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Viernes, 28 de enero de 2011

TEATRO

El afán de las locas

El director Gerardo Begérez y su segunda puesta sobre un texto de Pedro Lemebel: Loco afán.

 Por A. A.

Por segunda vez, el actor y director uruguayo Gerardo Begérez se aboca a la tarea de adaptar y dirigir en teatro uno de los libros más emblemáticos del polémico, delirante y único autor chileno Pedro Lemebel: Loco afán. Crónicas del sidario es una serie de relatos que nos muestra la realidad de las travestis chilenas en la década del ’80. El recorrido que hace la obra tiene como trasfondo la dictadura de Pinochet, que también dejaba sus muertos: “El tufo mortuorio de la dictadura fue un adelanto del sida, que hizo su estreno a principios de los ’80”.

Cuatro actores encarnan algunos de los textos del libro de una manera impecable, trasmitiendo todo el tiempo la atmósfera de sarcasmo, violencia, emoción y por sobre todo humor. Marcelo Iglesias es el primero en aparecer y nos mete de lleno en la intimidad travesti. Interpreta Los diamantes son eternos (Frívolas, cadavéricas y ambulantes), y al salir a escena el público queda mudo. Vestido únicamente con una pequeña bata que abre y cierra con gestos de diva, se prepara para una entrevista que Sebastián, un periodista al que no vemos, le va a realizar. Con sus genitales cubiertos con cinta adhesiva de papel, la Loca se planta como una gran lady para el interrogatorio. La imagen es impactante, en el buen sentido. A pesar de la oscuridad de la sala es inevitable sentir que todos están mirando allí. La Loca, con desparpajo y naturalidad, derriba mitos y cuenta sobre operaciones caseras, el sida y los deseos de triunfar.

La sigue María Camaleón, interpretada por el también camaleónico Hernán Torres Castaños. La Camaleón, personaje en extremo kitsch con unas pocas plumas pegadas al vestido, nos cuenta la rutina de trabajo en la ruta a la luz de los camiones. En un monólogo por demás gracioso habla de sus compañeras y sus apodos: La Licuadora, La Multiprocesadora, la DepreSida, la SuiSida, la VenSida, todas lanzadas a la vera del camino y obligadas a prostituirse, víctimas de una sociedad hipócrita que las ataca por sus cuerpos, pero que a la vez las reclama como encantadores objetos de deseo. La tristeza a veces aparece al notar que muy poco han cambiado las cosas hasta nuestros días. Torres Castaños también muestra sus dotes de cantante en “Biblia rosa y sin estrellas (La balada del rock homosexual)”, haciendo un viaje musical por todo el repertorio de la época desde Ney Matogrosso hasta los Bee Gees, pasando por Madonna y el emocionante, en este contexto, “Soy lo que soy”.

La versátil Daniela Ruiz, única actriz del elenco, da vida a la Loca Pobre fan de Liz Taylor, que le escribe una carta pidiéndole ayuda: que le regale una joya para pagar su tratamiento. Marinero Miel pone todo su talento en el cuerpo de La Traguito, la desaliñada travesti que trabaja para mantener a su familia. Miel junto a Torres Castaños son un dúo increíble en “La muerte de la Madonna”, quizás el momento más compasivo y tierno del espectáculo.

La puesta en escena y la musicalización involucran a todos los sentidos del público y son el complemento de este viaje alucinante y patético que culmina con los cuatro actores dando rienda suelta a un frenesí que deja a los espectadores riéndose de la muerte, de esas

“tragedias cotidianas” de las travestis que se aferran a la vida y la transforman en un gran paquete de comedia envuelto con brillantes, moños de colores, bordados con lentejuelas y plumas.

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