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Viernes, 25 de marzo de 2011

La otra historia

Tuvieron que pasar 35 años desde el comienzo de la última y más sangrienta dictadura militar argentina para que el testimonio de Valeria Ramírez fuera escuchado. A pesar de haber estado detenida en el Pozo de Banfield, un centro clandestino de detención al que llegó luego de que la policía de la provincia la levantara de la ruta donde tenía su parada, recién pudo declarar en la Secretaría de Derechos Humanos este año, cuando llegó rodeada de compañeros y compañeras en la militancia y amplió los márgenes de ciudadanía para todos y para todas. Sin embargo, ese mismo compromiso que le dio estrategias y fuerza para reclamar por sus derechos le costó haber sido detenida y humillada el último fin de semana como un macabro recordatorio de todo lo que aún está pendiente.

 Por Facundo R. Soto

–En esa época yo tenía 21 años y era gay. Las chicas me decían que yo era una nena. “¿Por qué no te pones un vestidito, que esto, que el otro...” Y bueno, una vez me vistieron. Me empezó a gustar y fue lo que a mí me gustaba. En 5º grado jugaba a la maestra, le usaba los tacos a mamá... ¡y las palizas que cobraba! Tenía que hacer una doble vida. Se me notaba porque yo era muy nena, pero con mis amigos era otra cosa.

¿Dónde trabajabas?

–Las chicas que hacían fiestas en casas de Calzada, donde iban los chongos, me llevaron a Claypole: Londres y Monteverde, por donde está el Cotolengo, ¿viste? Me pusieron ahí. Enfrente vivía una chica travesti que le decían La Mona, ella trabajaba en la rotonda, Ruta 4 de Llavallol. Nos dijo que era jodido, que no nos iban a dejar trabajar; y así fue. Perdí varias noches de trabajo detenida en una garita. Esta chica me preguntó si quería ir a trabajar a otro lado, que también era ruta, pero distinto. Tenía que pagar una plaza, arreglar, pero iba a trabajar tranquila; y así fue. Pagué. Me dieron una plaza. Esa mina cuidaba la rotonda de Llavallol, todo Camino de Cintura hasta Seguí, que ahí ya era Adrogué. También podíamos trabajar por Antártida, que antes era un terreno baldío, donde ahora está el supermercado Jumbo. Me pusieron frente al Hotel Colonial. Podía estar en un campito de Camino de Cintura, en la estación de servicio, ésa era mi zona. Pagué la plaza a La Perica, que es la que dirigía todo ahí. Eramos 14 chicas, más o menos. Después tuve que arreglar con el “jefe de calle” de Llavallol, pagarle por día o por semana.

¿El jefe de calle era un policía?

–Claro, pero en ese momento era Moralidad. Ahí ya había pasado un año, era el ‘77. La Perica me dijo que me convenía acostarme con él, que así iba a estar todo bien; y así fue. Una recién comenzaba, ¿viste? Y bueno... Con él llegamos a un acuerdo: trabajaba 15 días sin problemas, y no perdía trabajo. A los otros 15 días tenía que prepararme el bolsito, y después de trabajar él me llevaba presa dos o tres días. Ese era el arreglo. No es que nos llevaba a todas.

¿Cómo te trataban?

–Todo tranquilo. A veces venía la brigada de Monte Grande, la de Avellaneda y nos manoteaba, por eso nosotras chillábamos. Nos manoteaban (nos llevan detenidas sin aviso) porque necesitaban estadísticas, por eso nos llevaban. No estábamos tranquilas del todo, pero nosotras, en ese momento, no podíamos hacer nada. La zona de un lado correspondía al Juzgado de Lomas, que nos metía unos días, y de enfrente era Luis Guillón, donde estaba el Tribunal de Faltas. Yo trabajaba de noche, caía a la madrugada, pero salía al mediodía.

¿Cómo fue el episodio en que declaraste?

–Una vuelta nos llevaron. Estábamos en una casa, por Antártida, al lado de una fábrica de vidrios, donde funcionaba la comisaría de Llavallol. Nos dijeron que lamentablemente nos iban a tener que trasladar porque no había lugar ahí; que no había calabozos disponibles y que no podíamos estar con los presos. Nos tuvieron en una oficina durante horas. Cuando les preguntamos si íbamos a ir todas juntas o separadas, nos dijeron que nos quedásemos tranquilas que íbamos a ir a un lugar muy lindo y todas juntas. Esa fue la primera vez. Eramos 4: La Perica, La Hormiga, La Romina y yo. Bueno, nos llevaron en dos viajes. Cuando estábamos llegando nos bajaron la cabeza. Estaba todo oscuro, pero vimos un portón de lata. Adentro había una lamparita y un escritorio con un policía gordo, que era un asco. El que nos llevaba le dijo: “Acá te traje a estas cuatro”. “Bueno, llevalas para el buzón.” La entrada del pianito la teníamos en Llavallol, ahí no nos tomaron nada. Subíamos escaleras, bajábamos escaleras, pasamos por un pasillo, era como las cuevas de las ratas. Había un ascensor. Pasamos por un calabozo donde un tipo estaba mirando. Subimos hasta donde estaban las rejas, y del otro lado vimos todos los buzones, impresionante. Ahí nos pusieron y no nos vimos más.

¿Había milicos o eran todos policías?

–El que manejaba era un policía, que iba con otro adelante; y viajaba otro atrás, en el medio de nosotras dos. Estábamos esposadas. Salíamos acompañadas para ir al baño y no veíamos a nadie. Escuchábamos el ruido del buzón cuando lo abrían, nada más. Ahí, ese gordo asqueroso y otro nos preguntaron si queríamos tener onda... y si decías que no, se te complicaba. La primera vez yo no contesté nada. Te pasaban la comida en esos platos de lata que ni los perros pueden comer: llena de pimienta, de sal. A la mañana, que era cuando yo me podía bañar, me traía una botellita con agua que cargaba de la canilla del baño. Una vez me la sacaron, porque yo no quería tener relaciones con ellos, y entonces al otro día tuve que acceder. Fueron 3 días sin tomar una gota de agua. Te ponían el miembro en el buzón, te la pasaban por ahí, y tenías que hacerle el sexo oral; cuando te querían agarrar también tenías que tener sexo anal, y no se cuidaban.

¿Cuándo tiempo estuviste ahí?

–Cinco días. La segunda vez fueron 10, más o menos, también en el mismo lugar, pero esa vez nos llevaron a La Romina y a mí. Las otras chicas quedaron en la comisaría y a nosotras nos trasladaron. Cuando llegamos, uno dijo: “Uy, menos mal que me trajiste esta cachorra. ¡Era la que yo pedía!”. Después, yo rebobinaba y me preguntaba: “¿Acá qué pasa?”. Nos pusieron en el calabozo. Ese fue el calvario, porque a ella y a mí nos abusaban más. Uno me dejaba higienizarme, lavarme la ropa, era dentro de todo el más comprensible; los otros no. Nunca me pegaron, pero sí tenían malos tratos, verbalmente. Me agarraban del brazo. “Puto”, como insulto, nunca me dijeron. Sí me decían “dale putita linda, dale que a vos te gusta”. Eramos las dos más jovencitas y lindas de ese momento en Camino de Cintura. Eramos carne fresca para esos tipos de 40 años. Una después razonaba: “Claro, por eso nos trajeron...”.

¿Y ahí qué fue lo que pasó?

–Había otras dos chicas que salieron antes que nosotras. Cuando salió La Mona, fue a mi casa. Nosotras, ahora me doy cuenta, éramos militantes, en el sentido de que nos cuidábamos entre nosotras... Cuando caía una, la otra le avisaba a la familia. ¿Cómo te puedo decir? El Juzgado de Lomas nunca te daba 4 o 5 días seguidos. No podíamos salir a trabajar por la avenida, nos teníamos que meter por las calles de tierra. Esta chica, La Mona, vino como dos veces y yo no estaba, ya habían pasado más de 8 días. Entonces le dijo a mi mamá que ella la acompañaba a la comisaría y que pida de verme. Cuando ella fue, le dijeron que yo estaba incomunicada. Mi mamá dijo: “Pero, ¿cómo?”. La Mona le decía: “No, no, usted pida de verla”. Entonces cruzaron palabras: “Hasta que no venga la orden, no”, le dijo el cana; y ella le respondió que no se iba a mover de ahí hasta ver a su hijo, que si se tenía que quedar un mes lo iba a hacer. Se puso firme. Aquélla, por medio de una vecina, consiguió un abogado. Hicieron un hábeas corpus. Ese día mi mamá se fue, porque le dijeron que me iba a ver al día siguiente. Como yo no aparecí, no había salido, ella volvió al otro día con un abogado. Mi mamá ya no se quería mover de ahí hasta verme. El abogado la convenció y le dijo que se vaya, que esa noche salía. Esta chica la acompañó a mi mamá y así fue. Yo caí, más o menos, a las doce de la noche a mi casa. Fueron 13 o 14 días de calvario.

¿Sabías dónde estabas?

–Esta segunda vez sí, porque escuché que nos trasladaban al Pozo de Banfield. La primera vez, una chica, Mara, dijo que no había cupos en Banfield, así que a una había que trasladarla al destacamento de Pompeya.

¿Militabas en algún partido político?

–Nosotras militábamos al ponernos tetas. Para ese momento, eso era como salir con la camiseta del Che Guevara. Aparte, te aclaro, nosotras nos exponíamos en público.

¿Sabías lo que estaba pasando en el país?

–No, nosotras éramos como murciélagos: dormíamos todo el día, nos levantábamos para comer, nos depilábamos y salíamos a trabajar de noche. Yo estaba firme en el turno de la noche, en mi parada. Ignorábamos todo lo demás.

¿Y ahí adentro escuchaste algo que te haya llamado la atención? ¿Algún comentario político, por ejemplo?

–Nada. Solamente una vez pasó algo. Me sacó un policía para bañarme. Nos llevaban al baño y no podíamos ni asomarnos. Nos decían que esperemos hasta que ellos nos pasaran a buscar para llevarnos de vuelta al calabozo. Terminé de bañarme. Me había lavado la ropita, estaba con el toallón, y siento “rápido, rápido, el buzón, dale que ahí viene”. Escuché la voz del policía que me llevó al baño y la de una mujer policía. Ahí adentro habré estado como 30 minutos, prácticamente sin respirar, al lado de un piletón de portland, donde había dos duchas. En eso siento llorar a un bebé. Pasó un tipo y escucho a la mujer policía que dice “vamos, andá, buscá un balde de agua y limpiá toda esta mugre que es tuya”. Cuando la veo, la chica se agarra la panza, los pelos largos le tapaban la cara. Por lo que alcancé a ver, estaba pálida, amarilla, toda sucia. Entonces le dije: “Pará... quedate ahí”. Agarré un balde y lo puse abajo de la canilla para llenarlo. La policía escuchó el ruido del agua. Miró y se acercó diciendo: “¿Quién está en el baño?”. Cuando entró, me gritó: “¡Puto de mierda! ¿Qué hacés acá?”. “Me estaba bañando... estaba esperando que vengan a buscarme.” Yo pensé que a la chica la iba a empujar, pero no. Me agarró a mí de los pelos. “Pará, pará”, le decía; y él: “¿Qué pará ni pará? Vos no tenías que estar acá”. Y al otro le dijo: “Pelotudo, no dijiste nada que estaba ésta acá”, mientras me arrastraba. Yo me caí y él seguía arrastrándome de rodillas por toda esa porquería. Así estuve sucia hasta el otro día.

Un parto fue lo que viste. ¿Y declaraste?

–Sí, en la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación, el 20 de enero.

Cuando saliste, ¿se te ocurrió hacer la denuncia o nuclearte con otra gente para hacer algo?

–Cuando salí, al otro día, fui a ver al abogado (La Romina salió varios días después) y me dijo: “Es la primera y última vez que puedo hacer esto. Lo que yo te recomiendo es que salgas de esa zona porque, si no, podés aparecer muerta en cualquier lado”.

¿Qué fue lo que te llevó a contar esto después de 35 años?

–Yo entré hace 11 a la Fundación Buenos Aires Sida. Me gustó aprender sobre VIH, que desconocía el tema. Me hice los análisis, por suerte no tengo nada. Tuve un dios aparte por todo lo que pasé y las reiteradas violaciones que me hicieron. Mis amigas están bajo tierra. En una reunión que hubo en la fundación yo conté que estuve en el Pozo de Banfield. Yo no militaba. Era algo común que me trasladaran. Entonces me preguntaban y empecé a contar más detalles. Todas mis compañeras me miraban... a mí me hace mal recordar estas cosas. Si no hubiesen destapado la olla, yo a esto lo llevaba acá, conmigo, y se iba conmigo. Contestando a tu pregunta, yo no soy militante política, me motivó vivir lo del matrimonio igualitario, ir escuchando gente y romper con mi ignorancia. Vi los juicios por la tele, y a Kirchner sacando los cuadros de Videla de la Casa Rosada, más lo que yo estaba pensando, entonces me dije: “Esta es la oportunidad de que yo aporte lo mío”. Porque no soy la única, tiene que haber muchas. Se larga una y después se largan todas.

¿Por qué pensás que te llevaron al Pozo de Banfield?

–No por ejercer la prostitución. No por eso sino por ser travesti. No podíamos salir con mi mamá a hacer los mandados a la feria del barrio porque nos manoteaban, me llevaba la policía. ¿Y a quién íbamos a recurrir?

¿En democracia fuiste detenida alguna vez?

–No, acá en Capital no, nunca. No tengo prontuario de fiscalía, nada.

¿Ahora qué estás haciendo?

–Soy trans y estoy al frente de la población trans. Soy promotora de la salud: doy talleres, entregamos preservativos a chicas y mujeres trans en situación de prostitución, porque para nosotras la prostitución no es un trabajo sino una situación. Las chicas hoy tienen tarjetas magnéticas, su ticket social, trabajo con subsidio habitacional, subsidio con el BAP y cuando las echan, las ubican en hoteles.

Dado tu género, ¿cómo es tu DNI?

–Todavía no lo logré, pero en eso estamos... fui a declarar como Valeria Ramírez. A raíz de eso me dieron un subsidio de reparador histórico. Cuando salí, me preocupé: ¿cómo iba a cobrarlo? Porque yo había hecho un pedido de amparo, vengo luchando por la ley de género, pero no sabía si me iban a poder pagar por el documento. Al otro día fui con Alex Freyre y me enteré de que me lo iban a pagar a nombre mío, Valeria Ramírez, y no por el amparo. En esta semana se está presentando toda la carpeta, con mis antecedentes, y en menos de 30 días tendría que tener mi documento.

¿Qué expectativas tenés después de haber declarado?

–En provincia van a haber chicas de mi edad que se van a animar a hablar. Me llamaron las Madres de Plaza de Mayo, pero todavía no pude reunirme. Me llamaron también de un juzgado de La Plata, donde llevan todas las declaraciones de la gente que estuvo en el Pozo de Banfield. Veo que para nuestro colectivo se abren puertas. Tuve una reunión con el ministro de Trabajo para presentarle un proyecto, porque somos rubias, pero no huecas. Podemos atender una oficina, un negocio. Al ministro le gustó el proyecto y dijo que empecemos a generar trabajo. Estamos en un cambio, abriendo puertas.

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Imagen: Sebastián Freire
 
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