Cómo, de una vida que fue pensada como un magnífico suéter de cachemira sale una bufanda con flecos que se vende en un puesto de Plaza Italia.

En el caso de la madre de esta historia, graciosamente interpretada por Claudia Lapacó, la perplejidad que le genera la repentina confesión de la hija torta, Virginia Innocenti, la lleva a una suerte de sobreadaptación. Desde que, de prepo, es anoticiada, responde con una reacción del tipo maníaca: compra libros de psicoanálisis que no dan cuenta de nada y los lee ávidamente, visita Bach, el clásico bar gay de la calle Cabrera, en compañía de una vecina y allí participa de una “binga” que conduce Nancy Anka, come mexicano en el restaurante Frida Kahlo, visita a su nuera de sopetón y le regala unos zapatos acordonados para el cumpleaños, bebe vino con ellas, y más y más y más. El imparable recorrido del personaje por la ruta lésbica no tiene otro destino que recuperar el tiempo perdido, deshacer la distancia que su mecanismo de negación y el ocultamiento de la hija habían interpuesto entre las dos. Pero abordar de pronto y tan desmesuradamente una realidad que estuvo en sombras durante tantos años no es precisamente lo más adecuado. No olvidemos que del otro lado de esta constelación de acciones hay una hija también, una hija que quizá no quiere que su madre se meta tanto en su vida. “Quería hablar de cómo la hija vive lo que ahora la madre conoce. Quería que la hija se sintiera invadida. Cuando alguien acepta en demasía algo, es porque no está aceptándolo del todo. Esta madre acepta, pero no termina de entender. La hija tiene que aceptar a su madre y se revelan aristas de intolerancia en la propia hija”, dice Liliana Paolinelli en un inteligente análisis de esta posible situación.

La intrusión materna explica, indudablemente, el mal humor constante que la hija muestra a lo largo de todo el film. Nada, pero nada, le viene bien. El punto es que si no atinamos a comprender la razón de su descontento –cosa que puede suceder y, de hecho, sucede–, el personaje de Innocenti cae en el cliché de la lesbiana hosca, mala onda, demasiado polarizada con respecto a la madre que encarna Lapacó, excesivamente vivaz y alegre. Por otra parte, y reforzando esta polarización, el juego actoral entre ellas no se termina de producir; no se intuye esa conexión materno-filial indisoluble. Y como si en esta película tuviera más fuerza, en general, que aleja lo que acerca, la relación de la hija con su novia también se ve afectada por la frialdad o el enrarecimiento: falta de feedback tal vez, de transmisión de un plus de tensión que vincule a estas dos novias más allá de lo evidente y lo visible. Aunque lo visible, en este caso, adquiera aquí la mayor relevancia. Y ya que uno de los ejes más importantes de este film es el de la relación entre estas dos chicas, hubiera sido más efectivo que no se interpusiese ningún tipo de pudor. La falta de escenas de sexo, los besos sugeridos o los desbordes pasionales tomados de espaldas o en sombras le restan verosimilitud, impiden a l@s espectadores consustanciarse con la historia y anteponen el recato a la escena en sí misma. En realidad, lo que se advierte en Lengua materna es cierta tibieza, la sensación de que domina el film una especie de indecisión entre mostrar y no mostrar. Pero, por otra parte, esta película sienta un precedente con respecto a lo que antes en el cine argentino se mostró; se anima a un poco más. La gran novedad consiste en instaurar, de plano, una temática inédita en una tradición cinematográfica que ha omitido todo lo que pudo la cuestión lésbica. Para esto, Liliana Paolinelli eligió, acaso, una de las reacciones maternas que más sorprenderían a cualquier hij@. Es que desde la hiperaceptación a la violencia, a la furia, al reproche, al autorreproche o a la voluntad de entendimiento y diálogo, el abanico de reacciones filiales es tan diverso como el mapa de subjetividades de la especie humana. Y esta directora parece decir que en situaciones así también los padres se dan a conocer, cada una con su diferente particularidad. Que nuestra verdad no es la única que emerge cuando la olla se destapa. Que la verdad del otro también empieza a asomar. Que no es triste el coming out. Lo que no tiene es retorno.

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