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Viernes, 4 de febrero de 2011

SOY POSITIVO

El pastillero

 Por Pablo Pérez

P y T casi no se hablan. Desde hace varias semanas, P es un habitué del ambiente bareback. T sospecha que está buscando sexo fuera de la pareja, pero no le importa: la pasión se terminó para los dos. Será normal, alguna vez le dijo un psicólogo que el enamoramiento dura alrededor de tres meses. “¡Tres meses nada más! ¿Y después cómo se hace para seguir? —se pregunta—. Vivir juntos, sin coger...” Lleva más de cinco meses viviendo con P y le importa muy poco lo que el otro haga, pero tampoco se sentiría bien si lo echara, sabiendo que P, por más que diga que con lo poco que trabaja le alcanza, nunca podría pagar un alquiler solo. Antes de dormirse, mira un rato el lado vacío de la cama y cuando se da vuelta para apagar la luz, ve el pastillero. Los comprimidos son grandes y le costó encontrar el adecuado: tiene seis compartimentos suficientemente grandes como para que entren las ocho pastillas diarias en cada uno. Siempre fue muy organizado: son tres pastillas apenas se levanta, otras tres a la tarde, y las dos últimas antes de dormirse. Hace varias semanas que se saltea las dosis de la tarde y de la noche; hace más de diez años que empezó con el tratamiento, está cansado. Empezó por no tomarlas cada vez que se excedía con el alcohol, el argumento era que así cargaba menos el hígado; después empezó simplemente a olvidarse... Sabe que si no es constante con las tomas, el virus puede volverse resistente al tratamiento, tal vez salteárselas tiene que ver con algún deseo inconsciente de morirse. ¿Inconsciente o consciente? Ya es su tercer intento frustrado de convivencia. Primero fueron cinco meses con A, que lo aburrió con su actitud de enfermero: no le gustaba que lo trataran como a un minusválido y, al poco tiempo de convivencia, empezó a contestarle mal cada vez que le preguntaba si había tomado las pastillas; las peleas por tonterías se hicieron cada vez más violentas y decidieron separarse. Un par de años después se puso en pareja con B, que a los tres meses de convivencia se fue sin avisar. T sentía que nunca iba a poder volver a estar en pareja hasta que conoció a P... “¿Cinco meses es mi límite? Vivir en pareja no es para mí, mejor me voy acostumbrando a vivir solo...” De pronto se encuentra pensando dónde estará P, con quién o con quiénes. La televisión está encendida, hace un poco de zapping, nada le interesa. Así es su vida ahora, tiene todo lo que necesita, un buen trabajo, un departamento propio, una pareja, pero se siente infeliz. Tal vez esté deprimido, varias veces leyó el prospecto del Indinavir, donde figura la depresión como uno de los adversos. Es verdad que tiene muchos motivos para deprimirse, o al menos uno importante: sus parejas nunca funcionan. Escucha ruido de llaves, son las tres AM. Apaga el velador y simula haberse quedado dormido. P entra al dormitorio, se desviste y se mete en la cama tratando de no hacer ruido. Busca el control remoto y apaga

el televisor.

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