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Viernes, 26 de noviembre de 2010

RESCATE

Satisfacción omnisexual

 Por Diego Trerotola

”Sos un pequeño chico leather mariquita”, canta Mick Jagger haciendo un perfecto lip-synch de sí mismo, interpretando su canción que suena en la radio como una drag queen disfrazada de gangster, pulcramente peinado a la gomina frente a un grupo de mafiosos ingleses, trajeados y de una elegancia viril. La letra que canta empuja a los mafiosos que lo observan a desvestirse, quedando desnudos en una oficina con fotos de boxeadores colgando en las paredes. Jagger, que interpreta a un personaje llamado Turner, se transforma en un golpe de montaje en un rock star, adornado con cuero y tachas, y deshoja una rosa sobre un gangster desnudo mientras se lleva a otro a una habitación contigua. Esta secuencia de un homoerotismo eléctrico pertenece a la película Performance (1970), es una suerte de videoclip avant la lettre, mezcla de vanguardia y rock, con una imagen final donde los cuerpos desnudos echados sobre una alfombra roja, torcidos y encimados en actitud post-orgásmica, tiene una remembranza del universo pictórico de Francis Bacon. El mismo Donald Cammell, guionista y codirector de Performance, reconoció en una entrevista inspirarse en Bacon para esa escena, sosteniendo la íntima relación entre vanguardia y cultura gay de fines de los ’60. Y esta película que Cammell codirigió con Nicolas Roeg, donde Mick Jagger debutó como actor, se convirtió en una obra maldita devenida clásico de culto, la versión cinematográfica más queer del lema sexo, drogas y rock and roll, incomprendida, ninguneada durante décadas por su fuerte espíritu rupturista. En el guión original de Performance escrito por Cammell se apuntalaba una original mezcla de géneros: se cruzaban los tópicos de los films de gangsters con las nuevas tendencias del cine psicodélico, que había tenido en The Trip (1967) de Roger Corman su máximo exponente emergido de la clase B. Además, la película incluía una serie de juegos de citas explícitas, tanto a nivel plástico como literario, que incluía alusiones directas a William Burroughs y a Jorge Luis Borges. Toda la cruza de géneros, de estilos, de universos autorales, terminaba disparando una relación dinámica entre lo femenino y lo masculino, estrategia psicodélica principal de la película, expandiendo la psiquis genérica para establecer una seducción andrógina basada tanto en el cross-dressing como en unos juegos visuales de ambigüedad, collage físico y montaje deliberadamente confuso. La fragmentación de los performers por medio del encuadre y el montaje se usaba para hacer intercambiables los cuerpos, los sentidos. Por ejemplo, el espejo, un leitmotiv borgeano, se usa para crear un Frankenstein de órganos mixtos, donde un pecho femenino se inserta en un cuerpo masculino, o se construye una máscara hombre-mujer en una escena antológica donde Pherber (la blonda rollinga Anita Pallenberg) acosa al gangster apolíneo Chass (James Fox) para que reconozca su radical complejidad bigenérica. Ménage-à-trois lésbico, drag king adolescente (Michèle Breton con bigotes) y muchas transformaciones variopintas son moneda corriente de la riqueza de Performance y su “omnisexualidad”, según anotó el crítico del New York Times en el estreno de la película hace treinta años. Y todavía, en cada nervio de su energía estética, sigue siendo ese ovni que puede inspirar orgiástica confusión a las futuras generaciones.

Performance se exhibe el viernes 26 y
sábado 27 de noviembre, a las 23.55, en el Malba,
Av. Figueroa Alcorta 3415.

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