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Viernes, 6 de mayo de 2011

LUX VA A UNA BODA REAL

¡Somos los piratas!

Para variar un poco de tanto casamiento igualitario, nuestrx cronista salió en busca de algo mucho más diverso: una boda de cuento de hadas, con gnomos, elfos y esas cosas. Ya en el jardín encantado y aunque la invitación decía que se trataba de una boda real, se encontró con mucho menos, o mejor dicho, con el doble de lo que había ido a buscar.

Y sí, tarde o temprano me tenía que pasar: me empaché de casamientos igualitarios. No sé si fue por tanta torta o por tantos muñequitos, lo cierto es que después de los mil quinientos a los que asistí como testigo, padrina, madrino y dama de deshonor según la proximidad con lxs consortes, me levanté la semana pasada con dolor de tripas y palpitaciones. Ahora, a mi solx se me ocurre llamar a un médico que hizo su residencia en el Inadi. Apareció divinx todx de blanco y con una escarapela arco iris. Ya desde la puerta, sin hacerme ningún tacto y sin discriminar los deseos que despertó en mí su uniforme de dios, me diagnosticó: "Lo que usted tiene es un ataque de homofobia agravado por tanta fiesta". Acto seguido me recomendó parar un poco y, a modo de vacuna, asistir lo más pronto posible a una boda real. No le quise explicar nada sobre la homofobia que entrañaba su remedio para mi enfermedad porque esperaba que me diera unos días de licenciosa licencia, que siempre vienen bien. Me las dio nomás y yo me las tomé. "Boda real" es lo que sobra esta semana, me dijo mi amiga La Pirata, a quien le decimos así, no solo por su parche, por su apellido inglés y por su cleptomanía, sino porque se dedica a colarse en casamientos y cuando no puede, desvalijar la casa de los novios mientras están distraídos en la fiesta, si hoy por hoy miramos televisión a pata ancha es gracias al amor de Lopilato y Bublé. Lo cierto es que La Pirata tenía dos invitaciones falsificadas, con letras doradas y sello de la embajada británica para asistir al casamiento Real entre William y Kate. No sé si eso será una dosis de heterosexualidad asegurada, porque con las monarquías nunca se sabe, pero seguro que algo me llevo, dijimos, cadx unx pensando en sus más bajos intereses. Puse ahí mismo todos mis sombreros que tengo preparados por si alguna vez me toca ir a las carreras de Ascot en la valija y salí disparadx hasta el aeropuerto. Estaba con un pie en el avión cuando La Pirata me tiró del otro y me hizo comprender que real y Real tiene una diferencia que se entiende por escrito o a la fuerza: la famosa boda no era en Londres, sino en la embajada inglesa, acá en Barrio Norte, y entre gente que no hablaba inglés sino castellano con acento gangoso, porque parece que la realeza había decidido tirar no sólo la casa sino todas sus sucursales por la ventana. Cuando estaba yo a punto de ofenderme porque no –estoy para réplicas, imitaciones, ni bodas de segunda selección–. La Pirata me recordó que el mundo diplomático tiene mucho que ofrecer a las invitadxs diversxs. Dicho y hecho, desde los mozos hasta los bocaditos pasando por los entremeses, todos estaban ahí en bandeja de plata para comérselos. “Que vengan los novios”, gritó La Pirata alentada por la tercera botella de champagne. Fue entonces cuando la boda de cuento de hadas, transformada en boda de puro cuento, levantó vuelo con la llegada de los dobles. Aquí, una vieja parecida a la reina, un flaco feo igualito al padre del novio y finalmente un par de tortolitos con las caretas de Kate y William hicieron el besa manos de rigor. Se dice que la flema inglesa empieza besando manos y termina en el baño de caballeros. Yo no estoy aquí para desmentir. “Sacate el antifaz, te quiero conocer”, le dije con mi mejor voz de Julio Sosa al doble de William y la respuesta, que me cayó por respeto a la princesa, me curó la homofobia al menos hasta la próxima boda.

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