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Viernes, 4 de julio de 2008

GLTTBI

El día menos pensado

 Por Mariana Pessah

Era una noche húmeda, fría, imaginate, primeros fríos porteños y yo estaba que me arrastraba por la vida. Mi cuerpo lesbiano era puro stress y melancolía cuando decidí ir al bar de Manu.

Al llegar, saludé a la pequeña y me senté en una mesa solitaria. Quería alejarme del mundo, poner en orden mis pensamientos. El cigarrillo empezaba a humear, más que eso, a quemarse entre mis dedos, mis labios, cuando la cerveza bien fría llegaba a mi mesa. Esa noche Mara estaba especial. Como siempre, usaba una remerita bien apretada que yo miraba desde abajo mientras ella dejaba la botella, algunos maníes con cáscara y un vaso sobre mi mesa. Tenía una vista directa hacia sus pechos, pero esa noche estaban saltones, conversadores, me miraban.

Yo empezaba a despabilarme.

Al rato, Maby puso una música movida. Las chicas querían que me sacudiera con ellas. Insisto, esa noche yo estaba destruida. Mi cara era puro rimel corrido. Ni siquiera había pasado por casa, peligraba quedarme una noche más tirada en la cama, quién sabe si zapeando o jugando con Beatriz, mi nuevo dildo.

En cambio, sólo había tenido tiempo de encerrarme en el baño del 5 piso para pasarles un poco de agua a mis axilas peludas.

Ahí nomás, eché a rodar mi cuerpecito, caminaba perdida entre confusiones laborales y sentimentales.

Junto al tercer sorbo de cerveza, sentí los ojos de Mara clavados en los míos. Un tirón en mi sexo me gritaba que esto era verdad.

No podía creer que esa mujer tan linda se fijara en mí. ¡Ella me encantaba! Si bien esa noche me costaba sacar de mis pensamientos a Silvina, cada vez que iba al bar de Manu, mis ojos sólo buscaban a Mara. No sé si me seguís, ¡Ella en ese mismísimo momento se fijaba en mí! ¡Un año frecuentando aquel recinto, para que el día que menos onda tenía, sus bellos y enigmáticos ojos se posaran en los míos!

Estuvimos mirándonos, buscándonos hasta que se hizo la hora del cierre. Llegó con otra ropa, me tomó de la mano y me dijo:

—Vení, nena, vamos.

Yo, atónita, la seguí. Era todo lo que quería.

Salimos del bar y a menos de media cuadra me tomó de la mano, caminamos otros pasos, se detuvo y empezó a besarme. Me arrinconó contra la pared, pegó su cuerpo al mío. Comenzó a acariciarme con urgencia, con retraso, con la misma hambre de la que deben de alimentarse las osas cuando se despiertan de hibernar.

¡Y yo que iba sin esperar nada!

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