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Viernes, 8 de julio de 2011

ES MI MUNDO

No soy, no estoy: escribo

Se editó en castellano la exitosa novela La mejor parte de los hombres, en la que el joven de 23 años Tristán García retrata con crueldad y precisión los ’80, el auge de la militancia lgbt y los años del sida en Francia. Para sorpresa de muchos: no es gay, no vivió en aquellos años, no escribió una novela en clave.

 Por Guillermo Bravo

desde Toulouse

Con esta novela de nombre tan provocador como engañoso, en el año 2008, este jovencito de 26 años nacido en Toulouse se convertía en la revelación de las letras francesas y se llevaba el prestigioso premio Flore para novela inédita. Frente a la fiebre de ficciones autoreferenciales o decididamente autobiográficas aparecía de pronto este relato que es casi una impostura, porque reconstruye el florecimiento del orgullo y del activismo lgbt de los años ochenta, con la aparición del sida en el centro, desde el interior de las alcobas sin que su autor las haya visto ni de lejos. Una realidad que presenta como compleja, mezquina e inteligente, y que por su fecha de nacimiento no pudo haber conocido de cerca y por su condición de heterosexual menos que menos. Entendida como una novela en clave donde los hechos y personajes parecen aludir a personajes reales, el autor protagonizó más de un malentendido y más de una vez tuvo que salir a aclarar que esta novela de ideas, donde los personajes se parecen a tantas personas, es un acto de pura ficción. Sí, aunque suene antiguo, se trata a lo Sartre de una novela donde aparecen en pugna los valores y disvalores de una generación. La narradora es una periodista, bastante frívola, y definitivamente heterosexual, con esa sensibilidad de las buenas amigas de los hombres gays, que entiende todo aunque hasta por ahí no más, y esa es la coartada para su punto de vista sobre lo que les va ocurriendo a los otros personajes centrales: el temperamental y bellísimo Willie que contrae sida y se convierte a lo largo de los años y las páginas en un abanderado del sexo sin protección, su novio, luego ex novio y más tarde enemigo mortal, Doumé, el fundador del primer movimiento de liberación homosexual francés, en la vereda opuesta. Entre ellos, el que comienza en la izquierda y termina a la derecha, Leibowitz, el amante casado de la narradora. Pero no es este resumen de elenco lo que puede hacerle alguna justicia al encanto del libro que con una sutileza única reconstruye reflexiones, diálogos íntimos sobre la culpa, el sexo, la homofobia escondida hasta en las mejores amistades, las mezquindades de un activismo que a medida que avanza y consigue lo que busca muestra sus debilidades. El lugar del sida, no sólo en la vida privada sino en la percepción de los otros, es uno de los aportes que esta novela consigue hacer a la discusión sobre la cuestión gay de finales del siglo XX.

¿Por qué elegiste la comunidad gay de los años ’80 como escenario de tu libro?

–Me interesa mucho la década del ’80. Es como una época en la que no pasó nada. Desde el punto de vista político, por ejemplo, es como si ese período estuviera vacío. Ideológicamente, culturalmente, políticamente, es muy difícil de entender lo que pasó en los ’80. Los ochentas son además una época donde se reivindica el mal gusto (pero no como contracultura) y el dinero fácil de la Bolsa. Son los años de Phil Collins, los sintetizadores, la música electrónica. Y entonces me di cuenta de que había un grupo para los que esos años sí fueron importantes: la comunidad gay. Para la comunidad gay fueron años de reivindicación, de lucha. Además, la llegada del sida fue terrible para la comunidad gay en los ’80, sacudió el grupo.

La comunidad gay vivió y sufrió los ochenta mucho más intensamente que el resto de la sociedad.

–Borges decía que no había que poner sus personajes demasiado lejos, para que no sean reconocidos por los historiadores, ni demasiado cerca, para que no encuentren errores los periodistas.

Eso hiciste un poco vos al elegir los años ochenta y París que para vos no es ni autoficción ni exotismo.

–Exactamente, me siento totalmente identificado con esa frase, yo no quería hacer una novela histórica ni un libro sobre el presente. También hice lo mismo en el espacio, es cierto, porque yo no soy parisino. Cuando me dieron el premio Flore estaba muy confundido porque ése no es mi medio. Y los ochenta son exactamente eso: un período que no está ni lejos ni cerca. Es la época que corresponde a mi infancia, es como si no la hubiera vivido, porque obviamente no sabía lo que pasaba a mi alrededor.

¿Cómo se leyó tu libro dentro de la comunidad gay?

–Digamos que hubo una lectura dividida; por un lado, los que estaban contentos de que sea alguien de “afuera” que escriba; por el otro, los que decían que yo no tenía derecho a hacerlo. Pero, en general, fue bien aceptado. Sí, aquí, muchos pensaron que era un roman à clef, lo que no era para nada el caso. Fue un poco desagradable, ya que yo no escribí el libro de esa manera.

Tu libro rompe con algo muy en boga en la literatura francesa actual la “autoficción”.

–Sí, parecía que ya no había lugar para lo que a mí más me gusta, la ficción romanesca, casi todo es autoficción o fantasy. Entonces trabajé sobre eso. Cuando yo comencé escribía más ciencia ficción y leía autores norteamericanos sobre todo. En ese sentido, estaba un poco “afuera” de lo que podría llamarse “literatura contemporánea francesa”, pero me di cuenta de que había algunas cosas que no me gustaban, como la excesiva presencia de la autoficción y la falta de lugar para lo romanesco y me puse a experimentar con eso.

Has dicho muchas veces que te interesan mucho las series de televisión, ¿pensás que algo de eso ha entrado en tu trabajo?

–Sí, creo que las series de TV americanas me han influenciado mucho. No desde el punto de vista narrativo, porque en ese sentido son muy simples y además, obviamente, muy visuales; la literatura tiene otras reglas. Pero me enseñaron, por ejemplo, a poner al narrador afuera de la historia, a no juzgar a los personajes. Creo que las series americanas son las herederas de la gran literatura popular, creo que un escritor de esta época no puede ignorar su existencia.

¿Alguna vez pensaste en escribir una serie de TV?

–Sí, justamente ahora estoy intentando algo. Es una serie sobre el fútbol, deporte del que soy fanático. Creo que la televisión y el cine se han ocupado poco del fútbol. Hay muchísimas películas o series con boxeadores o jugadores de fútbol americano, pero pocas de fútbol. Es un poco complicado para realizar, ya que los actores son poco creíbles como jugadores de fútbol y los jugadores poco creíbles como actores. Y las imágenes de fútbol de la TV les pertenecen a los canales.

Acaba de salir tu libro Mémoires de la jungle, que seguramente será editado en América latina el año próximo. Es muy diferente a La mejor parte de los hombres. ¿Qué podrías adelantarnos de este libro?

–Es la historia de un chimpancé al que le enseñan a hablar y a vivir en sociedad, como en las experiencias de los Gardner. Yo hice de cuenta que esas experiencias habían funcionado bien y que el chimpancé realmente aprendía a vivir en sociedad, pero que después por accidente lo soltaban en la jungla, entonces el chimpancé debía desaprender lo que había aprendido. Debe aprender nuevamente a ser un animal salvaje.

La construcción del lenguaje del chimpancé es muy particular.

–Sí, tiene partes de inglés (quería agregarle español pero no conozco lo suficiente) y he intentado quebrar un poco la sintaxis francesa. La idea era un poco preguntarse cómo hablaría un chimpancé si aprendiera a hablar. Va a ser una pesadilla para los traductores.

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