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Viernes, 7 de octubre de 2011

ENTREVISTA

Cuestión de clase

El filósofo asturiano Javier Ugarte, autor de Sin derramamiento de sangre y Una discriminación universal, presentó en la Argentina su último libro, Las circunstancias obligaban (Egales), donde analiza la homosexualidad con herramientas del materialismo histórico: represión o liberación no son independientes de los modos de producción, ni de los mandatos económicos de cada época.

 Por Facundo Avalo y Pablo Bylik *

En Las circunstancias obligaban, usted establece una relación entre clase social y homoerotismo, y habla de dos momentos bien diferenciados en esa relación. ¿Qué caracterizaría esos dos momentos?

—En el libro se documenta la existencia de una primera generación identitaria, anclada en medios obreros y marcada por la estructura sexo/género, lo que provocaba una escisión entre quienes cumplían su rol de género, como maricones y femmes (mujeres femeninas) y quienes lo alteraban, caso de maricas y bolleras. La segunda generación, alentada por la clase media, se estructura en torno del principio de orientación sexual, lo que sintetiza a bolleras y femmes bajo el principio del lesbianismo y a maricones y maricas bajo el de gays. La lesbiana hereda de la bollera su completa dedicación al homoerotismo y de la femme su adecuación al rol de género, al tiempo que el gay hereda del marica una vida de placeres exclusivamente homoeróticos mientras del maricón hereda el rol de género, incluso hasta el extremo (como los culturistas). El enorme crecimiento de la clase media a partir de la Segunda Guerra Mundial conllevó un predominio de esas clases y, con ello, el desplazamiento de la primera generación identitaria por la segunda.

¿Cómo se fue estableciendo históricamente la relación entre homosexualidad y clase?

—Esa relación constituye, en realidad, un subapartado del conjunto sexualidad y clase. Tomemos un factor de primera importancia, la natalidad. Los estudios muestran que las damas (las mujeres de clase alta) alumbraban menos hijos que las obreras y que los primeros vivían más años que los segundos. Paralelamente, un homosexual con recursos disponía de medios para luchar contra la represión de los que carecía un obrero: el primero, de ser detenido en una redada, intentaba sobornar a los policías y, si esto no funcionaba y era sometido a juicio, entonces contrataba abogados. La diferencia conllevaba que, como muestran los archivos, el grueso de los homosexuales enviados a prisión fuesen de clase humilde mientras los adinerados apenas eran sancionados.

¿Cuáles serían los modos de superación de los ordenamientos históricos?

—El libro analiza la sociedad desde criterios materialistas y, en concreto, marxistas. Desde esa perspectiva, la vivencia del homoerotismo depende del momento histórico y la clase social; así, la sodomía renacentista se desarrolla desde patrones diferentes a la homosexualidad del siglo XIX, aunque ambas puedan estudiarse desde un sustrato común: el homoerotismo. Cada modo de producción tiene una ley demográfica específica y, por lo tanto, una política de los placeres; la posición del individuo frente a las dinámicas que proceden de estos campos constituye el factor clave para comprender sus apuestas vitales.

¿No podemos pensar en la segregación de las diversidades por fuera de la condición de clase?

—Existe segregación por cuestiones de edad, capacidad y género, entre otras. Ahora bien, si cambiamos de clase a la persona, la segregación se transforma: un varón afeminado de clase baja no sufría el mismo proceso de marginalización que otro de clase baja. Igual sucede con inmigrantes ricos y pobres; los factores negativos ligados a la inmigración siempre se asocian con los segundos. Por lo tanto, la clase social constituye un factor de primer orden para entender la vida de un individuo.

¿Por qué cree que, siendo tan importante, casi nunca se analiza el factor clase en las investigaciones sobre género?

—El feminismo trabajó las cuestiones de clase hasta los años ’70. Luego, con la crisis del discurso moderno, estos análisis desaparecieron del panorama cultural para dejar paso a formas de posmodernidad, como la deconstrucción o el análisis lacaniano. Por lo tanto, el abandono u olvido feminista guarda relación con un movimiento de espectro más amplio (la posmodernidad) que, siguiendo a Fredric Jameson, aún no sabemos si constituye el fin del proyecto moderno o una crisis de carácter temporal, aunque me inclino por lo segundo. En mi opinión, la crisis actual que asuela el Hemisferio Norte conllevará un replanteamiento de los sistemas de análisis social y, en esa medida, resulta factible recuperar los análisis de clase.

Usted afirma que no hubo una prohibición sobre lo afectivo, pero sí sobre el orden sexual en lo homoerótico. ¿A qué se refiere exactamente?

—Los poderes públicos apenas se conmueven ante los afectos, pero actúan ante los comportamientos porque éstos repercuten en el espacio público. De nuevo, el tema de la natalidad es paradigmático: el hecho de que los varones dedicaran su cuerpo a la reproducción (y a cuidar y mantener luego de sus descendientes) o a placeres estériles constituía un factor de primera importancia en siglos —que han sido la mayoría—, donde las autoridades intentaban elevar la natalidad con todos los medios a su disposición. Frente a ello, el hecho de que dos mujeres o dos varones se amasen espiritualmente apenas perturbaba las relaciones sociales.

¿Cómo explica la emergencia de movimientos que pugnan por un cambio en sus condiciones de vida y de reconocimiento? ¿Cuál sería su lectura sobre el caso argentino en estas luchas?

—Ante un país como la Argentina, con menor clase media que en Europa y Estados Unidos, el hecho de que los grupos de homosexuales hayan buscado la unión de identidades homoeróticas en proyectos comunes (matrimonio igualitario, ley de identidad de género) constituye una muestra de sensatez y un acierto político. Es probable que en este país la segunda generación identitaria no hubiera tenido fuerza para conseguir esos derechos por sí sola, además de constituir una injusticia el olvido de la primera generación cuando sus elementos (entre quienes se puede incluir a las travestis) aún se encuentran vigentes. De ahí el nombre de los grupos: Glttbi. La diversidad sexual constituye la suma de todas estas fuerzas.

¿Considera que algunas reivindicaciones fueron funcionales al mercado?

—Supongo que se trata de un proceso ineludible, como todo lo que guarda relación con las apuestas de las clases media y alta: una vez que desaparece la represión, puesto que sus integrantes disponen de recursos, surgen empresas —fundadas o no por homosexuales— que se proponen satisfacer sus demandas. Si la clase media hubiera apostado por identidades diferentes a las de lesbiana y gay, el mercado también estaría atento a ofrecerles productos y servicios especializados.

¿No considera que algunas luchas políticas atravesaron un proceso de “domesticación” al ser incorporadas al campo académico?

—Es mayor el peligro de que el campo teórico de las luchas desaparezca por falta de medios y sostén de quienes trabajamos de espaldas a la universidad. Aunque la institucionalización conlleva un riesgo de domesticación, existen formas de luchar contra una asimilación acrítica, mientras la falta de apoyo conlleva una precariedad que, a menudo, se traduce en irrelevancia política.

* Docentes e investigadores de la Facultad de Periodismo y Comunicación/UNLP.

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Imagen: Sebastián Freire
 
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