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Viernes, 29 de julio de 2011

BODAS DE PAPEL

Otra vez poner el cuerpo

 Por Walter Duche y Alejandro Zárate

Para nosotros fue una fiesta en muchos sentidos.

La militancia silenciosa de tantos que ahora nos hemos casado en este último año no es más que el premio a la innumerable cantidad de hechos que debimos soportar en nuestras vidas. Hablar de discriminación, atropellos, cárcel y, uf, cuántas otras cosas sufridas por tener necesidades, gustos, inclinación diferente, hoy parecen un mal chiste. Claro, no todos cambiaron su cabeza, no todos quieren aceptar las cosas como son y ya, pero el cambio se sintió, fue una cachetada generalizada a aquellos que no creían que iban a tener que respetar a todos, a los que querían que el predominio de unos sobre otros siguiera vigente.

Pero vayamos a la fiesta de lo que significó esta reglamentación; la fiesta interior, la fiesta popular, la fiesta privada de aquellos que pudimos lograr un hecho que nunca creímos que viviríamos. Porque fue una fiesta, en realidad. A partir de la sanción de la ley, la alegría de todos aquellos que acompañaban a sus amigos al Registro Civil fue contagiosa. Los que nos casamos en aquellos primeros meses, vivimos una historia, hicimos una historia, que para muchos fue tomada como tal. Porque la alegría que manifestaban amigos, compañeros de trabajo y familiares, y muchos desconocidos que se enteraban y nos felicitaban, dio paso a una conciencia mayor de que lo que estábamos haciendo estaba bien, y que nadie nos quitaría ese derecho.

Fue gracioso registrar los rostros de muchos desconocidos, que plagaron de anécdotas los meses de organización de una boda, cuando se enteraban de que el salón era para dos hombres, o cuando de luna de miel traspasamos la frontera de los Estados Unidos y pudimos decirle de viva voz al militar de turno que entrábamos juntos porque estábamos casados. Pero afortunadamente todos lo tomaron con respeto, todos quizá se sorprendieron, pero nadie mostró una décima de disgusto, o interfirió, o negó un trámite.

Entiendo que según los ámbitos de trabajo esto varía, hay ambientes más cerrados, más caretas, pero en general, en los círculos de amigos y familia, y en la calle misma, muchas veces el buen ánimo y la predisposición de todos fueron asombrosos.

Y la fiesta interior cada uno la sabrá, la habrá sentido, la habrá llorado de emoción porque, como a nosotros, seguramente a muchos les fue imposible abstraerse de la realidad. Saber que lográbamos algo impensado, que llegábamos a un puerto al que nunca habíamos pensado arribar, y que sin embargo nos amarrábamos a la decisión de una ley y a la posibilidad de equiparar nuestros derechos con el resto de la sociedad; y ése no fue un dato menor en nuestras vidas.

Fue casi como sacar pecho, ponerles otra vez el cuerpo a las balas, sabiendo que rebotarían, que nada nos haría ahora ser excluidos, marginados, diferenciados y todos los sinónimos que se nos ocurrieran. Eramos libres de elegir, de decidir, de tirar abajo una pantalla que aunque la viviéramos con total libertad interior, ante el resto seguíamos teniendo que mostrarnos otros, otros que no éramos, otros que no podían decir su verdad abiertamente porque “alguien” nos podía hacer pasar un mal momento.

Hoy la ley nos equipara, eso es inolvidable y ya se convirtió en un sello en nuestras vidas.

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