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Viernes, 31 de diciembre de 2010

NOTA AL PIE

BIBLIOTECAS

 Por Raúl Trujillo

Conocí en la Medellín narco de los ‘80 a libreros que vendían enciclopedias por metros o colores de lomos para decorar las casas de la mafia. Por fortuna aquí valen por moneda de cambio, pero prevalece el afecto personal.

Unas décadas tal vez pasarán antes que consideremos piezas de museo a los queridos libros ahora que el objeto de moda de esta Navidad es el iPad y en pocos años serán muchas versiones de las pantallas táctiles asequibles que hoy se consiguen por U$S 900. Su uso modificará nuestros hábitos y costumbres al leer e interactuar en la era digital.

Tres han sido hasta ahora los cambios de era generados por los humanos: la invención de la escritura, luego la imprenta y bienvenida la web. Los científicos datan que las bibliotecas han acompañado a la humanidad desde el 2400 a.C. y los pueblos de Mesopotamia archivaron sus tablillas de barro. Hace poco vimos una recreación hermosísima en la película Agora (Alejandro Amenábar, 2009) de la antigua y mítica biblioteca “hija” de Alejandría en Egipto. La famosa biblioteca “madre” desapareció entre el fuego criminal causado por egipcios o romanos, cristianos o musulmanes, ya que históricamente se culpan mutuamente por la desaparición de gran parte del conocimiento del mundo antiguo. Pero ni hablar de las quemazones de libros entre las revoluciones y dictaduras del siglo XX. Eliminar el conocimiento es dominar. La Unesco inauguró una nueva biblioteca en la misma ciudad en 2002.

Del Medioevo, la descripción de la forma del laberinto en El nombre de la rosa (Umberto Eco, 1980) resulta un reflejo de su oscuro tiempo y la prohibición del saber. Fueron los frescos pasillos de las bibliotecas refugios para muchos de nosotrxs durante los temidos recreos de secundaria, y cuando la cabeza hervía con la pubertad.

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