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Viernes, 14 de enero de 2011

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Un puto no judío con kipá

En una hermosa ceremonia en Bet El, el rabino Daniel Goldman me regaló una kipá. Lo primero que me alertó es que al ser pelado yo interrogaba cómo se me sostendría esa especie de sombrerito de color azul brillante, casi de raso, que me combinaba tan bien con mi nueva camisa estrenada para la ocasión. Milagro “divino”: la kipá se me adhirió con más ganas que los distintos crucifijos que perdí a lo largo de mi vida.

Cumplimos los rituales, cánticos y todo el rito marcado. Al salir de Bet El me pregunté: ¿Y si me la dejo puesta? ¿Qué se siente caminar por la “liberal” Buenos Aires con un signo religioso aún increíblemente estigmatizado? Me la dejé. Y así entré a un nuevo mundo: ahora era judío para los ojos del porteño medio con el que me codeo en el subte, los colectivos, la calle y me animé, de pura provocación, hasta usarla en mi trabajo.

¡Válgame Zeus! Primera experiencia. Colectivo 64 repleto con un solo asiento vacío, el que estaba a mi izquierda: permaneció vacío todo el viaje a pesar de las sacudidas a las que todavía nos tienen acostumbrados los asfaltos irregulares macristas.

Llego a dar clases como lo hago algunas mañanas y el rector del colegio, que es judío, lanza una carcajada y me dice un sensato: “Hace falta algo más que una kipá para ser judío”. No pude más que asentir, pero me la ajusté como con temor a ser descubierto. Entro en la clase: mandíbulas sobre el escritorio. ¿Sos judío Flavio? Mi respuesta fue: “No, sólo quería saber si les llamaría la atención”. Y lo hice. La clase se centró en discutir si en la Argentina hay antisemitismo.

Pero acá no termina todo. Recorrí negocios, hablé con policías preguntando por calles que yo sabía dónde ubicarlas, me agaché frente a vecinos para que me vean la kipá (mido 1,82) y sólo una chica de pequeña talla se animó a decirme: “Bueno, parece que nos guardabas sorpresas”. ¿Sorpresa? Ser judío/a en Buenos Aires parece que es todavía una “sorpresa”, término ambiguo si los hay: sorpresa hay en las películas de terror, en los arbolitos de Navidad, en los zapatos de los Reyes Magos.

Acostumbrado a recibir miradas cuando mi voz se aflauta o hablo de mis novios, de una noche de sexo con un chico o de las bondades de ser gay en la Argentina post matrimonio igualitario, no puedo dejar de alertarme todo lo que falta no sólo para lograr la igualdad real, sino también para que lxs diferentes seamos capaces de entender cómo los sutiles hilos del desprecio atan redes amplias, comunes, pero también disímiles a la hora de marcar fronteras que excluyen y condenan a la abyección a muchxs de nosotrxs. Por eso nuestra tarea tiene mil caras y una necesidad: articular la pasión de los que hacemos de la diferencia una bandera de emancipación.

Flavio Rapisardi
Docente e investigador Facultad de Periodismo UNLP y activista de Falgtb.

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