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Viernes, 24 de febrero de 2012

CRONICAS MISTRALES

Todo sobre mi madre

 Por Naty Menstrual

Se dice que madre hay una sola, y para qué más. Me volvería realmente loca con una docena de la que tengo.

Desde chica fui rebelde, que para una madre posesiva y programadora era un dolor de cabeza (o de huevos de haberlos tenido). Era una casa autoritaria llena de deberes y obligaciones: ¿cómo se dice? ¡No se juega con la comida! ¡Comé todo o no te levantás! Y así la cantinela del control tomaba dimensiones que Alcatraz se queda corta y abierta de par en par.

Bajo ese clima hostil lo único que me quedaba era ser la más rebelde del condado, y lo fui. Lo más duro y doloroso era el secreto que mejor había guardado. Pero ¿cómo decirlo si por poner los codos en la mesa quizás me comía un cachetazo? Decir que me calentaban mis compañeritos podía ser la nueva bomba nuclear. Entonces calladito, reprimido, creando un mundo de fantasía para sublimar fui viviendo mis primeros años de putez. La triste soledad del pobre niño puto.

También estaban la sobreprotección y el amor. Cada noche sentada en mi cama mamá nos hacia rezar “Angel de la guarda dulce compañía no me dejes solo ni de noche ni de día”. Me costaba entender dónde estaba el ángel, para contarle lo que me pasaba y que me ayudara. Pero no. Angel nunca, solo en las plegarias.

Con los años fue cambiando. Tenía 17 cuando me decidí a tomar el toro por las astas y disfrutar de la vida, esa vida supuestamente para mi madre equivocada y enferma. Enferma y todo rajé de mi casa, una amiga me consiguió un buen trabajo en un refinado local de jeans que recién había llegado al país y me fui a vivir con una compañera tortísima. Mundo nuevo, cuerpo libre, mente complicada, pero daba igual, la aventura caliente de tantos años contenida se estaba tomando revancha. Lucha libre cuerpo a cuerpo con carne masculina.

Seguí mi vida y mi madre seguía deseando que me cure. ¡Jaja! Ignorando mi temita, yo no había nacido de un repollo y quizás una mamá repollo me hubiera aceptado más que ella.

Mi evolución mariconeril avanzaba a tacos agigantados. Pensaba cómo podía ser que con 1,60 pudiera alVERGAR tanta trolada. Y sí, la metía, me la metían y disfrutaba como desquiciada. Hasta que llegó el momento crucial en que me empecé a montar en el cine porno de Once, y me terminé haciendo amiga de otra montadita: la tanga clavada, el jean apretadísimo, una pinturita de labios... Pero eso es como una conducta adictiva y hasta que no terminás subida a los tacos con minifalda escandalosa y maquillaje colorido no parás, no hay vuelta atrás. Y así fue que empecé a andar montada por la vida.

Mi madre a pesar de tener puesto un súper chaleco ANTI BALA, debió aceptar las cosas como eran, aunque la palabra no es “aceptar” precisamente, es más bien intentar atragantarse lo menos posible. Me entiende, no me entiende, piensa en una cura, le da vergüenza estar al lado mío vestida de mujercita... Sufrí, lloré y me interné en terapia. Y sí: me travisto, camino por la calle, desafío a la ciudad, a la gente, a los ojos mirones con demasiado tiempo libre para ocuparse de la vida del otro y hacer de centro de sus noches los programas de Tinelli. Yo voy taconeando por los empedrados de San Telmo, acariciada por el sol o la luna. Suena absurdo atravesar la vida desafiando y que la persona que te dio tu ser se avergüence de que seas así, pero es lo que hay, y alguien me enseñó que con lo corta que es la vida, hay que dejar de esperar lo que nunca nos van a dar y cambiarlo por lo que recibimos para disfrutarlo. De la mejor manera.

Me saco la ropita, el maquillaje, los tacos y me subo a unas zapatillas que me acabo de pintar, me voy a tomar el tren para visitar a mi madre. Lo decidí con terapia y sacrificio. Ella sabrá o no, no lo sé. Yo ya lo entendí, el envase no mata la esencia y soy feliz, no pienso dejar de lado ni los tacos ni la minifalda, quizás solo por un rato. Hay amor que vale más que un rato arriba de los tacos, de tripas corazón haré, o mejor dicho, seguiré queriendo la tripa con el corazón.

Pido permiso mamita, este tango habla por mí y entre sus sones dirá por qué canto así.

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