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Viernes, 11 de julio de 2008

ENTREVISTA > GABO FERRO

El hombre que quería demasiado

¿Quién pudo haber traicionado a Gabo Ferro? Quien haya sido merece el escarnio público. Y el músico, clásico en su forma de amar, revolucionario en su forma de decir, ejecuta esa mínima revancha en un disco que no le impide advertir lo vampírico y el homoerotismo en un período de la historia argentina y revisar la historia del rock hasta hacerla decir lo que él quiere.

 Por Guadalupe Treibel

Tu nuevo disco, Amar, temer, partir, juega con los verbos que nos enseñan en la primaria y pareciera contar —de principio a fin— una historia con nudo y desenlace sobre el amor que se rompe y lastima.

—Es un disco-ejercicio después de separarme de una relación muy importante. Más que documental, es testimonial. En el colapso, cada vez que sentía que dejaba una etapa, hacía una canción. El primer tema, “Ahí va tu cuerpo al fuego”, por ejemplo, es lo que imaginaba a la noche: el cuerpo yéndose al fuego, consumiéndose, mientras los elementos se lo pasan para ver quién se hace cargo de eso. No lo quieren. Es un cuerpo deshonesto, traidor.

Pero en el arte de tapa sos vos el que está entre llamas...

—En la Edad Media, cuando se sospechaba que alguien era infiel a Dios, se lo hacía pasar por el fuego. Si era malo, moría; si no lo era, lo atravesaba tranquilamente. En la tapa no me quemo; mi guitarra, tampoco. Nosotros podemos pasar.

¿Y una traición no se perdona?

—Yo tenía una familia y esa familia se desintegra por una traición. No me refiero simplemente a una infidelidad sino a una arquitectura de mentiras, a una construcción de deshonestidad complejísima, de haber vivido una fantasía más que una realidad. Por suerte, no resintió mi confianza. Eso lo atendí desde el grado cero para que saliera sin una abolladura y, así, estar preparado para la próxima.

¿Cómo lo trabajaste?

—Siendo consciente de que una golondrina no hace verano, de que una persona de mierda no es todas las personas.

En más de una ocasión, has mencionado que hay personas que vienen sin el “chip” que permite amar. ¿Por qué?

—Puede ser por formación, por educación o por grupo de pertenencia. Es el amor neoliberal, posposmoderno, gringo. La honestidad y la fidelidad tienen una prensa horrible en el amor contemporáneo y yo me rebelo absolutamente contra eso. Que me digan anacrónico, frígido, lo que quieran. A mí me funciona bien, aunque a veces suceda que haya seres oscuros que quieran probar cómo es esta luz y uno, que es un zonzo, se confunda y deje ser.

Cuando se habla de amor, ¿se habla de sexualidad?

—Siempre uno está hablando de sexualidad. Pero todos pueden ver el amor subvaluado. No es patrimonio de homosexuales o heterosexuales.

En general, pareciera que hablás de un amor con mayúscula, como verdad absoluta, total.

—Para mí, el amor se escribe todo con mayúscula, las cuatro letras, como tantos otros conceptos que deberíamos volver a poner delante de los ojos y no a un costado. Lo que pasa es que los que amamos así estamos un poco estigmatizados porque estamos en carne viva. Muchos de nosotros estamos inmersos en un universo que no nos pertenece por historia, que ahora le pertenece al amor libre y pasatista, liberal, express. Hay un amor clásico que es el amor más simple y es el que está atravesando toda ancla como síntoma histórico. ¿Qué quiere decir? Decime cómo amás y te diré a qué momento histórico pertenecés. Yo no amo à la mode. ¿Quién me dice a mí que tengo que ser promiscuo? ¿Quién me lo manda? ¿Por qué me lo manda? ¿No querrán verme en ese mercado barato de la promiscuidad? No, yo elijo que no. Defiendo a los que eligen que sí; pero a los que eligen, no a los que no saben dónde los lleva la marea. ¿Pero a mí quién me dijo que tengo que amar, decir o militar de tal manera? ¿No estaría mejor hacerlo de otra forma? Todo tiene que ver con la crisis de las definiciones, de las palabras.

¿En qué sentido?

—Yo no sé si tengo un montón de palabras que me definan. Digo “gay”, pero “gay” para mí es un término que define clase, que define territorio. Gay es gringo, yanqui. Se dice, por ejemplo, que Buenos Aires es gay friendly, pero hay quien lo asimila a money friendly porque hay una industria detrás: compañías de viaje, agencias, aerolíneas completas, casas de ropa. Entonces, ¿cómo se dicen muchas cosas? La lengua no nombra todo y lo que la lengua no nombra, no existe. Ahí hay una alarma enorme, una urgencia por la que hay que militar.

En tu segundo disco, Todo lo sólido se desvanece en el aire, incluís varios guiños de género, donde vas más allá de lo que te permite el lenguaje. En el tema “Costurera y carpintero”, por ejemplo, cantás: “Me enamoraré de una buena costurera, una mujer diestra, una buena mujer con cuerpo de niño y manos bien dispuestas”.

—En ese disco está más subrayado el tema de género; pero aparece en todos. Escribo cosas como “niño costurera, niña carpintero” o canciones como “Mi vida es un vestido”, donde un hombre habla de sí mismo no como un traje roto, sino como un vestido deshecho. Es que el siglo XXI reclama política de cultura, de género, de raza y de clase, y ésos son los temas que yo atiendo. A mí me dicen: “Sos un trovador, como Moris o Miguel Abuelo en los ’60”, y yo no me enojo mucho con eso porque la política de la época reclama una canción político-partidaria. Antes se pedía que vuelva Perón, que el peronismo deje de estar proscripto; yo, ahora, protesto por otras políticas. Estoy en su línea de herencia, pero mi momento histórico es otro.

Solés decir que hacés rock pero, en realidad, hacés canciones...

—Hago rock. Ahora soy mucho más pesado, más heavy que en Porco, la banda hardcore que integraba en los ’90. Una guitarra distorsionada ya no asusta a nadie. En cambio, un señor con una guitarrita donde lo que ruge es el discurso de las palabras... ¡upa! Discursivamente soy mucho más hardcore que antes.

Entonces, ¿qué es rock?

—Incomodar a la clase dominante, a las ideas dominantes. Vivo hablando en una sintonía rock porque todo lo que intento decir incomoda al sistema de ideas dominante. Las ideas madre que mueven la sociedad en la que vivo me identifican bastante poco. El amor, que fue una de las cuestiones fundacionales del rock, se viene desatendiendo e importando a otros géneros y subgéneros que tratan los temas con superficialidad, como el pop latino.

En este último disco de canciones en vivo, más o menos tuvieron que obligarte para que accedas a masterizarlo. ¿Es importante para vos mostrar el error, humanizar tu trabajo?

—Totalmente. Yo me equivoco y el error está. ¿Por qué? Porque no confío en lo impoluto. Hay algo sospechoso en la blancura total porque la naturaleza no te aporta perfección. Por eso no creo en ningún soporte de la industria cultural que te dé perfección. Desconfío de los libros muy bellos, de los discos todos afinados, a tiempo, tan bien cantados. En Amar, temer, partir lo único que se hizo fue alquilar micrófonos relindos. Es que este disco no habla de nada bueno. Está cargadísimo. Ojalá tenga ganas de dejar de tocarlo pronto porque es muy intenso.

Solés sacar un disco por año. ¿Ya cumpliste la dosis por 2008 o tenés otro proyecto en mente?

—Ya tengo el próximo en la cabeza. Es un disco con banda, en el cual voy a tratar de generar, con instrumentos acústicos, la sensación de que se está escuchando hardcore eléctrico extremo. También estoy preparando un audiolibro con Flopa, que va a ser completamente diferente a todo lo que la gente espera de nosotros.

Y participaste del tributo al rock nacional que está preparando Litto Nebbia.

—Litto me pidió para esta celebración del rock que cantara un tema de Los Gatos, “Soy de cualquier lugar”. Cuando vi que el tema empezaba con “tu cuerpo es mío cuando yo decido que así ha de ser”, dije: “Así no lo canto”. Entonces se me ocurrió que, como la canción es de 1967, podía tomar el Manifiesto Feminista de ese momento y cambiar el verso. Y lo grabé así: “Mi cuerpo es mío cuando así decido que ha de ser”.

Además de hacer música, sos historiador y tu tesis de doctorado se edita en agosto. ¿De qué trata?

—Trabaja sobre el imaginario antirrosista, la sangre, lo monstruoso y lo vampírico, tanto en el discurso de la prosa como en las imágenes. La titulé “Barbarie y civilización: sangre, monstruos y vampiros durante el segundo gobierno de Rosas (1835-1852)”, e incluye un capítulo sobre el homoerotismo que atravesaba la época.

¿Tenés pensado un próximo proyecto como historiador?

—Me gustaría trabajar el concepto de “degeneración” que cruza los siglos XIX y XX en la Argentina. ¿Quiénes son los degenerados? ¿Cuál es el concepto de normalidad? Ver las lenguas, los comportamientos eróticos. Pero no quiero quedarme en la cuestión de género; quiero trabajar desde el concepto de ciudadano. o

Gabo Ferro presenta Amar, temer, partir el jueves 17 de julio a las 21 en el ND/Ateneo, Paraguay 918.

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Imagen: Sebastián Freire
 
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