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Viernes, 20 de enero de 2012

ENTREVISTA

Quién le quita lo bailando

Encantado por sus pasos (y sus huellas) del año pasado en Bailando por un sueño, José María Muscari, a punto de trabajar en el San Martín y en pleno estreno de Vidas privadas, sigue haciendo el balance de aquellos días felices.

 Por Dolores Curia

¿Qué balance hacés de tu paso por Bailando? ¿Con qué prejuicios llegaste? ¿Cuáles confirmaste y cuáles no?

—Si mis prejuicios hubiesen sido tan grandes, no habría aceptado. Siempre fui un defensor del no prejuicio. Las personas que se dejan superar por sus prejuicios son chatas, mediocres y poco interesantes. Yo no tenía prejuicios con Showmatch, ni con Tinelli. Para mí no son excluyentes leer un libro de Marx y prender la tele y reírse de la pelea de Alfano con alguno. Y nunca tuve ningún rollo con reconocerlo. Por eso, cuando me llamaron de Showmatch me gustó la idea pero, obviamente, tomé algunos recaudos antes de sumarme a un proyecto como ése.

¿Qué recaudos?

—Propuse una idea propia. Una de las condiciones para estar ahí fue la de hacer algo con lo que yo me sintiera, no sé si orgulloso pero, al menos, confiado. Llegar con una idea de mi propia cosecha a una megaindustria como la televisión tiene mucho mérito. Además de que estábamos inaugurando una etapa a nivel mundial ya que, hasta el momento, en ningún Bailando del mundo habían participado dos hombres juntos. Con ese comienzo la experiencia ya pintaba bien antes de empezar, más allá de lo que pasara después. Y, por suerte, lo que pasó después estuvo buenísimo: en vez de durar un mes, que es lo que pensé que iba a durar porque no soy un personaje mediático, duré seis meses y medio. Me divertí tremendamente. No expuse ninguna bajeza, no tuve ningún quilombo mediático y todos los que me conocieron gracias al programa me identifican como alguien que escribe, dirige y actúa. Como un creador y no como un quilombero.

¿Por qué creés que la producción te convocó?

—Creo que cuando me llamaron no buscaban a alguien escandaloso. Si hubiesen querido más bardo, habrían llamado a personajes que lo hacen mejor que yo, como Rocío Marengo. Me dieron mucho espacio en las previas con Tinelli para desa-rrollar quién soy yo, lo que pienso. De hecho, mis previas estaban guionadas por mí. Eran una idea sobre cada performance que bailaba.

¿En qué te aportó y en qué te arruinó la experiencia?

—Para mí, pocas cosas definen tanto lo que soy que la combinación de pasarme 2011 bailando con Tinelli y este año dirigiendo en el San Martín (donde será mi próxima obra). No es que me sienta un director profundo e intelectual por dirigir en el San Martín, ni me siento un frívolo y mediático por ir a lo de Tinelli. Yo soy quien soy más allá de qué lugar ocupe circunstancialmente. Y cada lugar que ocupo lo hago tomando los recaudos necesarios para que eso que yo desarrolle tenga que ver conmigo. No hay que ser muy vivo para darse cuenta de que si te peleás con alguno de ahí, tirás un mes más en pantalla. El escándalo garpa, sí. Pero no me dieron ganas de hacer eso. Simplemente fui con la idea de durar en el concurso lo que dé, y listo. Es decir, hasta que a ellos les sirva y a mí también.

Sobre las repercusiones mediáticas, ¿cuánto te parece que aportó en apertura mental, en morbo y en estigmatización?

—Las reacciones estuvieron muy divididas. Creo que, por un lado, la apertura ya existía. El terreno estaba preparado y por eso pudimos hacerlo. Yo dudo que un programa con semejante rating se hubiera propuesto colonizar un espacio. Creo que las condiciones ya estaban dadas. Los productores, que son muy vivos, percibieron eso y ahí vino la propuesta.

¿En qué sentido decís que hubo repercusiones divididas?

—Porque una cosa era la previa y otra lo que pasaba en el baile. Todo lo relativo al morbo aparecía más en la forma en la que dos tipos bailábamos, nos movíamos, nos tocábamos. Y en la previa, había algo muy interesante: creo que antes de que yo apareciera en el Bailando había un modelo de lo gay que era Flavio Mendoza. El ya había estado durante todo un año vistiéndose de mujer y diciendo que era la mina de Tinelli. A mí, por el contrario, me interesaba dejar en claro que ser gay no tiene nada que ver con lo femenino. No tiene que ver con anhelar ser mujer, ni con querer conquistar a alguien hétero. Siempre dejé muy a la vista eso. Y justamente esa idea fue la más interesante por cómo impactó en el público. Mucha gente que veía el programa tenía este prejuicio de que ser gay es hablar en femenino de sí mismo, querer convertirse en la mujer de, conquistar a un casado.

¿Con qué otros estereotipos de lo gay no te identificás?

—Con el modelo Fernando Peña, por ejemplo, que fue un estereotipo muy marcado en la televisión. Peña fue muy creativo, muy genial, un artista de puta madre, pero su relación tan trash con lo gay no tiene que ver conmigo. Su presencia en los medios difundió cierto modelo del tipo que decía: “Tengo sida, no me importa nada. ¡Aguante el reviente, la droga, el alcohol, no existe la fidelidad!”. Ojo, no estoy diciendo que eso esté mal. Sólo digo que hay muchas más opciones. Y que es peligroso que sólo haya un par de modelos muy acotados circulando en el imaginario televisivo. Creo que logré manifestar que para mí ser gay tiene que ver con otras cosas. Que lo gay también puede implicar valores relacionados a la pareja, a querer adoptar, a la fidelidad. Esa es una posibilidad de lo gay menos difundida por parte de los medios y le pudimos dar visibilidad durante esos meses. Mirá qué curioso: la mayoría de la gente que a partir del programa empezó a seguirme, a saludarme en la calle, etc., no son gays. Y mucha gente grande. La gente que se acerca a saludarme son mayores, no pendejos. Creo que el mayor provecho de mi paso por el programa es haber logrado que mucha gente grande haya incorporado con una aceptación divertida eso que yo soy.

¿Cómo fue la relación con tu pareja de baile y cómo encararon la coreografía entre dos hombres, los roles femeninos y masculinos?

—Mi pareja de baile estaba muy dispuesto a jugar el juego. Se generó un vínculo muy copado y, de hecho, se convirtió en un amigo. Esta noche voy a su cumpleaños. En las coreografías no había mucho rollo con eso de los roles. De hecho, nunca nos lo planteamos mucho. Siempre establecimos que éramos dos hombres bailando, que entre nosotros no iba a haber un rol dominante sino de cooperación, y nada más.

¿Qué planes tenés para este año?

—Ahora estreno Vidas privadas. Hasta mitad de marzo sigue Ocho mujeres en Mar del Plata, en el Teatro Lido y, después, emprenden una gira por todo el país. A principios de abril voy a trabajar en una obra como actor en Ciudad Cultural Konex que es la segunda parte de una trilogía que dirige y escribe Mariela Asensio, cuya primera parte fue Mujeres en el baño. Esta se va a llamar Mujeres en el aire, y habla sobre la explotación de los cuerpos femeninos por parte de los medios de comunicación. En ella voy a actuar con Erica García, Pamela Rodríguez, Antonella Costa y dos actrices más que se están por definir. En la segunda parte del año voy a dirigir Póstumos en el San Martín. También voy a dirigir una versión de Electra Shock, la tragedia que dirigí hace años con Carolina Fal, pero ahora la voy a hacer en el Teatro Real con actores de la Comedia Cordobesa. Y hay posibilidades dando vueltas de cosas en TV, algunas propuestas de conducir y alguna que otra ficción.

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Imagen: Sol Santarsiero
 
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