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Viernes, 25 de noviembre de 2011

LUX VA A LA PRESENTACION DE ROSA PREPUCIO EN CASA BRANDON

Leyendo se conoce gente

La presentación de un libro está destinada a ser altamente aburrida, salvo que coincidan Rosa Prepucio, Susy Shock, nuestrx cronista, y un ramillete de locas cultas.

Con lo poco afectx a la lectura que soy, este año batí mi record de asistencia a recitales de poemas y presentaciones de libros donde más que nada voy para hacer sociales y beber gratis a mis anchas. La presentación en la casita Brandon superó mis expectativas: pude tomar cerveza como a mí me gusta, bien helada y en contraste con el calor humano, apretujadx entre la muchachada intelectual y militante glttbi. Tambaleante llegué hasta un sillón donde caí desplomadx sobre unos jovencitos caritativos que me hicieron un lugar. Hundidx en mi almohadón, y ante la multitud que se interponía entre nosotrxs y el living donde tuvo lugar la tertulia, solamente podía a ver a mi amiga Vida Morant, que condujo de maravillas la velada y que más que sobre unos tacos parecía haberse montado sobre un par de zancos.

Cerré los ojos y escuché, primero los mil elogios de los disertantes a Rosa Prepucio y luego la lectura de Alejandro Modarelli, a dúo con un vozarrón aguardentoso que tardé en reconocer. Mientras trataba de adivinar de quién era, me cayó una gota de sudor en los labios. Abrí los ojos y la vi: desde el puente que conducía a la cabina del DJ, aquella voz provenía de la gran poetisa transpirada Susy Shock. Y no sé si fue por aquella gota lisérgica que bebí: fui transportadx a México, a Egipto, recibí baños de semen y me sumergí en las porcelanas llenas de meo de las teteras porteñas. Como si de pronto hubiera descubierto mi vocación, sentí ganas de dedicarme a la literatura también. Cuando terminó la lectura se lo dije a una que yo creía mi amiga y que desde ahora es mi archienemiga: “Me dieron ganas de escribir un libro que se llame Rosa Clítoris”. “¡Qué ridículx! —me contestó—. No habrás visto más clítoris en tu vida que el de tu madre cuando te parió, y que después de que tu enorme cabezota pasara por allí dejó de ser rosa para ser violeta!” “¿Y vos qué sabés, estúpida? —le dije y le arranqué un mechón de pelo que ya está en manos de una hechicera ¡Te voy a denunciar al Inadi!” La rabia se me pasó enseguida cuando vi al único chongazo de la noche: venía siguiendo, casi apoyándolo, al artista conceptual Roberto Jacoby. “¡Claro! —me dije—,¡ahora que está presentando una instalación sobre el artículo 14 bis de la Constitución nacional debe necesitar un guardaespaldas las 24 horas!” Pero, sin dudas, el muchachito más bello de la velada era el que acompañaba a mi vecino del Soy positivo, que todo almibarado lo presentaba como la nueva promesa de la literatura mexicana. Le clavé a Pérez las uñas en el antebrazo para arrancarle una confesión, pero el muy masoquista se la aguantó y disfrutó hasta casi sangrar. “Un amor platónico” fue todo lo que declaró. De pronto sentí una gran frustración: estaban todxs bien acompañadxs, enamoradxs, todxs menos yo, que impulsadx por la calentura me fui de yire al Parque Centenario. Lo único que conseguí fue una caquita de perro ensartada en el taco aguja de mi zapato izquierdo, que tomé como el mejor augurio para mi futuro en las letras.

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