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Viernes, 8 de abril de 2011

LUX VA AL TEATRO

¡Habla, Federico!

Hay veces en que acostarse cuando el sol empieza a apretar redunda en desconcierto y llegada a fiestas antes de hora. Por suerte, Buenos Aires arde y unx puede elegir entre el cine Ideal y una obra en versión libre de Federico García Lorca. Esta vez se impuso la cultura.

Me dirán mis fieles: “¿Otro casamiento, Lux?”. Y yo contestaría: “¿Y qué quieren, si es temporada alta de bodas?”. Pero no, bichas, no: esta vez era una despedida de soltería, el viernes pasado, en la calle Tacuarí al 200, en un lugar llamado Concept Lounge o algo por el estilo.

Quiso la mala suerte y el despiste de quien me había invitado que llegara al sitio fuera de hora. ¡Qué digo fuera de hora! Más bien tempranísimo, cuando dos jóvenes se aprestaban a levantar la cortina metálica y a barrer la vereda.

¿Dónde me metía para matar esas dos horas que me separaban de la fiesta? En otras circunstancias me habría ido caminando derecho hasta el cine Ideal, cuyos lujos todavía me sumen en ensueños de estrellato. Afuera —lo recordarán— lloviznaba y el viento se arremolinaba en las esquinas, lo que hacía peligrar el complejo peinado, una combinación de bucles, mesetas laqueadas y, naturalmente, un par de plumas, que había elegido para comenzar esa noche que parecía la despedida del verano.

No daba para nada seguir a la intemperie. Por fortuna, al lado mismo del local que me había rechazado (“no todavía”), vi una puerta abierta y, a través de los ventanales, a Virginia Lago tomándose un café.

Quise entrar a saludarla, pero como no quería confesar mi confusión horaria, me obligué a saber a dónde estaba entrando: era el teatro El Búho, donde esa misma noche (de ahí la presencia de la estrella) se estrenaba el unipersonal de Lidia Catalano basado en los textos de Federico García Lorca de Poeta en Nueva York. Tierra y luna se llamaba el espectáculo que iba a comenzar en pocos instantes (a las 20.30) y cuyo descubrimiento me arrebató a tal punto que decidí quedarme a verlo. El nombre me resultó extraño, pero tuve la suerte de sentarme al lado de un notabilísimo crítico de teatro argentino, quien en pocas palabras me dio a entender que se trataba de uno de los “misterios filológicos” más densos del siglo pasado: nadie sabe cómo se llama ese gran libro de la enorme Federica, porque a esos dos nombres se suma Introducción a la muerte. Parece que Federica, amor, se refería a Poeta en York con ese otro nombre y decía también que iba a ser “un libro para matar a uno”. Dicho y hecho: fusilamiento. Nunca pudo publicar el libro y hoy se pelean por él todos sus deudos (la mayoría de las cuales, aparentemente y por razones inexplicables, son héteros).

Pero la conferencia que iba a decir Lidia Catalano (incluyendo la interpretación –sumamente dramática– de poemas escogidos) se llamaba “Un poeta en Nueva York”. ¡Qué lujo! (no me digan que Buenos Aires no está que arde....: poder optar entre el cine Ideal y un recital de Lorca).

Opté correctamente: Lidia Catalano iba alternando su ubicación en el escenario entre dos lugares, el que se correspondía con la prosa y el que se correspondía con la poesía. No entendí muy bien la musicalización y me gustó más la Catalano de voz más grave, más autosacrificial (como son los poemas), pero lo que importa es lo que dijo hacia el final: “¡Sostengamos y llevemos lejos la voz y el duende de Federico!”.

Que así sea Lidia, querida, y mandale besos a Virginia: no pude saludarla porque salí corriendo a la fiesta tarareando esos versos con los que Federica cerraba la conferencia: “¡Oh Cuba! Oh ritmo de semillas secas!/ Iré a Santiago./ ¡Oh cintura caliente y gota de madera!/ Iré a Santiago./ Arpa de troncos vivos. Caimán. Flor de tabaco./ Iré a Santiago”. ¡Un fuego!

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