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Viernes, 29 de octubre de 2010

Una boda nada particular

 Por Alberto Amancebado Empedernido

Que te inviten a una boda gay ya deja de ser una novedad; lo que sí es una novedad es que la boda propiamente dicha no tenga nada de novedoso. Primera sorpresa, la iconografía: no falta nada de lo que no debe faltar. La torta, los souvenirs, cotillón (colores corporativos, blanco y “obispo”) y obviamente los muñequitos de torta de boda, que llamativamente se parecen a un ex presidente de gobierno de la Madre Patria, de iniciales J.M.A. ¿Será que se pretende lograr cierta coherencia con algún modelo ideológico?

Para empezar, el sempiterno aguante: como toda boda, los novios llegaron tardísimo, quizás por una sesión de fotos en Parque Centenario. No sé pero, a juzgar por la descarga que me dio al saludarlos la electricidad estática de los trajes de poliéster, infiero que tuvieron mucha actividad antes de arribar al “salón”.

La fiesta transcurre como cualquier fiesta de casamiento, niños corriendo, señoras emocionadas, padrinos orgullosamente protagónicos y novios afables. Fotos con cada grupo matrilineal (a mí me tocó con los huérfanos) y carnaval carioca. ¿El traje de la novia? No se extraña, no hace falta, las corbatas con la impresión del David de Miguel Angel lo suplen perfectamente. Un clásico siempre refuerza lo ya aceptado.

El regalo tenía que ser un sobre anónimo con guita adentro, que se ponía en un cofre también blanco y obispo, adornado con pasamanería y festones también en esos colores. Me arrepiento de no haber puesto unas rupias indias que me sobraron de un viaje, sucias y a 47 rupias el dólar. Algunos, desoyendo la consigna, ponían el sobre con remitente, seguro iban con bastante guita... Servidor puso anónimo, ¿se entiende?

Faltó el vals, y la verdad que a esa altura se extrañó, una sensación de cosa inconclusa, quizá no se pusieron de acuerdo en los roles para ejecutarlo, o quizá para dejar al menos la intriga a los invitados de cómo funciona la pareja, después de todo había padres y madres.

Me quedó la duda sobre a quién le tocó el anillo de la torta, no daba para soportar más tiempo semejante festejo. Quizá para que todo termine bien haya que esperar la noticia del divorcio con el consabido comentario: “¡Y pensar la fiesta que hicieron cuando se casaron!”.

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