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Viernes, 29 de octubre de 2010

Con todo al aire

Diosa del porno, inspiradora del post porno, trabajadora sexual en todos los sentidos del oficio, paladina de la ecosexualidad y de todo aquello que conduzca al orgasmo femenino, Annie Sprinkle sigue desafiando a las leyes que colocan a la mujer en su lugar, en ningún lugar. Este año se vuelve a casar dos veces con su amor y socia en el Love Art Lab –plataforma de sus últimas performances– en lo que prometen ser un par de fiestas orgiásticas con vista a la naturaleza en peligro. Orgullosa prostituta en los ’60, angelical porno–star en los ’70, fetichista en los ’80, cineasta –dirigió al menos seis películas tan claramente feministas como pornográficas– en los ’90, esposa itinerante y artista experimental en los ’00, Sprinkle esparce amor en abundancia sin dejar de reírse sonoramente de la solemnidad que suele acompañar los discursos sobre la sexualidad que pretenden “liberar” a las mujeres.

 Por Flavia Company

¿Estamos preparados para recibir propuestas que nos desubiquen, nos desplacen, nos hagan reír o sentir vértigo? ¿Estamos dispuestos a saber quiénes somos o a darnos cuenta de que no sabemos quiénes somos? Decime cómo cogés y te diré quién sos. Abróchense los cinturones (no los de castidad; y si es así, dejen la llavecita a mano): Annie Sprinkle existe y ya son muchos los que creen en Ella.

Concretamente, este 23 de octubre junto con su esposa organizaron una boda púrpura y pública dedicada a la luna en Los Angeles, y todavía estamos a tiempo para asistir a la otra boda también entre ambas, dedicada a los Montes Apache en Ohio, que será el 6 de noviembre. Desde que en 2005 se comprometieron a organizar (entre otras muchas intervenciones que exploran, celebran y generan amor) un casamiento anual con color y tema distinto cada vez, el matrimonio formado por Annie Sprinkle y Elizabeth Stephens no ha faltado a su cita. Desde su Love Art Laboratory, estas dos mujeres persiguen la conquista del mundo por el sexo y uno de los campos en los que han encontrado buena tierra de cultivo es la ecosexualidad, una sexualidad respetuosa con el medio ambiente tanto en cuestiones obvias, como usar juguetes biodegradables y no alimentados con pilas contaminantes, como en cuestiones más sutiles, como por ejemplo ahorrar energía haciendo el amor a la luz del día o a la luz de las velas. También llevan a cabo acciones que llamen la atención sobre barbaridades cometidas contra la Naturaleza. En esta ocasión desean denunciar la búsqueda de agua en la luna y la de carbón en los Montes Apache, con la consiguiente destrucción de ambos parajes. Los actos de este año están dedicados a la intuición, la sabiduría y el tercer ojo.

El motor de esta y muchas otras ideas incendiarias es Annie Sprinkle, hoy doctora en Sexualidad Humana por el Institute for Advanced Study of Human Sexuality de San Francisco, fotógrafa, artista multifacética, realizadora, sexóloga, activista e investigadora de la sexualidad, principalmente de la femenina.

Provocadora natural y en buena parte inclasificable, Sprinkle –podríamos traducir este apellido que ella misma se eligió como “rociada” (ha declarado en diversas ocasiones que le encantan los fluidos tales como la orina o el flujo vaginal, y que de ahí viene su nombre)– nació como Ellen Steinberg de padres profesores universitarios judíos en 1954 y, antes de convertirse en referente de estudios de género y del feminismo más transgresor, fue prostituta y actriz porno. Tal vez ésos fueron los trampolines que le permitieron desmitificar en buena parte el uso del cuerpo como fuente de placer, al margen de cualquier consideración moral puritana, de cualquier barrera propiciada por la concepción miope y cerrada de una sociedad basada principalmente en el consumo y la fuerza.

Sprinkle es hoy en día una joven de más de cincuenta años que ha hecho hasta el momento un recorrido personal y fulgurante para hablar, hacer, mostrar y cuestionar el sexo, para hacerse y hacernos preguntas sobre cuál es su misión o cuáles sus límites (si los tiene). ¿Es el sexo una práctica más o menos íntima que sirve sobre todo para mostrar amor y/o descargar adrenalina? ¿Es tan sólo una parcela de nuestra personalidad? ¿Se puede conseguir con sexo algo más que sexo? Sprinkle lleva toda una vida dando a esas preguntas respuestas poco comunes. Tan poco comunes como algunas de sus propuestas, entre las que me gustaría destacar su llamémosle manifiesto a favor de las prostitutas, titulado “Las cuarenta razones por las que las putas son mis héroes”, y que incluye puntos tales como “las putas tienen acceso a lugares a los que nadie más llega” o “Las putas no tienen miedo del sexo”. Su postura ante la prostitución es clara: defiende sin ambages que hacen faltan habilidades especiales para ejercerla, que no cualquiera puede hacerlo como es debido y concibe su trabajo como algo sagrado. Hace especial referencia a la prostitución para mujeres lesbianas, algo todavía poco común, pero igualmente necesario. La legalización, según ella, debería ser ya un hecho.

La reflexión que este personaje hace sobre el sexo conlleva una investigación práctica que comparte con sus espectadores en espectáculos, films y performances y, en ese sentido, está en los antípodas de los estudios de la sexualidad de despacho, esos que se hacen sólo delante de la computadora, en universidades y centros científicos, consultando la bibliografía hasta entonces aparecida y teorizando sobre los distintos caminos mediante los que se ha intentado explicar desde hace tanto esa faceta humana que, a poco que se mire con detenimiento, demuestra impregnarlo todo. Sprinkle propone de manera constante el experimento, el ver “qué pasa si”. Recurre a la acción y en la acción se encuentra gran parte de su fuerza. Y no escatima recursos: se disfraza (sus disfraces o ropas o atuendos no tienen desperdicio; basta darse un paseo por Internet para asistir con la boca abierta a las cientos de ocurrencias estéticas kitsch que salen de la mente inacabable de esta bestia de la teatralidad, que van desde la imagen de una alegre y casquivana institutriz inglesa –anteojos de carey grueso, collar de perlas, pero... escote vertiginoso de pechos grandes y mullidos– hasta una especie de ninfa picante tocada con adornos florales tan abundantes como las fuentes de frutas que Carmen Miranda se plantificaba en la cabeza), pero también se desnuda, se muestra, se esconde, se ríe, se transforma, instruye, guía. Lleva la pornografía a otro nivel, le da otros contenidos y la aleja ya sea de su significado etimológico (del griego: descripción de una puta), ya sea de su definición en el Diccionario de la lengua española (carácter obsceno de las obras literarias o artísticas), justamente porque no la limita a los papeles, cánones y prejuicios establecidos sino que la utiliza como lenguaje que habla de algo más, que se refiere a lo que nos constituye y nos permite cuestionar nuestros actos, nuestros deseos, nuestros valores y por fin nuestra identidad. La pornografía se convierte en un lenguaje propio a partir del cual entender y explicar el mundo, una especie de cosmología desacomplejada de la existencia humana.

No hay más que visitar su página web http://anniesprinkle.org/ que convierte la terminación “org”, claro está, en “org(asm)”, para darse cuenta de la sana irreverencia que la sostiene y la alimenta. (También la sostiene y la alimenta el hecho de que cualquier acceso al material que ofrece se cotiza en dólares, naturalmente.) La misma irreverencia que salpica (nunca mejor dicho) sus performances, entre las que no se puede dejar de mencionar la famosa PublicCervix (pronunciado como Service) Announcement (irónico título: Anuncio de “Servicio” Público) en el que la artista invita a los espectadores a celebrar el cuerpo femenino mediante su detallada observación. ¿Y en qué consiste esa detallada observación? Sprinkle entrega a los espectadores una linterna y los anima a acercarse con ella hasta sus piernas abiertas de par en par para mirar con detenimiento y a través del espéculo su profundo cuello uterino. Entretanto, ella los observa y, de ese modo, pasa de ser objeto a ser sujeto o, lo que es lo mismo, subvierte los papeles establecidos del voyeurismo. ¿Vos me mirás? Yo te miro mirarme y te descubro. Hay en esa actitud desfachatada una voluntad de denuncia del orden establecido de las cosas a la vez que un deseo de integrar con naturalidad nuestros aspectos más ocultos u oscuros, esos que tan nerviosas ponen a las clases religiosas y políticas, es decir a los poderes fácticos que, en el caso de la Sprinkle, podrían muy bien convertirse en los poderes vaginálicos. Respecto de la religión o la política, la pornografía no deja de ser una realidad imprevisible que descalabra en gran manera los principios básicos de todo orden jerárquico. Y cualquiera de las propuestas de esta mujer revolucionaria deja en una posición delicada conceptos rígidos que pretendan adocenar a la humanidad. No respeta ciertos límites, porque no cree en ellos. Según para quiénes, podría resultar herética, por ejemplo, su propuesta de la “meditabation”, la actividad que justamente equilibra dos ingredientes aparentemente contradictorios: la meditación y la masturbación. Sin embargo, Ella la defiende en uno de sus videos instructivos mirando a cámara sin parpadear, y lo hace con una seriedad amable y a medio camino entre el estudio psicológico y el humor más corrosivo. Se lo toma todo en serio y en broma a la vez, incluso a sí misma.

Habrá personas a las que les costará admitir que las propuestas y acciones de esta reina del post–porno tengan algo que ver con el arte. Quizá no sea importante darle una categoría o etiqueta. Lo que sí queda claro es que su ideario, sus performances y espectáculos se mueven en la frontera que mezcla de modo indiscernible la creación con la sexualidad. Sus propuestas apelan sin duda también al intelecto, a la reflexión sobre nosotros mismos, sobre los significados del deseo y sus consecuencias. Sprinkle habla de todos, incluso de quienes jamás han oído ni oirán hablar de ella, porque todos somos seres sexuales que nos hacemos preguntas respecto de nuestras prácticas, respecto de nuestras fantasías, respecto de, como asegura esta artista excepcional, “la puta que todos llevamos dentro”. No en vano, parte de la esencia de sus actos creativos es constituirse y revelarse como actos bastardos, en absoluto puros ni delimitados. Frutos de relaciones llamadas ilícitas.

En 2005, justo cuando arrancaba el proyecto del matrimonio repetido e itinerante entre Annie Sprinkle y Elizabeth Stephen –alguien que se desmarca de toda identidad de género–, a Annie le diagnosticaron cáncer de mama. Todo el proceso de la enfermedad fue documentado por el Love Art Lab y convertido en una gran performance que incluyó desde un baile de las inmensas tetas de Annie hasta las series fotográficas Hairotica –en la que Beth y Annie hacen el amor mientras se rapan para enfrentar la quimioterapia– y Fashion Chimo. El panel de la página de la izquierda es un recorrido por ese proceso –mamografías y cirujía incluídas– que duró casi dos años.

A estas alturas, y sea como fuere, esta mujer de cerca de sesenta años se ha convertido en musa y, a la vez, en representante y fundadora de una corriente pornográfica que coquetea con el arte a la vez que con los más profundos y oscuros meandros del deseo humano. Situada siempre en las fronteras, su producción ha despertado conciencias, corrientes y maneras de entender, reconocer y afrontar las identidades sexuales y las conductas socialmente mal vistas. La facción derecha del mundo la critica sin piedad: según Annie Sprinkle, lo que ocurre es que están asustados, no entienden casi nada acerca de la sexualidad humana, ni siquiera de la propia, y añade que, aunque ha intentado odiarlos, no lo ha conseguido, y que sólo le inspiran piedad. (La otra cara de la moneda es que a aquellos de los que habla, ella les inspira la misma o parecida piedad. Y todo eso ocurre a la vez en el mismo mundo, éste nuestro, donde resulta tan complicado saber en qué consiste la libertad.)

En pleno crecimiento gracias a las distintas esferas en que operan sus intervenciones, la Sprinkle ha conseguido crear un discurso inquietante y lúcido sobre el uso del sexo, un sexo liberado del falocentrismo y la heteronormatividad, un sexo vivido como una fiesta, como una fuente no sólo de placer sino también de sabiduría, de armonía con la naturaleza y con los demás.

La Sprinkle defiende la idea de que un día, cuando la sexualidad se viva sin impedimentos ideológicos o económicos, nuestra sociedad será infinitamente mejor. Obviamente, esta mujer considera al sexo el centro neurálgico de todo el conglomerado social en que nos movemos, la piedra de toque o el nudo gordiano de un mundo reprimido, infeliz y asustado que debería liberarse de tantas ataduras que todo tipo de sectas se han encargado de fabricar. Para terminar con un mensaje de esperanza (al menos sexual) y una especie de decálogo futurista de este alucinante personaje, nada mejor que las palabras de la propia Sprinkle, de quien citamos textualmente la respuesta que dio en una entrevista realizada por Gary Morris para myspacetv: “Tengo una visión del futuro donde toda educación sexual estará al alcance de todos; donde no habrá más enfermedades de transmisión sexual y nadie pasará hambre de sexo porque habrá cocinas sexuales por toda la ciudad que servirán sexo en vez de sopa. El sexo es una poderosa herramienta curativa que se utilizará de manera habitual en hospitales y clínicas psiquiátricas. Aprenderemos a usar el orgasmo para prevenir y curar enfermedades, tal como hicieron los antiguos tántricos y taoístas. Los trabajadores sexuales serán muy respetados por el importante trabajo que realizan y el deseo dejará de ser criminalizado. La población recibirá gratuitamente lencería erótica y juguetes sexuales. La gente se podrá hacer el amor sin tocarse, si así lo quieren. Los hombres tendrán muchos orgasmos sin eyacular y podrán mantener sus erecciones tanto tiempo como deseen. Las mujeres eyacularán. Se podrá hacer el amor en público donde se quiera y mirar no será una falta de educación. A nadie le va a importar con quién se acuestan los demás. En el futuro, todo el mundo estará sexualmente tan satisfecho que será el fin de la violencia, la violación y la guerra. Contactaremos con los extraterrestres y serán muy sexies”. Que sexodiós la oiga y se cumplan sus vaticinios.

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Este es el sexto año que Annie y Beth ponen en escena su boda entre ellas y con la naturaleza o la humanidad. Desde el primero, cada año ha estado dedicado a un color del arco iris. En la imagen, una escena de 2008. Ahora, en 2010, año violeta, se completaron los seis colores, sin embargo el final de las bodas todavía está abierto.
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