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Viernes, 5 de agosto de 2011

Buscar la palabra

 Por Valeria Flores

La paciencia arde la mano en busca de un decir, de un decir que no repita, de un decir que insista en lo que todavía no puede escucharse, que persista en lo inaudible, empeño por un decir sobre La Pepa, un decir de su muerte, un desdecir la ceremonia obligada de la violencia, la que produce una ausencia desnuda tangible de un fusilamiento, de un ajusticiamiento civil en manos de un igual de pobre de hombre, un decir lesbiano en la carne abierta por una sentencia de fuego que cerró la vida, una vida, su vida, de La Pepa, de la que buscó una palabra para decir que se resiste, se escabulle, se borronea, se sustrae en los ojos de cada compañera, en cada gesto exuberante de un Estado sonámbulo que juega a la diversidad del sueño liberal, arrastrar un decir a un decir que se abandone a su justeza a su señuelo vengativo, que comulgue con la no conciliación en la mudez como pretexto, cada letra de un decir que no se dijo, de una tregua con el secreto, cada letra que no se dibujó ni en la boca ni en la página de muchas y muchos, una palabra que se susurra, que no se parece al silencio aunque se mueva en sus contornos, una palabra que se clava lacerante en el medio del cuerpo, de La Pepa de nosotras de nosotr*s, de mi escritura que no puede, que hoy no puede por involuntaria decisión, porque no encuentra porque renuncia a decir la víctima al héroe al mártir, porque tengo un decir de la desmesura de la protesta, la que hago hoy, aunque parca brusca torpe, sin consigna ni pancarta, porque ya escribí de muertes de otras de Fuentealba y una maestra de yo colectivo, de un Estado que mata, de un padrastro que fusila, de una pobreza que descarna, porque no hay olvido porque no se detiene el miedo, porque se succiona la impotencia, porque se desliza en las mínimas memorias, en este esfuerzo, aunque equívoco aunque errante aunque esquivo aunque fallido, por decir, un decir contundente que se me escapa, como tu sangre Pepa, que no se detiene, como tu latido que se apagó en vos y se detuvo en mí, en esa noche, que fue llanto y rabia para nuestra comunidad imaginada que nos dice con sus límites, que fue displicente para esa comunidad que nos imagina como el límite, y fue la indiferencia de ciertos y ciertas, que eso dolió también, de esas compañeras que tienen un habla de patria de género de uno pero se les escapa se les escabullen los otros, y se les vacía el territorio, queridas, y a ustedes también queridos, los de la patria de la identidad respetable, porque los embiste su propio miedo su propia vergüenza su propia sed de no estar de no decir, su prioridad política, velada y expuesta, pero existe la magia, el ademán imperceptible que conjura la ignominia, un tratar de decir, un deseo apelante de la entrelínea que surca expedientes, entre declaraciones y alegatos, de escribir la vida, la tuya Pepa, que diga de ternura y gozo de tus frituras amorosas de tus vaivenes desbordantes de poética machita, un decir en el juzgado, de un asesino de las voces que lo aplauden de los preceptos invisibles acurrucados en el gatillo, un decir inflexible de justicia, de exigencia tras los muros en la calle en la casa en el cuerpo, en tu cuerpo, Pepa, tu cuerpo luminoso de otoño clausurado, un decir con hondura la profundidad del horror, abatida la niebla del decir único, que no hay licencia para callar, no hay redundancia cuando hay mordaza, del decir que deshuesa las articulaciones de la mansa letanía del duelo, es hora de un decir que deje la modosidad a un lado, que reclute la astucia anfibia con la que aprendimos a sobrevivir que extirpe escuchas y ánimos del torrente musical soporífero de la igualdad conquistada, porque nos urge la impaciencia que incendie la lengua por un decir que diga que tu nombre, Pepa, es el nombre de una justicia.

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